martes, 19 de noviembre de 2013

Donde acaba el silencio hundido en la ventana


Durante los estrechos lazos de la noche fui el hijo de Dios persiguiendo magdalenas encalladas en ceremonias, en tarots enterrados en las uñas del perro y los motivos frecuentes del suicidio. Me corté las venas millonésimas veces jugando ser inmortal, bebí ansias atadas a la pata de la mesa de la cocina, pude llamarme mientras respondía a los gritos, me ahorqué en flores desprendidas de los tejados y la lluvia, dije que los tantos como yo ni siquiera sabían de dónde diablos viene esta ventana, que solo estábamos aquí por algún milagro torpe de un espermatozoide y un óvulo. Caminaba las calles sujeto a superficies de monstruos que manipulaban las cirugías, clandestinos, lleno de asombros por la capacidad que poseía en regenerarme las veces de los intentos. Me inventaba cada permanencia, era una locura reinventarse ser dios, travieso y ligero en las azoteas de los edificios. Descalzo, sin la menor preocupación, predije ser lagarto, culebra enredada en ventanas, pájaro sin alas agujerando espejos, murciélago y escribí trayectorias en el viento. Anónimo supe que curarme de esta inocencia pervertida terminaría otra vez obsceno, desollado en lagarto traicionando presas. Lagartear las ranuras giraba en torno a encontrar la vigésima quinta ocasión de arrancarme los ojos para no contemplar las maniobras de ventrílocuos asediando. Como fui hijo de Dios quise ovular las respuestas de todos, quise preguntar por vértebras y la injusta necesidad de crecer oscureciendo las verdades humanas. Y me drogué de huesos, de gusanos, de vida y de muerte. Narcotizaba las cosas que tocaba intencional y otras, lleno de la más grosera perversidad de todo niño arrepentido. Aquel día dentro de la espuma del café iba levantado por reptiles, husmeaban mis vísceras, se lanzaban mi sangre a sus rostros para renovar el mito de Sísifo en mi despojos. El lugar de la fiesta era mi cuerpo en todos los cuerpos, en todos los prisioneros que han intentado escapar de este silencio.