domingo, 24 de julio de 2011

Poemas de segunda mano


Blanda caracola

Aspiro ocres canciones eléctricas, ¿se detuvo el frío en definitiva? No. No canto apetecer el mezquino beso de los miserables, ni los números tibios, canto las canciones dispersas por ausencias y animalismos, por la mitad de los rostros que danzan en las ventanillas proyectadas en los edificios públicos, canto estas canciones para vivirme en sepas y enunciados, para creer en los limos de mi voz al pastar los merengues de Rasputín y Juan Luis. Mañana hubiese de vivir por la espera si conquisto parte de esta noche en los portales de los sueños como un apetecible mimo sin su rostro tintado de neblinas. Se detuvo el frío en la otra residencia de este sur platonismo o en la farsa licencia sintética de las calles, presencia de Odiseo pitando al perro del vecino orinándose en esferitas de plata, cantando este merengue apretado a mi blanda caracola. Redescubro el infante en la sal de los planetas heridos de tinieblas e igual no importa volver a la pianola de mis uñas trenzadas de revés. Esta canción en otredad parará a una distancia prudente y la gente dirá que el ruido de los altavoces enloquece, que morimos multiplicándonos en los conciertos de nadie, en las deformaciones. Busco en mis retinas el reflejo de mis pasos dirigiéndose a la plaza, canto el silencio mientras despierto sin lengua en el sueño.  

Mito de la lluvia

Es tuyo el mito de la lluvia trepando la intuición del agua. Tu silueta inunda la luz y apenas moja tu mano. No, ahí no son tuyas las hojas que en ti se extienden: miembro suave y tibio en mi miembro mórbido y vehemente. He visto la ternura del odio, del amor y susurro el nombre, ese nombre poseído por la noche blanca, depuesto huérfano en el decurso de los males, pero ese pesimismo aún nos salva de esta horrible ensoñación, de ese mito fundado en el crepitar de tus dedos abiertos en el agua y nos retiene insomnes en la siniestra creación tan parecidos, tan diferentes buscándonos para el desencuentro en el atardecer, en la fuente miserable y torpe que guarecida en la margen nos destruye bajo el signo sublime de la poesía.

A las siete exactamente

Aquí se adornan los pájaros y se posan a picotear el cielo fingimiento espejos. Aquí frente a mí ellas están besándose a chorros inclementes en lésbicas anatomías, mordiéndose los bajos vientres y las sales. Detrás de mí existen los mantras y los mitómanos escurriéndose en la lluvia de enero y otros días idénticos, escuchando asimétricos la levedad de la música y comiendo tostadas gringas. Aquí flotan las cabezas a las siete exactamente de esta noche tibia, en éste o aquel sonrojado enloquecimiento. Aquí los sueños son senos de mujeres machos a las triste siete de esta noche desdoblada en mis manos, aquí son ellos tan ocultos en el celaje de los espejos.

A una niña muda que vi en el parque una tarde

Desde que era niña no sé cuantas veces han clavado en mi cuerpo la sensación de poder oír a los gorriones. Esta sordera gigantesca se traga mi voz y sola de interior me expongo: esta mudez temeraria algún día tendrá que desaparecer. No entiendo desde cuando ha empezado con la vida este infierno agitado en mi lengua, sólo puedo reconocerlo al ver caer la Lluvia y sin saberlo ya estoy durmiendo. Construyo jeroglíficos en el viento indicando una necesidad ultrajada. También sé, con cierta desmesura, rozar con mis dedos el polvo del camino que va a la Catedral y comunico con gestos a mi hermana que deseo ver el rostro de Cristo, que igual a mí, no sabe decir una palabra. Pero algo alivia mi desesperación, mientras esta estatua permanece inmóvil en el Vértice del altar sin hacer alguna mueca, yo puedo moverme como el aire y hacer ciertos sonidos no aptos. Por esto río todo el tiempo. Observo el vuelo de los pájaros y garabateo con mis ojos el hermoso rostro de ella. Es tibia al estrecharme en suspiros y con toda esa extraña peludencia me invade en las noches y jugamos hasta altas horas. Cosa que a mis padres no les agradan mucho; pero aceptan porque hay que ser sociables entre familia. Cuando mis padres supieron mi estado trataron por todos los medios de esquivarme, eso no importa, tengo a Verónica. A veces es tan malcriada; cuando no le hago caso al estar poseída por unos de mis trances su rabia traspasa todo el cielo. Me fascina verla escribir cuando desea algún mandado urgente en la mesa de la cocina, se encontrará con su amada. A duras penas he aprendido palabras. Ya no le cabe una más, ha empezado hacer bosquejos en las paredes, seguro se le ocurrirá algo para que nuestros padres no tomen en cuenta los Heraldos que vienen de las sombras.

Donde me vi un instante

¡Dónde está aquella en donde me vi hace un instante! ¡Dónde aquella que diría tengo la terrible enfermedad Humana! ¡Miseria! ¡Miseria en los suburbios! Mis ojos asumen cada doblez, cada cloacaria sonrisa interna en los puñados de gentes que pasarán y que pasan en aquella donde me Vi. Seré la arpía de lo soles, quien los oscurecerá con las palmas de sus manos, quien castigará el fuste de la discordia amamantada por la debilidad de los hombres huyendo del fuego que devora las imágenes.

Hoy dejo atrás la esperanza de quienes son las bestias enfermas siendo la miserable histeria, virus fecundo, inmune a los achaques. En unas horas seré aquella en donde me vi…perseguida por Ángeles y huestes pacificadoras, derrochándome así en las calzadas y otras cosas similares a una proxeneta como quien le debe el alma al diablo. Aún no consigo entender el por qué me veo asechada por un cuerpo cubierto de ojos como deseando torturarme, desnudándome hasta los tuétanos para descubrir mi secreto.

Mi mejilla arde en lava por la ternura del beso. Mañana me veré en aquella donde me he visto, y estaré dormida, tiernamente terrible, entregada a la astucia del odio, de mi odio enfermo en deber tanta pesadumbre a lo ancho de los cielos.

Posibilidad del suicidio

¡Qué corbatín hermoso, largo! Cometa negro, seductor de vida. Aprieta y desgarra presuroso mi cuello, lo eleva a los astros. En vilo pendo, balanceándome como el tiempo al aire, bajo un árbol teñido en púrpura, y la sangre fluye, se aprisiona y se posa gradualmente en mis ojos, en toda la extraña cabeza amoratada.

¡Asfixia! ¡Qué placer eyacular volando!

Los temblores eternos van buscando el recogimiento, el afecto de las suicidas que encuentran un alivio en el acto. Me socavo en el entumecer de mi Frágil pescuezo. El sol esparce el canto en todo mi cuerpo rígido y escucho las parlanchinas decir del estado catastrófico de mi carne. Las veo abrazarse victoriosas, lamentándose del hallazgo.

¡Qué lazo tan preciso y anudado! ¡Qué hermoso sueño Corto!


La amante

La dejan a la puerta y toca
no ha recuperado la conciencia
y la excitación es dueña de su mover torpe.
Rellena de líquido no desea nada
sólo morder, mordisquear aquellos senos.
Abre la amante que se pregunta
si la vida son flores, rayos y sueños:  
así sería preferible acostarse con la amiga
que le ha propuesto amarla infinidad de veces.
Borra los días y el mañana
que será ave y niña de fábula:
vomita, maldice, llama a dios
a satanás, llama y el grito traspasa el viento
cae, se levanta en busca de los pétalos
ve que todo da vueltas y vueltas.
La amante prepara ropas íntimas
coloca migaja a migaja las caricias
en el vientre de la luz
se aman desentendidas de los golpes
de los pujos y las salivas agrias.
Amarse nueva vez a dentelladas
beberse el subterráneo aroma
y complacer los arrebatos
largarse y no volver el rostro
para regresar a soñar en las sobras
de la mujer que ha estado gimiendo.


Lorraine Will o Eva


Bebo todo hasta reventar de locura
acercar mi rostro a sus ojos verdeazules
y cantar la lluvia de Lorraine Will.


Escogía día a día las flores cantoras
de los bares pusilánimes
se las metía por las sombras
la quise borracha, drogada, de pena
y angustia escribiendo mala poesía
como sus dedos encorvados.


A cada rato bendecíamos al revolcarnos
mintiéndole a la soledad
y apareció la niña en la jungla fría
tiernamente adorable
cuando adolescente emanaba cielo e infierno
y de adulta prefería mojar la vagina
de cuantos penes se topaba en las calles.


Creí en su carne adicta al cigarro, al alcohol
unas veces fuimos a la mar
las olas dejaron de respirar viéndola desnuda
y tirada en la orilla nunca creó un pedazo de feto
si le preguntaba su procedencia
veía Ángeles reaparecer en las ventanas
y me demoraba al ir con ella a la bañera
se meneaba duro y su astro
era el jardín de los amargados.


Lorraine Will tenía acento de pétalos y tortura,
masticaba mi lengua, la volvía verde, adiposa
su balada era dulce e iluminada
pretendía mover intervalos en mi clítoris
y una tarde apareció en un rodaje cinematográfico
llena de troneras con olor a sándalo:
marchó por donde había deseado
y no me sacio de mirar la puta del espejo.


Palabra de deseo


Perderse entre la misma agonía
orgasmar dedos en las arenas de las calles
ausentar la memoria en lo servible
cuando el valor en el objeto deja de ser
cansarse de todo aborreciendo las madres:
Eva, Lorraine, palabra de deseo
con mi mundo en su bajo vientre.

Anónimos

Nos besamos hasta quedar sin equilibrio;
desnudos, consagrándonos al placer
nos abandonamos sin temor de pecar:
los sexos se frotaron arcanos
en la delicia espesa del polvo.


Poblamos el azar de imberbe
deseos escarlatas y amarillos:
era la miel brotando sin pausa
en aquellas babas delicadas.


Desde entonces todas las tardes
regresamos anónimos a lo prohibido.


Parte de nosotros


Con rabia golpean,
lloro y no siento el pecho.
La voz es tierra y semillas aún no germinadas.
Ofenden mis retinas de sangre seca,
me permito morir de alas
y mis tormentos son geografías.


Ensayo ahora el caos
y la promesa del deseo.
Tiemblo con dicha,
río y mis labios están inmóviles,
en algún momento se agotarán sus fuerzas,
ella se irá para no volver
y despertaré plácidamente incierta.

Kavafis*


Llegaste en el mismo estuche,
en saltos de islas improvisándote
en la astucia de un predeterminado
Ulises sin sombrero de mago y su capa,
sin la vacante de bestia compleja y alada,
sin invenciones y Circe.
Desde el hotel Alejandría asomaste de repente,
sin uno estárselo esperando,
con traje de poeta oculto
y reíste al lado de la caricatura
que se burlaba un poco de todo y por todos.
Y ese histrión tendido a tus muslos
rendía y rendía después de una partida,
después  de enloquecer azules
y eso se lo atribuiste a su cortísima edad de silfo.
Así como llegaste,
malditamente desapareciste en el Peloponeso.
Así, así, de a poco en los golpes
de tus padres que se morirían de pena.
¡Oh poeta devastado!,
hay una maga con anillo
al dedo gordo de las manos,
un Circe hombre,
un brujo pirotécnico para acariciarte despacio.


Hiperión*


Caníbal de fuego astral, dios azul, a la gran puerta
estuviste en musgos y hongos esperándome;
pero adelante, la nueva voz allí permanece intacta,
sedienta en forma de renacuajo inmenso, proclamándote.
No somos ni pertenecemos a palabras duendes
y ni a superficies romas, sino a la terrible lluvia,
a esa mujer Pasífae con su boca repleta de serpientes
y en los huecos de sus retinas permanecen peces del Estigia.
A esa niña Circe germinándole desde su bajo vientre
cerezas y fábulas reinventadas.
Los fetiches construyeron el abecedario
de la agitada noche en aquellos seres tuertos
y babeantes en jardines y ellos poseídos por Babilonia,
sus lenguas videntes, evocaron lo no visto.
Titán del cosmos, perro planetario destrozándolo todo
sin importarte la vida de las lesbianas
ni de los hermafroditos, sino la de los travestis,
aborrecí la arrogancia, maldije
y preferí quedarme maldito y sin esperanzas.


Radamantis* 


La urbe devora las retinas
y es cierta la triste creación moderna
sin título y sin río Hudson.
Llegaste de tedio, deseoso de encontrar
pequeñas casuchas de indigentes
y los rascacielos, el bullicio, los negros de Harlem
cubrieron tu cuerpo esteta de pato multiplicándose.
Brooklyn esperaba despierto con fauces de Antíope
para tragarte y defecarte en flores y cine
y al erómano en la balada azul,
en el panorama del infierno,
lo amaste tanto y lo liberaste de las cadenas.
En esta ciudad eras un triste grillo
cantando canciones de caballos,
eras una vaca etérea degollada
y en la reptante noche alegórica y surreal
tanteaste los trenes, el vértigo desgarrante y crackniano.
Naciste inconmensurable al echarte al vacío
de los senos de esta historia;
¡hijo de brujos y gitanos!,
Pan invertebrado de la luz, inmolada sombra, juez errante,
te elevabas por los astros de las aguas del Aqueronte,
por debajo de los dígitos y las manipulaciones de oficinas
y miraste el metal siderúrgico
en el circuito gris dirigirse a ti cayendo,
levantándose de entre los vivos como una cruel desgracia.


Leto*      


Eso dijiste cuando lanzaste los colibríes
por las estrias de las pinturas en hombres
y mujeres necesitando ser hasta un instante la noche.
Ahora creerás en publicidad gringa
y Proserpina por cuestiones ortográficas;
no creíste en aquellas avecillas New York
y no te cansaste de etiquetar verbos
y pronombres de alquitrán colgados de un riñón fauno.
Ya no diste alcance, sino te quedaste
en el tempotránsito de la esperanza de Safo
y esa vez plantaste tus senos de cabra Californiana.
¡Ah!, y ella estaba en Malibú a plena desnudez
como estrella de una revista de sociedad hollywoodense,
lujosa y raquítica con pose de Marelyn teñida de droguería.
Volviste a gritar ahogada
al presentir las aves poblando tus uñas
y con voz de estadista apuntaste los pájaros
en aquellas pinturas deseando ser por un instante la noche.


Ares*


Tomaste la fotografía de plomo y flores,
tirada al polvo sin ningún objeto impreciso
e iluminado de crueldad bajaste
de aquella sombra que sonría sodomita,
miraste pasar el tren, detonaciones y guerras.
Un infierno cabe en tu mano
el cielo pasará de soslayo,
y el tiempo trascurre por tu ojo dopado de asesinos.
Tu corazón estará alegre en el azufre de los mendigos,
de las villas y barcos ebrios,
en orígenes cavernarios y desiertos
y de pueblerinas damas a domicilio.
Homicidaste la palabra,
enalteciste el ego y escribiste el silencio de la noche.
Aquel silencio estaba más allá del silencio,
oh bárbaro destello de gusanos y etnias
diamantinas pastando la terrible
vista de ángeles no alados,
aquellos esclavos dioses enfermos
taladraban la luz y los demonios.
Allí, a la sombra, viviste la tierna imagen alucinógena,
esperaste la muerte y la vida
yéndosete de los huesos,
donde el infierno no cabe
ni un cielo pasa en la punta del ojo. 

domingo, 19 de junio de 2011

Un paréntisis (Nuevo formato RTT)



Hola amigos y amigas, a mis seguidores continuos y a aquellos que por mera casualidad visitan esta Residencia de la literatura y el arte... 
Con todo el respeto que se merecen he hecho algunos ajustes al blog en su apariencia, para el agrado de todos y todas y le sea más ameno al leer... vendrán más cambios en los próximos días. 
RTT es un lugar que debe evolucionar con continuidad creativa, y le estaría agradecido si ustedes (seguidores (as) y los (as) que tocan la puerta de la Residencia) sugirieran algunos cambios para el disfrute ameno de la literatura y el arte no estaría nada mal. Sus críticas son muy valiosas y aquellas sugerencias que ustedes den las verán en la Residencia sin dudas.

Saludos!
Augusto Bueno

lunes, 6 de junio de 2011

Poemas


Me siento henchido de hablar miserias
dopaje que adorna las calles del mar
Las espumas penetran, ocupan lugares
tan previlegiados en mi cuerpo y poco
a poco me deshumanizo, me contagio
de caracolas o renacuajos de leche tibia
Debemos hablar si te importa de mares
repletos de vida o de muerte, hablar
pedradas que mienten los Dolores, hablar
si es preciso de los términos y aquellos
hombres que descubren las islas
Quise ser silueta del arrecife, mosdisquear
el seco polvo de las olas porque hablar
era un dibujo hecho con resina de flores
un espejo al fondo de la casa y poco
a poco soy palabra que se desgarra
en tus manos. Deberíamos hablar
entonces de mí ahora que puedo ser
cualquier cosa, un aliento o un azul
que concurre sediento en planetas.


Me volví a verla sediento de murcielagos
era el pus bilingue de las estatuas
amamantándome en lagartos azules
Nadie urgó dentro de mis ojos
era profanar el destino de las ostras
y las serpientes del infierno

Aquella muchedumbre enferma
se enmancipaba en las ratas
sorbo de frenecí, maldita resurrección
del doble, del triple y el olocausto
Un temor insecticida recién engordándose
en las alamedas de la lengua

Volví a mirale a los ojos de animal
envolviéndose en el hueco de la vulva
lagarteaba bocarriba bocabajo
en numeros rastreros  y se poseía
en incesto festejando la partida
de los místicos en el atardecer.


El azado vive la noche del asesino
crespucular las mandibulas del cerdo
beberte el hambre desde esta miserable adolecencia
amarte mami sin patas ni peluca de cine
Este largometraje cae ahora con revista
y la curcilería de las estrellas del momento
Mami, y rozar la carvicie de tu pubis
mientras te desgrana de salivas y ventosas
un humedecer yuxtapuesto al horizonte
Mami, y vivir sin vida el decurso del azado
comerte los ojos donde ante estaban tus ojos
respirar aquellas orinas de angeles muertos
mariconear las puntas de tus tetas tan gusanos
Mami, y morder palabras que no salen
y se escriben en tus falanges desiertas
A veces hipotizo el degustar de ti en mi vientre
y golpeo la luz, la sujeto y la violento
a lamidas, a contragolpe, a matasellos
Mami, y te vomito como una perra
en el lavabo patas arriba tan cerca tan lejos.

jueves, 14 de abril de 2011

Carnaval Tecnicolor

De repente aquella espera infinita me resultó tan dolorosa que quise abandonar el presente.
Orhan Pamuk


Caminaba frente a la casa de un extremo a otro, vagando, empujado por el más pequeño de mis nietos. Ahora está todo claro como la tarde de carnaval. Ríe al llevarme en remolque, es tan tierno mirarlo, sentirlo detrás de mí frunciendo su carita por el esfuerzo.

En cierto momento, tal vez en sueño, comienzo a preguntarme por qué los pies y las piernas me arden sin motivo aparente como si fueran de otra persona. Sólo comprendo el fastidio de andar empujado por mis nietos cuando vienen de visita. Es el sustento de una fotografía tirada por un sujeto que no le importa mucho. Pero quizá la tarde sosiegue el ahogo que me guiaba aquel día hacia el color de mis propios ojos apagándose lentamente en la pena máxima de la hostil presencia del vacío en medio del charco bermellón.

Cuando por fin abrí los ojos no las tenía. Coloqué la fotografía en el álbum. Allí mis nietos sonreían felices, todos pintados de amarillo, verde y rojo, payasos en miniaturas, liliputienses tratando de violentar mis meditaciones, porque eso aparento hacer en la foto. Aquel día corrimos agarrados de manos: un cordel sanguíneo nos unía al ver pasar las carrozas y diablos multicolores dando vejigazos a los concurrentes. El frenesí de ellos llevó mi conciencia a entrever a lo lejos la avalancha del colorido maleable, olas humanas de infinitos colores, y eso, aunque no sea posible, convertía mi corazón en un niño ante el vasto mundo deseando descubrir otros mundos distintos al que siempre está acostumbrado.

La historia era cierta. Dudaba por no creer en la simple elección de verme tirado en medio de aquel color rojo espeso y tibio que podría ser verde como la sangre de los duendes y los gnomos. Eran garabatos o rayos curvando de lado a lado el firmamento estropeado por el impacto del flash, y se acercó ella, mostrando sus dientes postizos de felicidad y esta vez poseía la oportunidad de interrogarla porque siempre pensaba que si llegaba tal instante le preguntaría cualquier cosa para entender nuestra ida a un territorio desconocido. Y lo hice, por qué sonreía así. Contestó que lo hacía por el peso que ya no soportaba en mi cuerpo y mis retinas tristes. Me alcé de hombros, la repuesta no venía a lugar.

Vi mis manos y aun sostenía el álbum de las fotos, no podía aguantarlo. Entonces creí verme en una eterna pesadilla sin mis nietos caminando las calles minadas de gente voceando, sin agarrarnos de manos, sin unirnos a ese cordón umbilical sanguíneo por la piel y los dedos de las manos.

Al otro lado del aposento escucho su cuchicheo diciendo: Hoy sacaremos al abuelo para darles un paseo por los alrededores del carnaval. Ya llevan años intentándolo y no han podido, me he negado a eso, incluso cuando me han cogido por detrás para empujarme contra mi voluntad lloro y lanzo un grito.

La madre de sus padres, mi mujer, llega y les dice que hoy no pueden porque fue este día lo que pasó. No saben cómo diablos es estar postrado, inútil, que le hagan todo a uno, tanto que para no molestar a nadie me he orinado y cagado en la silla y en la cama. Metí el álbum debajo de mi almohada; cerré una vez más los ojos para ver si encontraba el sueño y para no oír a mis nietos apeteciendo sabotear mi tranquilidad, pero éste se ausentaba negándose a mi deseo de verme otra vez entero, no a pedazos.

Sentí hormigas y mariposas andándome por las plantas de los pies, pensé entonces que la vida no es del color que a uno se le ocurriera pintar una tarde o del color que se prefiera. Por eso la ausencia de los colores en el álbum de las fotos es lo único que conforta mi alma después de eso. Dediqué largo rato para posicionar las fotografías en lugares estratégicos, y al abrirlo sé donde se halla una u otra foto que deseo contemplar.

Les prometí a los niños que me disfrazaría de diablo a pesar de las muchas dificultades que les puse. Llegó la hora de vestirme de muchos colores, yo mismo había confeccionado el traje buscando técnicas en los lugares que elaboraban los atuendos. La máscara llevaba la temible apariencia de la muerte y ella posicionada en un rincón inexistente o creíble miraba mis ademanes hechos como prácticas para darles a los transeúntes, con las grandes vejigas de vaca hediendo a algo asqueroso, por sus traseros.

Al verme, mis nietos saltaron de alegría, se me aventaron encima gritando abuelo, abuelo, ya eres uno de ellos y ahora iremos al carnaval. Cogí mi cámara para retener intactos los momentos oportunos del evento y esa costumbre de llevar a mis nietos a la fiesta carnavalesca año tras año daba a entender a mis hijos y a mí que las tradiciones se debían salvaguardar con amor y respeto.

Saqué el álbum de la almohada y lo abrí donde mismo pensé que lo abriría. Ahí estaba yo junto a ellos con mi disfraz de diablo, en una y en otra no tenía puesta la máscara sino mi risa que se iba agotando poco a poco.

Mis nietos observaban el despliegue de labios como asustados, tal vez veían a través de mi risa lo que más tarde ocurriría. Les dije que nos iríamos caminando hasta la casa porque estaba cerca. Ya habíamos andado toda la calle de cabo a rabo por varios kilómetros pero, como residimos en un barrio aledaño a esa avenida decidí que caminaríamos. Anochecía.

Mis hijos esperaban a los muchachos en casa para luego de compartir unos tragos y alguna comida preparada por mi mujer marcharse a sus respectivos hogares; pero a una esquina los chicos soltaron sus manos uno a uno, después la mía, y se echaron a correr a toda prisa, bólidos zigzagueando la calle, e hice un esfuerzo y eché también a correr tras ellos.

Ahora comprendía la risa de la muerte por querer llevarme cuando sólo vi el flash, esa luz como si fuera de mi cámara al momento de tirar una foto, viniéndoseme encima, porque había apartado al más rezagado de mis nietos de en medio de la calle. Por eso el cosquilleo, el ardor en mis piernas que no son mías porque no las tengo. Sólo estas fotos de tecnicolor me hacen suspirar cuando aún las llevaba y podía andar de un extremo a otro frente a la casa esperando que mis nietos vinieran para bendecirlos e irnos al carnaval.

martes, 22 de febrero de 2011

Poetas de las miserias: Amantes en cinco actos e Inmanifestaciones

A mis lectores,
siento mucha tristeza, tanta que me resulta casi imposible dedicarles estas pobres líneas a mis seguidores, a aquellos que leen de a poquito un trozo de esta Residencia del Arte. A mi parecer es inoportuno dejar de publicar Poetas de las miserias por este medio, pero por otra vía, les puedo asegurar que es para bien, ya que hay una editora sumamente interesada en editar la novela completa. La verdad, estoy apenado por tal motivo. Pero continuaré haciendo publicaciones periodicas, de eso no hay duda alguna, tengo un compromiso con mis lectores, y en hora buena esta novela surgirá en breve...

Augusto Bueno
Abrazos!!

  
Amantes en cinco actos

Primer acto
Fuimos invitados a una reunión de la diáspora por un pintor de nombre Estanislao Genao que se hacía pasar con sinónimo de Monsieur Crusoe, PHD en Historia Clásica. Allí se congregarían muchos de mis compatriotas, desde maestros hasta doctores en medicina sin obviar a los artistas. Marguerite en un principio no tenía ganas de acompañarme, pero le insistí tanto que cedió a mi petición. No niego mi actitud de niño cuando pido algo hasta rogar a gritos como quien desea un dulce y se lo niegan, pero la testarudez hace que el que se hace de rogar seda. Agarramos un tren como a las tres de la tarde. El lugar se ubicaba cerca del Boulevard du Montparnasse, en una cafetería atendida por chinos, eso creo, porque los de raza amarilla siempre les digo chinos, aunque sean sur y norcoreanos, japoneses o de Taiwán, cosas así. Son todos iguales. Marguerite y yo éramos los primeros en llegar, eso se notaba, el lugar estaba casi vacío. Nos alojamos en una mesa del fondo. Pedimos algo de tomar y entablamos una conversación en torno a la xenofobia, que luego tomó la tangente del arte. Siempre acabábamos discutiendo cosas de artistas, preocupaciones de armisticios. Cuando la conversación estaba en su plenitud de que si la poesía era o no leída con mas ímpetu al haber guerras y crisis de pensamientos, comenzaron a llegar mis paisanos, era ridículo de la forma que iban vestidos, cualquier extranjero o parisino se daba por enterado de que la mayoría venían del Caribe Hispano. Por lo menos yo y Marguerite traíamos ropas adecuadas a la época, porque si bien era un mundo caótico, salvaje, lleno de miserias y mendigos, debíamos vestir para identificar el tumulto. Nunca me ha importado mucho la edad para vestir y si mi facha de dandi o bohemio con cursilerías de rockero dan motivos de risas, también me echaría a reír. Lo que sucede es que casi todos vestían formalmente, como si se tratara de la firma de un tratado peninsular o un congreso en la Sorbona, y eso a mí me fobia, no resisto tanto formalismo. No son ni una ni tres veces que he dejado a media la charla de un artista, de exposiciones de pinturas, conferencias, de reuniones de trabajo, donde todos se enchuchan sacos y corbatas, bien peinaditos con pomadas para el pelo, zapatos que son espejos. Y luego todo me aturde. Los menos informales son los amigos y las amigas de Marguerite, pertenecen a otra generación. Con ellos me siento a gusto y me importuno al oírlos por horas, aunque sus patanerías a veces resultan interesantes. Acabaron de llegar casi todos si no fuera por la tardanza de Monsieur Crusoe, PHD en Historia Clásica, que entró último del brazo de una jovencita, casi igualmente vestida a Marguerite, y como el Doctor en Filosofía era el anfitrión de gala, no esperó sentarse y dio órdenes a unos meseros chinos o mongoles (sólo había atendiendo a los clientes una tibetanita de risas frescas) para que colocaran varias mesas en fila. El lugar que nos alcanzó a tocar para sentarnos fue al lado del huésped y la chica del brazo, porque como una garrapata no se despegaba. Luego de varias copas de vino y de carcajadas por los cuentos y las anécdotas de los paisanos, Marguerite y yo nos enteramos por boca de un pintor que la tipa que llevaba del brazo se hacía llamar Fabiana, y estaba en París haciendo su especialización en medicina. Dijo que de pediatría o ginecología, algo así, porque sonaba un merengue de fondo y no nos dejó escuchar bien de cual especialidad se trataba. Casi al final de la congregación los altavoces del local irrumpieron en bachatas y merengues de acordeón, güira y tambora, los que atosigaban. En un descuido pedí a la tibetanita que pusiera otra clase de música, como blues o jazz, algo suave para cambiar un poco el ambiente. Los compatriotas casi en su totalidad se opusieron, sino fuese por varios artistas que me apoyaron. Quise levantarme del asiento, pero Marguerite impidió que lo hiciera, susurrándome al oído en su buen francés de cabecera (porque allí todos hablábamos el español dominicano) que era mejor así, no valía la pena molestarse por unos bobalicones. En verdad quise conferenciarles a mis congéneres que ampliar la cultura era cosa de concientización. Comoquiera, el chino de la registradora quitó la música y puso bachata. Sentí un sabor agrio en la boca. Gusté del vino y de la comida chatarra que nos obligaron a comer. Marguerite

Segundo acto
Aspa y yo siempre vivimos contándonos cosas. Aquella vez de conocernos en un concierto y gracias a su estado onírico, digo, por insistencia y espera nos hablamos y esperar a un tipo así, que me supiera encaminar en el arte puro, digo, no como mis estúpidos amigos y amigas. Solo Mutombo es digno. Lo malvado de la junta paisana fue que Aspa no quiso que llevara la kodak, la hubiese fotografiado. Tomaría fotos de sus amigos, aunque dice que esos no son sus amigos ni amigas, sólo gente que conoce y que nunca había visto en su puta vida. La imagen de ella permanece, está en mí como magma. Fluye y se extiende caliente por mis venas.
Ahorraría polos magnéticos. Interpretaría a lo Charlie Parker. Encontraría la solución de mear desde una paloma de la plaza. Llevo días pensándola. Su graciosa risa de doctora, sus modales advenedizos, su manera de conversar, de miradas soslayos, antes muda por sentirse extraña en tierra de Marsellesa y Luis XIV. Así se sintieron mis abuelos al llegar por primera vez. Se lo dije en el baño, no te preocupes, todo andará bien, sólo hay que respirar el ambiente y es montar bicicleta. Pero ese silencio sin respuestas. Eso es lo mejor de su repertorio. Cuando el supuesto PHD en Historia Clásica entró con ella del brazo, inmediatamente capté una sutil extrañeza en su manera de andar. Como vestía. Quise decírselo a Aspa, pero adjudiqué no comentarlo. Siempre hay sentimientos conferencistas e interceden en celos o vaya una a saber en qué lío hermoso me metí después.
Aún estábamos en el baño. Frente a espejos cóncavos. Saqué la cajita de maquillaje. Fabiana hacía lo mismo, se empolvaba en retoques. Delineaba con lápiz azul. Yo delineaba con negro. No pinté labios, ella menos. Mientras hacíamos la operación, Fabiana iba contando entre dientes lo de su especialidad en ginecología. Entonces dije sobre fotos estupendas. Mis palabras machucaban mi lengua. Y con asombro, quedé boquiabierta, dijo en un francés límpido, que quizás me interesaría tomar fotos de mujeres en proceso ginecológico. La idea estaba genial. Eso dije, digo, experimentaría con ella la primera sesión de fotos. Nos dimos teléfonos y email. Salimos al salón y ahí estaban Aspa y el hipotético PHD en historia Clásica. Conversaban de lo difícil que es arribar a tierra extranjera sin conocer a nadie. Salvo cuando se posee un conocido y que este le dé amparo hasta que su situación se estabilice. Todo conviene a diana y sin esfuerzos mayores. El tipo que en realidad era un pintor de pacotilla, digo, alto en emplear simplicidades de costumbrismos y regionalismos en sus obras pictóricas, expresó que eso era lo que el pretendía plasmar en sus retratos. Aspa río. Yo voltee el rostro hacia cualquier lugar para que Fabiana no notara mi risa, y vi a la mesera china que venía a nosotros. A cobrar cuenta presumí, digo, Aspa no había saldado la cuenta de las bebidas que nos habíamos tomado al llegar y sentarnos en el fondo del café. Aspa me observó. Lo miré seria. Sacó sus euros y pagó. Digo, Aspa creyó que en la cuenta en conjunto de sus compatriotas estaría también lo nuestro o quizá pensó que yo pagaría. Salimos de allí aún conversando sobre pintura, sobre técnicas y otras formas del arte pictórico, eso incluía mi arte fotográfico. De tanto en tanto Fabiana me echaba unas miraditas presuntuosas, como que no dejara de llamarla o que demonios quería que hiciera entonces. Se aburría. Hice reflexión de movimientos. De pasadas conmemoraciones de amigas, conjunto de compañías negras, oraciones negras. Digo, misas negras. Aspa aún no lo sabía. Decía siempre que si un día —escuchaba rumores— se enteraba que su amante de turno viraba en bisexualidad no le afectaría. Que lesbiana o no Aspa amaba. También se lo dijo una vez a su amiga Gina, cuando el residía por entonces en su isla. En Montparnasse, el pintor y Fabiana, agarraron un taxi, digo, eso dijo el pictórico porque según se alojaban en un apartamento del sur de la ciudad. Aspa y yo seguimos caminando. Habíamos decido meternos a un bar a desentumecernos de la realidad hasta amanecer.

Tercer acto
Hacían tal vez meses. No la había vuelto a ver. Un sábado se apareció Marguerite con ella del brazo, idéntica a Estanislao, en su pose. Pensé en su aferramiento. Esto surgía a través de ciclos o la sensación de caer, vértigo o desprendimiento de rutinas ginecológicas. Se alojaron cerca de mi sillón preferido, en el sofá para las visitas. Azul lagarteaba con su elasticidad de gato por todo el apartamento detrás de una cucaracha. Fabiana sólo conversaba en francés. Eso se debía a que deseaba perfeccionar el idioma. Aunque me respondía en francés, yo le hablaba en español. Magui sólo me miraba. Objeción de personalidad. Porque cada una de mis preguntas iban directas a su estado de especialidad ginecológica. Caímos entonces en el mito de la estrechez o amplitud vulvaria, en la pequeñez o la gran cosa yerta de los hombres. No habían falos grandes ni pequeños, ni medianos ni regulares, sólo formas fálicas, decía en su buen francés aprendido de forma mecánica. Sino que estas formas fálicas eran perfecciones a las medidas. Tampoco existían vaginas amplias ni estrechas, sino vaginas bajas y resecas, falta de lubricaciones, y vaginas profundas y muy encharcadas, abundancia de lubricantes a la hora de coitar. Y que eso no incidía en orgasmos sino con la rapidez que algunos machos eyaculaban. También mujeres, por que no, concluyó. A Magui se le veía que estaba loca por interceder el la disputa, porque yo afirmaba que esas cosas eran de envergaduras y miembros viriles descomunales. Por eso la ginecología. Y cuando Magui oportunó con su discurso hizo que la conversación girase en otro tenor. Comenzó a hablar de fotografías artísticas, busco su álbum de colecciones y se lo donó a Fabiana. En eso me levanté de mi asiento para ir a preparar unos tragos. Fabiana en cada hoja que pasaba de la autocolección de fotos de Magui abría la boca de este tamaño. De un trago vació la copa de vino. Con intención la miré. De esa forma no se bebía vino. Sólo se encogió de hombros y llamó a Magui que en ese momento estaba en baño. Cuando llegó, Fabiana dijo que sus fotos eran muy buenas, el ángulo que las tomaba, el vuelo estúpido de las palomas, mis desnudos fusionados con desnudos de Magui, algunas bocas en risas, otras bocas sacando lenguas, mas bocas resecas, ensalivadas, labios de mendigos al rojo vivo, mendigos somnolientos, mendigos investigándose los pies y otras repeticiones de mendigos averiguando los zafacones, como Azul, que estaba echado cerca del librero, alto de comer latas de conservas y cucarachas. Pero cuando llegó a las fotos de los ancianos ascéticos, ahí si se le cayeron las babas a Fabiana. No aguantaba la risa y me inventé ir a comprar algunas cosas que faltaban para la comida. Porque si quedamos solas era justo que Aspa saliera a comprar para fotografiarla como había pedido. Digo, se lo iba a pedir, porque frente a la tienda hay una librería y Aspa nunca deja de entrar a ver si se topa con algo de poesía. Dura horas en tal pesquisa. Ahora teníamos toda la libertad para obrar, para lo que nos encontramos. Después de lo de la junta de paisanos, Fabiana y yo nos vimos dos días después. Nos citamos por teléfono y a la hora acordada nos encontramos cerca del Pont Saint Michel. Llevaba vestido de Verssage color almendra, con chaqueta del mismo color almendra. Cuando me vio se echó a reír, quedé sorprendida, no entendía por qué demonios lo hacía, pero luego dijo, digo, le pregunté, que reía por mi facha de rockera y había descubierto el pendiente ovular en mi lengua. Ella comenzó a relatarme su historia. Una tragedia. Estaba huérfana desde niña, permaneció recluida (así mismo lo dijo) en un orfanato de monjas hasta llegar a su independencia cuando cumplió sus años de responsabilidad. Sus padres habían desaparecido misteriosamente. La abuela se suicidó lanzándose de un puente. Sólo le quedaba un tío que había vivido aquí. Pero estaba ya en Santo Domingo. Fabiana estuvo casada, creo que por tres años, y se divorció por viceversa. Vino a París a especializarse gracias a una beca y a su tío. Fabiana hablaba hasta por los codos. Yo, por ejemplo, permanecía callada, sólo escuchando. Apenaba como lo decía, y le tomé cariño a la dominicana gracias a Aspa. En la Plaza Saint Michel caminábamos sin importancia, yo traía mi kodak y lanzaba fotos a cada metro, digo, a Fabiana. Después nos dirigimos al río, nos subimos a un bote, ella poseía la fantasía de navegar por el histórico río, a mi me daba igual, odio los barcos y la navegación, digo, andar en bote siempre me sobreviene el mareo, el vómito y al plantar mis pies en tierra firme, también existen movimientos de olas, ondulaciones de asfalto y concreto. Inscripción nebular en tránsito. No la volví a ver hasta ese día que nos vimos en el mismo café de los chinos para ir a visitar a Aspa en su apartamento. Sólo nos telefoneábamos por motivos de risas y ginecología. Sin embargo, antes de acabarnos la cuarta ronda de copas de vino tinto, el apartamento de Aspa se ensombreció, comenzó a girar y a girar, digo, tal vez Fabiana y yo nos refugiábamos en la embriaguez de flash-flash agigantándose. La seguí al baño con kodak en manos. No hubo alteración. Sólo se dejó quitar sus cosas. Dejó la puerta abierta malintencionadamente. Su kiwi estaba despapelado. Orinaba a borbotones. En esa misma posición acuclillada, pero sin llegar a sentar su lindo trasero en el inodoro, tomé fotos y fotos, digo, sólo a la porción vulvaria, sus rostrito de Caperucita Roja no interesaba. Entones Fabiana lasciva abrió más su entrepiernas y aún el chorro de orinas descendía. Y un monstruo germinaba en mí, no sé, digo, porque pasamos a la sala y ella semidesnuda posaba, se instalaba patiabierta en el sillón de Aspa, de culo para atrapar la vieja y novedosa hendidura vertical aún mojada de orinas, no dio tiempo a secársela. Enfoques de clítoris, de orificios, de pliegues abultados o labios vaginales, de contracciones y ganas de hacerlo en la mesa, en la cocina, digo, que importaba, Aspa estaría embelesado mirando libros. Cuando ya estaba aburrida de las tomas me acerqué, cogí una de sus manos muy cuidadas y se la puse en mi naranja, en mi ostra, en mi caracola que destilaba en jugos. Encharcamiento de aposento maleable, fotografía movediza, un ojo oscuro parpadeante, babas de anfibio moribundo, espumas tornasoladas. Fabiana quería y, si ella quiso, yo quise.                             

Cuarto acto
Después de la compra en la tienda, Magui lo sabe, por eso no me gusta venir hacer compra, me introduje en la librería de enfrente a ver si leía algún título interesante en las estanterías. Y como en la sección de literatura se repetían los títulos, caminé desinteresadamente por los pasillos hasta llegar a los tramos de medicina. De inmediato pensé en Fabiana. En el porte extraño de sus amaneramientos. La providencia me acompañaba, leí y releí un título sobre la rama que ella se especializaba: Douleurs Menstruelles. Guide de infection vaginale. Cuando pagaba a la cajera se me ocurrió que envolvieran el ejemplar en papel de regalo. Reflexioné que con ese agrado iniciaría una buena amistad entre ella y yo, quien sabía; y esa extrañeza en las mujeres siempre me ha atraído. Como que respira Lesbos o Safo la Fabiana. Porte igual al de Magui.
Presionaba el timbre y ningunas de las dos abría la puerta. Saqué entonces la llave de mi bolsillo y mientras corría la cerradura me vino a la mente que ellas se habían marchado por mi tardanza o quizás dormían la siesta por los efectos del vino. Azul corrió a mi encuentro, siempre lo hace cuando me ve llegar con bolsas. Rodeó mis pies runruneante y en seguida se abalanzó a la puerta de la habitación. Supe que Magui estaba allí metida, pero no veía a Fabiana. Tal vez se había marchado. Llamé y no recibí respuestas. Coloqué las bolsas en la meseta de la cocina. Agarré el ejemplar para Fabiana y lo llevé al cuarto de los libros. Ambienté el apartamento con un poco de blues de Simone. Vi la botella de tinto vacía. En el refrigerador encontré otra por suerte, la descorché y me serví el mosto. No me había apetecido ir en busca de Magui a la habitación, y sin embargo, de pronto sentí ganas de hacerlo después de vaciar dos o tres copas, de oír acompasadamente la voz de Nina, de estirar un poco los brazos por pereza. Di golpecitos a la puerta. Magui respondió entre risitas de complacencias que entrara con ojos apretados, era de rutina, siempre inventaba algo de vanguardia cuando había sorpresas, y yo le seguía el juego por amor. Porque decidimos hacernos cómplices y esperarlo así, juntitas bien, digo, abrazadas y desnudas. Fabiana aceptó sin reparos. Aspa, le dije, no se molestaría, mejor, encontraría una razón justificable para meterse con nosotras en la cama, armar un modelo de escritura y hacer poemas comestibles. Porque si ella quiso, yo quise. No había nada que perder. Y cuando Aspa abrió sus hermosas retinas color tierra, nos vio ahí, sonrientes, lo llamábamos en silencio, digo, con muda manera de kiwi despapelado y jugoso, de ojo oscuro parpadeante y húmedo, con nuestros senos al descubierto, erupción de pezones y aureolas. Aspa se cagaba de la risa y no se por qué demonios lo hacía, digo, se lo grité y dijo reírse por el despeine de Fabiana. Puso la copa de vino que traía en el tocador. Nos observaba como observa Azul a las cucarachas al momento que las va a atrapar y se metió a la cama con nosotras.

Quinto y último acto
Antes de preparar la comida de la noche Aspa se arrellanó frente a su escritorio. Dijo escribir un poema comestible. Se lo soplé a Fabiana, digo, le dije que no me equivocaba, lo conocía perfectamente, tanto que podría cerrar mis ojos y verlo sumergido en las imágenes fotográficas del acto coitar y los temblores. Tanto que era idéntico a mi puchero. Al regresar del cuarto de los libros, traía consigo algo envuelto en papel regalo, por las dimensiones de la envoltura, deduje que se trataba de un libro. No era para mí, nunca me regala libros. Sino flores amarillas y cursilerías árabes o chinas. Después de leernos la poesía comestible preparó ensalada de frutas, pastas italianas con carne molida de res, guisantes negros, salsa de queso holandés y papas fritas. Sirvió la mesa, y le dije, que algo faltaba. Chasqueó dedos y corrió en busca de la botella de vino. Fabiana no nos quitaba la vista de encima, porque Aspa y yo siempre nos sentamos muy juntos a comer dondequiera que vamos. Entonces Fabiana y él iniciaron una larga conversación de isla y añoranzas, digo, de arroz y bandera tricolor. A veces apena verlo cuando se le salen lágrimas y no hay ni un día que no mencione el famoso té de jagua que cura la envidia.
Vivimos de sospechas. Dudamos de fanfarronerías especulativas. Ya no hay puertas que detengan los monosílabos ni las babas de las algas. Tú pelas una costumbre; ella la mordisquea, la sorbe, la chupa, la desinfla. Saca jugos prenatales del ombligo del cosmos; tú llamas a quien sea para donarte espermas y óvulos. Ella con mecanismos seculares sostiene contracciones y vértigos. Comamos revueltos en la quinta ventana del culo, en el puto bagaje de las constelaciones. Cada imagen es comestible en platos servidos en los huesos. Allá, a lo lejos, en la profunda insinuación del desmembramiento, somos espárragos, ostras u ostiones de vacas, quijadas rotas, ingles sazonadas con leche de cabra y semen de ballenas. Vuelve el rostro a perderse en el agujero de este encuentro planificado a destiempo, volvemos a vernos debajo de los azules atardeceres de Santo Domingo y París, encontrando un rastro de cebollas y sal al gusto. Sentarnos al borde no nos servirá de digestiones, y sin embargo, la pasta reptil de Dante nos acomodará la lengua agria, nos hará sufrir los anclajes en las costas de Lesbos, pero Safo desde su inmortal presencia comerá con nosotros de los lagarteos, de los restos de nuestras venidas y estremecimientos. Satisfechos hemos de levantar la mesa, ver el vino amarrarse a las patas de Azul, despedirnos en nombre de la estufa y el fuego, despedirnos sin razón para continuar despidiéndonos.         
                
 Inmanifestaciones 
 1
Cuando me telefoneas me pides cosas aun no aptas a mis regiones psíquicas, puedo en ves de remitir unos emails construir grafías (conjuntos de fonemas y consonantes) para no perder la costumbre de escribir en el papel. Sabes que las modas me hastían en sobremanera, que por más que el sistema trate de taponarme con sus tecnicismos de vanguardia digital procuro no enfermar de ciberespacio, de prisas y hemorroides.
El concepto está dado en mi investigación. Así lo pediste, hice el esfuerzo necesario, pero como a veces las cosas no salen a pedir de boca, encontré algo que quizá te interese. Esto me trajo a la cabeza magníficos conciertos de jazz y blues cuando íbamos al teatro los martes, cuando cantábamos en inglés las canciones de Nina y los otros, cuando escuchábamos muy atentos aquellas interpretaciones que nos transportaban a regiones indisolubles deseando encontrarnos a solas y perdernos en nuestras mismas pasiones desquiciadas.
A través de los ritmos hay historias siempre intactas, perdurables. Historias que nunca mueren y sobreviven al olvido y el desgaste. Por eso te facilito este fragmento que extraje de alguna parte y lo traduje (he buscado en la inmensidad de mis papeles el origen del texto, pero no acabo de encontrar el menor indicio de su procedencia, ni siquiera sé en verdad de dónde me vino enviártelo ahora que pienso en…). Porque el jazz se caracteriza por su ritmo binario, la melodía improvisada y sincopada y el empleo de una batería de instrumentos de percusión.

La filosofía se ha equivocado en definir que la humunidad puede explicarse en la relatividad de los cuerpos. Si recurrimos a nuestros propios actos, a nuestro devenir y los vamos analizando poco a poco, sin prisa y sin angustia, descubriremos que los filósofos de este tiempo aun no han descubierto cómo revelar la verdadera esencia del ser humano. Si no hay nada que pueda explicar la existencia del hombre, entonces, ¿estaremos perdidos ante una situación que amerita sumo análisis porque no sabemos quienes somos en verdad? Por eso creo, al igual que otros escritores de vanguardia, que el arte de la novela es hasta ahora el método más efectivo de redescubrirnos como lo que somos en realidad. Cabe la probabilidad de hacer mención de la poesía porque en ella encontramos también los exorcismos.
Cuando el ser humano se lanza a una empresa u oficio que ama y lo realiza desinteresadamente es un valor que salva y esta vez me complazco en decirte, Gina, que tu labor en literatura merece toda la atención. Cuando decidí enviarte este comentario —como siempre, la duda me asalta por temor— pensé en nuestros amigos poetas, y tú debes hacerlo publicable ante la sociedad marginada de los artistas auténticos, porque la poesía nos abre infinitas puertas para explorar la existencia de la humanidad, cosas que nunca antes se nos había metido en los sesos y que ni siquiera conocíamos (Esto no es nuevo, pero hay que decirlo tantas veces sea necesario).
Me permito hacer réplicas, citarme a mi mismo como prólogo en los planteamientos serios de un escritor sin entender todavía el por qué la buena literatura es objeto de marginalidad editorial —no solo allá, Gina, también aquí se la ponen a uno difícil y esta dificultad me revela la belleza de la fealdad de insistir en lo que amamos—, pero sobre todo la poesía que nace, crece y vive en el interior de los seres humanos, y de aquellos que se arriesgan a escribir un verso y que se hacen llamar poetas de la verdad absoluta [en poesía aunque haya negación, esa negatividad se convierte automáticamente en una verdad de vida] y que para hacer publicación que valga la pena tienen que venderle el alma al diablo. Pero qué importancia hay en que nos excluyan de manera encarnizada o nos incluyan de forma arrabalizada, ninguna, Gina, no hay ninguna importancia. La categoría de esto radica en lo que somos y con eso basta. Creo que si no fuera por mi trabajo de traductor (la ONG ha financiado varios de mis libros) hoy solo tuviera la humilde y humillante única tirada de mi primer texto de poesía.
La escritura es una manera de ser y la poesía es su esencia porque cuando un poeta esgrime la palabra no es para limitarla sino para engrandecerla. Y esta manera de ser es algo inherente al creador, como si las necesidades fisiológicas se exhibieran por medio del acto escritural. Me alegra terriblemente, y tú y los otros de allá deberían deleitarse también, que la poesía, como género literario, es la que posee más dignidad en la actualidad [siempre será así], porque todavía la mercadotecnia no ha logrado prostituirla. Aun el estado existencial de la poesía se encuentra distante de ser explotada como una esclava, y este estado es el principio del embebecimiento, de la sorpresa, es la intrínseca manifestación de la inocencia de las cosas donde podemos vivir en plenitud.
Cuando atrevo leerme en poesía soy un conjunto de placer y si la unidad poética se centra en la añoranza de lo cotidiano es como si ya hemos perdido algo. Esa pérdida no es más que la inocencia de los primeros pobladores de nuestra tierra, y esa nostalgia nos dice que guarda una extraña relación con la tradición poética de nuestros escritores.
Cada discurso en poesía por analogía es narrable; asi vuelve a continuarse en una historia yuxtapuesta al yo poético, y por tanto, Gina, si convenimos en este planteamiento, vemos que la existencia se nos explica con naturalidad, solo hay que mirar. Sabes, aunque exista la tradición milenaria del verso por el verso o la prosa poética siempre encontraremos la narración paralela de un ser humano sin importar que los críticos sometan a categorías y movimientos o a escuelas y generaciones la poesía en su totalidad.
Ahora trato de encontrar las esferas y en los otros estamentos ronda lo onírico y el hecho de que sea de esta nomenclatura no dejo de pertenecer a una sociedad minimalista, a un mundo en decadencia y falto de oportunidades, donde la crisis del conocimiento nos aplasta las sienes por los cuatro costados.  Donde quiera podemos ver esta crisis con la bestialidad de la indiferencia, una indiferencia que nos hace ajenos a las problemáticas de la humanidad. Y me refiero a cuando yo me encierro y me construyo en escombros para facilitar el no acceso a las transiciones de los temas y la emigración, porque somos en esencia seres completamente nómadas y no sedentarios como nos han querido meter en los sesos.  Nuestras evoluciones se deben al maltrato que recibimos de nosotros mismos en cada milenio. Hoy mismo estamos pasando por ese proceso inevitable; y si vine a esta ciudad no hay duda que lo hice por el arte y por la posibilidad de mejorar como mejor ser humano.
No hay vacilaciones en que siempre tratamos de encontrar el origen de uno mismo como si recomenzáramos de nuevo y la inocencia la hemos ido perdiendo a lo largo de la historia, ya no nos queda nada de esa inocencia, Gina, sino la oscuridad que nos aterra, por lo que sentimos pánico y por eso decidimos ser otros en medio del oscurantismo, y el poder de la poesía nos ilumina y somos poseídos por la esencia y mutamos la realidad convirtiéndola en otra significación, en otra realidad ideológica,  en un mundo lleno de utopías realizables.
¿Por qué me reclamo y nos reclamamos en un poema? Hemos borrado de la memoria esos mitos que nos hacen ser quienes somos. Es lo que deberíamos rescatar de esa ausencia perniciosa y tiránica, porque con los mitos, con nuestras creencias nos identificamos como seres completamente espirituales; y quiérase o no, la poesía revela lo que es la vida.              
  
2
Bienaventuranza es la que ha sido en este trayecto de circunstancias apremiantes. La inducción me lleva a reflexionar en un poeta que recurre desde su infancia hasta estos días de desasosiego impertinente, o quizá debo rectificar que esto me lo he propuesto con propósitos malignos por asi decirlo, es decir, que mis angustias son autoimpuestas. Al poeta que me refiero era un catedrático de arte de la universidad estatal llamado Felino Dádiva, firmaba sus autógrafos con este nombre, pero solo era su sinónimo para no advertir sospechas de las élites, porque su nombre verdadero procuraba ser una ofensa para el populacho.
Lo que me alienta a seguir viendo sus poemas es nada menos porque están  estructurados en versos arcaicos, con sus rimas asonantes y consonantes, con sus métricas premeditadas y prefabricadas, sonetos que dudan de sus mismas cuantificaciones y cualidades, ya que los que me agradan y me llaman a reflexionar son los que presentan interrogantes. Y desde hace un tiempo vengo agarrando algunos versos que son la peste mórbida de mis naderías. Por ejemplo Las sombras que me asedian, ¿son mi infancia? Hay dos razones básicas en esta imagen porque en el transcurso de la vida el ser humano se vuelve irrisorio e iracundo con las experiencias oscuras que sicológicamente dan al trasto en los rastros desde la niñez hasta uno ser un adulto huraño y silencioso, puesto que entramos en pesadumbres que nos hacen ser sombríos y así todo lo vemos con el vago reflejo de la infancia.
La imagen del espejo, ¿acaso es mía? Siempre aludimos al proceso del hombre en el tiempo, este aniquilamiento no trae peros ni soluciones de una observación más auténtica a esta incertidumbre. Ya no me creo la figura reflejada de mí mismo, la que será el vegetal movido por productos fármacos existenciales, la materia viva de mi genotipo secular, un sentimentalismo de inseguridad como no me creo lo que observo en el espejo de mis dudas. Ya no habrá solución de antepasado ni mucha cosa en lo espontáneo.
Veamos lo opuesto al sentido de la palabra redescubriendo en el eco las réplicas del ser y sus antítesis: ¿Quién enhebra mi voz? La lejanía. Esa es la intensión viva del sentido metáforico; tratamos de hallar a costa de guerras milenarias lo impalpable lo invisible a nuestra vista, dándole un matiz religioso no de espiritualidad, de eso que presupuestariamente captamos con nuestra percepción individualizada, característica imperceptible del monoteísmo. Me opongo a este traspaso de tradición mal fundada y malintencionada, raíz de discordias y fundamentalismos en los pueblos. Pero bien, nos han inculcado desde el remoto nomadismo la sensibilidad de creer en algo, no importa que no miremos nada, solo creer y ya basta porque así ha de ser. Los padres y las madres de las iglesias no soportan que alguien —inevitablemente aparecerá ese alguien— venga y ponga en tela de juicio las normas establecidas. Esto es un desmadre, porque el derecho de comulgar críticas es un deber de herencia de nuestra esencia. Felino nos alerta de ese algo incorpóreo, nos pone a prueba y alude con la palabra lejanía a la entidad cristiana de Dios. Pero si damos otro salto de gato atropellado a plena vía en contrariedad estricta de la palabra, sospechamos que ese algo dicho en voz del yo poético requiere la distancia de sus pesadillas que son las ineludibles ratas de laboratorios: el tiempo y la muerte.
A ti estas discusiones siempre te han sacado de las casillas, me viene a la cabeza cuando eramos jóvenes desenfrenados, sin escrúpulos, batallábamos por horas en torno a este tema insidioso, no pensaba tocarlo por ninguna manera, pero el verso de Felino nos lleva irrevocablemente a hacerlo. Prometo que solo será por esta vez, que nunca más tocaré el tema de la creencia porque a ti no te motiva dudar de tal carbunclo; si el escritor dice que ¿Quién mis silencios urde? La distancia, no me queda de otra que darle un requerimiento metafísico al asunto. Yo preparo un lugar sexadimensional en otra dimensión para dormir la siesta de los gatos y las perras; es una propuesta de estado y de ONG lo que traduzco en el paralelismo de la muerte sin muerte, allí la inactividad de mi visión rota en un eje imaginario que se desplaza en el semen; pero hay otras latitudes de obrar en el asedio absoluto del hombre al percibir que la distancia no está muy lejana sino que ella guarda constante la privación de que nadie responderá, lo sé, a la relación de la metáfora con lo sensorial.                         
Puede que el poema trate sobre los utensilios que forman el entorno de un hogar. Los sentimientos que refleja por las cosas comunes inadvertidas me sobrevaluan la irresolución de la tristeza, sorpresa que constituye la objetividad del contexto familiar. Me aludo en el aislamiento de vivir solo sin el acompañamiento de la vida. La sustancia corpórea, un objeto poema, dejado de generación en generación y puesto en mis manos y es tan vasto que mi yo se pierde en el encuentro de su esencia en un animal fabuloso con cabeza y tetas de mujer, tan subrepticio me transcribo en una especie de mariposa calavera que soy humo hierático que sube al astro de queso y todo se escalofría, calo en los tuétanos dándome un horrible sabor a realidad. Desde siempre, el astro lleno de orgullo, me ve andar en la humanidad ausente, indiferente, acallada y continua sin importarle el transcurso de los peces en las olas plateadas. En medio de esa acuarela permuto en noche muy despacio y esta causa de lentitud nos lleva a querer averiguar lo incomprensible del silencio. La opacidad quiebra la vista del astro lechoso, agonia del milagro en los orígenes del cielo, anuncio el pretérito que se connostalgia y el astro ríe eyaculando la noche con sus guerras, sus proezas, sus desarrollos, sus vanguardias tergiversadas y se postra en lo alto, a la altura de mis manos, sin cambio, siempre el mismo mirar quimérico y entonces muta sin avanzar, presidiario por mis brujerías de artista, una tradición que se hace a fuerza de apretar los dientes. El esbirro evoca la muerte en las trincheras con su queso descuajado, luz intacta invariablemente, viendo las trayectorias de los cadáveres desde el neolítico y no varía sus solsticios que remota el atardecer que fue traspasado por los árboles, los ríos, los océanos, la tierra y los mitos.          
       
3
Hace unos momentos leí un artículo en Bagages. Lo vi muy curioso y en serio, me vino a la mente enviártelo por correo electrónico, ya que las tres cartas anteriores (manuscrita por cierto) se te han hecho difícil contestarla. Pero soy paciente, sé esperar, lo sabes, Gina, aquí todo pasa con la prisa que antes no tenía, por eso en mis ratos de libertad convengo conmigo para leer las bobadas que publican en las revistas de arte y los periódicos. Si entiendo que el asunto es de importancia recorto y pego en un álbum las críticas y las pinturas y los cuentos y las poesías. Este pasatiempo viene a ocupar un espacio que tú llenabas.
El encabezado evoca varias situaciones para ser poeta, el que lo escribió cita a Kundera, aunque se mete en un terreno escabroso y muy manido al presumir y contar anécdotas de su amarga vida, porque el tipo (que sé por intuición) se hace llamar por iniciales o letras y se ve que le dolió muchísimo hacerlo. Lo curioso es que fue al de las iniciales que le pasó la controversia aunque lo publicara en tercera persona.

«Cierta vez un poeta “El poeta” le preguntó al articulista también poeta en un programa de televisión que para qué servía la Poesía. El entrevistado le respondió al entrevistador que la Poesía servía para vivir. El del programa a la vez le manifestó que no le viniera con sus teorías ahora y que dijera lo que fue a decir en el programa; y al otro no le quedó de otra que confirmar su planteamiento de modo más extenso y firme…
»Hace poco, durante su participación en un festival internacional de poesía (¿dijo poesía?), rodeado de sus amigos también poetas, pensó en cuál de los jóvenes como ellos demostraba una fascinación por el arte de la poesía: y como por gravedad le cayó un nombre en la cabeza: Lagarto Salta Cogote, venido de un lejano mundo arenario y desiertario. Lagarto tuvo que hacer salida en una tormenta de arena a conquistar otros espacios arborícolas, otros sueños: almorzando lenguas y bebiendo savia aquí, preparando el verde, el tierra, el amarillo en óleos pantanosos y movimientos de cabeza y alzando patitas allá, dando saltos, estudiando el ambiente acá; y vino entonces en un ferri a arrebatarle la subsistencia a esta ciudad corpuscular hasta que se encuentró cara a cara con la poesía. Y es el fruto de ese encuentro vital, y la magia envolvente de Ninfa Sempiterna que le fue dando forma a la poesía que hoy tienen en sus manos: Otrora del boquear azul, su primer bostezo en el barrio después de comer cucarachas y gusanos.
          »En este contexto el poeta Lagarto presenta sus extremidades como territorio expresivo,               manejando ciertos paralelos con los símbolos de las azoteas y las fachadas de los edificios:
El cemento ahonda en mis escamas
se detiene en las pinturas mi vientre
tan cálido que tuerce y huele
un desierto de primavera, gorjear
de mis pliegues en mis retinas
duele aniquilar esta plenitud
           y no hay otra manera que mi cola
»Importantísima plaza ocupa en esta especie el tema de lo azul: siendo tan brusco y definitivo. Lagarto Salta Cogote trata de atenuar su poderoso influjo presentándolo con una inusual cotidianidad. Así lo llama: Imagen sin lengua, Color necio, Retorcimiento minimalista, Travestismo baba… Pero el reptil sabe que al otro lado existe lo arenario y el desierto, los sebos y el sur:
No existe mi rastrera fisonomía al sur
de este adúltero descanso fetal en la arena
no, no cabeceo los vitrales ni los secos lotos en azul
hoy subo desde la alcantarilla a verme
           por maldita vez amaestrado en las aceras     
         »El entrevistado debe confesar algo que le susurró Lagarto: ellos amarán la lluvia que enlutese y entierra, la que ilumina y entristece el polvo y la existencia. A pesar de quienes la aman sean tan pocos como una barbaridad de antesala, se gozarán de las masas sudorosas y exultantes. A pesar de que algunos profetas sin ojos o con ojos pretendan dirigirlos a los cofines del páramo lagarteado en abatimiento ellos retornarán del azul. Sólo miremos como Lagarto, que nos trajo su Otrora, viene a lagartear en sus rabias de reptil, testimonio en la poesía: 
Mi rabo esta colmado de serpientes
y otrora resalta y resalta en algo
diferente a mi escapatoria por la rendija
»Porque lo polifónico varia en las metáforas con un lirismo sencillo que le da ese toque, pese a la inocencia del lenguaje, ideológico o más bien un sin sentido abstruso que a la vez es metafísico. La pasión que Lagarto le tiene a las paredes es la recurrente necesidad de la textura de los árboles, y al analizar sus lagarteadas son los ancestros del jurásico que lo mantienen aferrado a sus sueños de reptil.
»El entrevistado se arriesga a dogmatizar que la poética de Lagarto esta inscrita en lo que afirma Milan Kundera cuando se refiere a la poesía en su ensayo: El arte de la novela, cuando declara que En efecto, si en lugar de buscar «el poema» oculto «en alguna parte de ahí detrás», el poeta se «compromete» a servir a una verdad conocida de antemano (que se ofrece de por sí y esta «ahí delante»), renuncia así a la misión propia de la poesía. Y poco importa que la verdad preconcebida se llame revolución o disidencia, fe cristiana o ateísmo, que sea más justa o menos justa; el poeta al servicio de otra verdad que está por descubrir (que es el deslumbramiento) es un falso poeta».           
Par  P. T.
R. de A. B., 03/02/2000

4
Cuando me topé con el trastorno en las calles de París, sólo necesité leerme en unos cuantos poemas para puntualizar el rostro áfrica de esa bella rasta enferma por el tránsito y la fotografía; y no tanto eso, sino que al juntarme con sus amigos fui observando los detalles insospechables porque no importaba que estuviéramos comentando sobre arte y sus consecuencias en los artistas. Lo hago de manera natural y esencial para poder armar los pequeños saltos de la atemporalidad.
Escucho cada palabra con sumo cuidado. Uno de los concurrentes se le zafó —porque de seguro no dijo esto en serio— decir que era un Poema Andante. El poeta que se considera de este modo es alto difícil de convenir con el propósito que su mentalidad le ha sugerido, ser en sí lo que se escribe trastorna cada elemento constitutivo del pensamiento y los actos. Desde mi intervención en el arte he escuchado que muy pocos individuos Poemas los son, en un siglo tal vez surgen uno o dos casos de vivir la poesía netamente en su vida ordinaria. Casi nadie está por jugarse el ser propio en lo que escribe en la irrealidad postmoderna. Vivirse en poesía es vivir lo que escribe un poeta. El Poema Andante continuó con sus bagatelas, monotonías que trastornaron mi posición de asiento desprivilegiado en última fila de anfitrión. Aún soy un completo extraño ante estos artistas. De tanto en tanto Marguerite me observaba con sus grandes ojos de sombras, quizá imaginaba el sufrimiento obligatorio por el que estaba atravesando. Pero la rasta en sus mejores alternativas se reía colocando una de las manos en su barbilla. Esto a mí me ensoñaba despierto y no admití los disparates que articuló el Poema Andante, porque cómo se le ocurre argumentar que la nueva forma de concebir la poesía es sustantivar sus andanzas. Tú te imaginas Gina, dar nombre propio a objetos inanimados, a seres adjetivos, sustantivar verbos, sustantivar gerundios, sustantivar adverbios, etc., etc., u otros aparatos que designen principios o esencias. Pues lo dijo sin el menor pesar de los convidados. Nadie puso oposición a los términos ni a los brebajes, cada quien estaba inmerso en sus oportunas desgracias bebiendo vino y vodka, sin darle la más mínima importancia al hecho discursivo del Poema Andante. Creo que el poema debe decir lo que tiene que decir. Una poesía sincera es cosa ardua y compleja, es un todo en su cosmos (aunque paralelamente haya una historia fundada en el yo poético). El tipo continuaba divagando porque según su método de hacer con las palabras un poema era rebuscar los sustantivos perfeccionando el ser por medio de la sustantivación, sin perder la coherencia de la idea y el ritmo alejandrino de la musicalidad interna del verso, para darle fluidez y tenacidad al Poema Andante.
Otro individuo, que por su  fisonomía pude comprender que era un árabechino, el acento francoparlante se resumía en sus nariz respingada, sus pómulos salientes y la ridícula inclinación de sus pobladas cejas. Paró en seco al Poema Andante y la discusión entonces tomó otro sentido aberrante porque ni yo ni nadie intervino. Marguerite sólo se dedicaba a envolver (ya estaban enredados) las puntas de sus rizos, y en disimulo se levantó del sillón para ir a modular el volumen en el minicomponente de los jazz y los blues que de vez en cuando pretendían opacar las voces de los conferencistas. Cada formulación rebuscaba. El tipo era un Poema Rebuscamiento. Si rebuscar la palabra, decía, en cuanto modificación de un poema es autocorrección del mismo. Puede ser sacrilegio para algunos y para otros la dicha de prolongar el encuentro con la mutación. Esto último lo dijo entre ofensivas carcajadas. Al transferirme de un estado a otro en el despierto dormir el vino hacía de la suya, aturdía mis pensamientos y los absurdos que alguno de los amigos de Marguerite cantaba con las instrumentaciones de la música de fondo me ofendían. Aquellas conversaciones de las reuniones en apartamentos, plazas y estaciones de trenes parecían ser planificadas por un aparente sortilegio de escaramuzas y teatros. Es decir, que cuando llegué a París, anduve buscando gente que hiciese literatura y no tardé en encontrar este grupo de antimotines y antipoéticos. Varios de los compañeros de trabajo en la ONG me dieron por referimiento que los artistas se congregaban en cafés y bares en la periferia del Barrio Latino, cosa que no duré en hallar. Por suerte, como ya sabes, lo de Marguerite fue otra cosa descabellada. El Poema Rebuscamiento trabaja en una biblioteca de universidad, habla lo ágil posible como queriendo —así parece ser— no dar a entender lo que dice con ese acento de francoparlante frenético. Es el más allegado a Marguerite, no le pierde el rastro por nada y es el adulador de las fotos avícolas y a las posturas ridículas de los transeúntes que descansan en cualquier lugar de esta ciudad. Rebuscar, argumentaba, el Poema son ciertos giros de modernidad y los antiguos poetas hacían eso, y por qué no realizarlo. El Poema Rebuscamiento también es un gran mercader, vende todo lo que le llega a las manos. El otro día, eso me lo contó Marguerite, traía un ejemplar de un aparato mágico que le había regalado Jodorowsky, el cual consistía en ver la realidad en una representación unidimensional, un plano de la realidad que en fin era todo achatado, y porque se le había acabado los cigarrillos se lo vendió a un mendigo por unos euros y media botella de aguardiente diciéndole que el aparato podía realizar cualquier deseo que se le pidiera. El Poema Rebuscamiento cantaba no sé si a la tierra con imágenes antiambiguas y un tanto antipoema, si lo hubieras visto Gina, alzaba sus manos con gestos idénticos a los de Nicanor Parra. Y esas construcciones escudriñadas apasionaban a los monigotes que allí se encontraban hipotéticamente oyéndolo, pero que ni le ponían caso porque entre ellos y ellas en susurros se dedicaban a otros asuntos, y con esa levedad de fuerza penetrante el Poema Rebuscamiento dijo su tesis y todos nos pusimos alerta, debíamos salvar a costa de algo la degradación de un mundo perseguido por el eje imaginario en el espacio. La inescrupulosa sobriedad de sus discernimientos, según su afán, pretende enriquecer los recursos multilaterales de nuestro pobre mundo en decadencia. El Poema Andante contradijo la tesis, al levantarse con brusquedad y con voz de circo silenció al otro cuando afirmó que ese eje imaginario era por las traslaciones y las rotaciones dado el plan de las inclinaciones. Pues la órbita habita en cada uno de nosotros y la relatividad se infundía en un asunto rastrero. Hice seña a Marguerite que quería salir de aquella sala incongruente y espaciarme en un ambiente menos enrarecido, pero la muy rasta río y vino a prepararme un trago de vodka. Me lo extendió por encima de la cabeza del Poema Andante que se hallaba próximo a mí. Luego pasó por detrás de otros artistas que se balaceaban al ritmo de los jazz y los blues y se detuvo detrás de mí como una sombra blanca para acariciarme el pelo (eso siempre me ha fascinado), quizá queriéndome decir no te preocupes, lleva el tono y deja correr, o no comprendió la señal. Ya no era un trastorno. El conversatorio se intensificaba e induje aquella ocasión que un enloquecimiento permisible me arrastraría a la pesadez y a la maldita insomnidad. Pues todavía discutían de nombres y rebuscamientos y dado el caso —eso se llegaba venir— iniciaron temas puramente metafísicos. Prorrumpieron a armarse de la criticidad en un sentido invertido. Uno clamaba por el despojo de los males y el otro auguraba en los temores del ser humano. Era claro que el debate se acaloraba ya que mis retinas se apagaban intermitentes (no llegué a saber cual de los dos mantenía una o tal postura). La filosofía de la ausencia de contrarios podía ser el vacío para retener allí sin alarmar a los otros por nada. Obraba esto en mí de manera arbitraria, no llegaba a comprender las voces de Poema Andante ni de Poema Rebuscamiento, ya que poco a poco las voces se fueron convirtiendo en murmullos, cuchicheos de insectos, en soplos o respiraciones de anfibios. Pero esa misma mañana, porque el problema se prolongaría hasta el amanecer, pregunté a Marguerite qué había pasado con los locos de sus amigos por quedarme dormido en el asiento, contestó que los tipos siguieron con la complicidad de la poesía que los llevaba a serias discusiones para alcanzar mejor un acuerdo entre ambos y ser entes de ideas avanzadas. Coincidieron en que la perfección del universo radicaba en su imperfección; pero sus diferencias estribaban en la ausencia de las cosas, y aunque Sartre escribiera su sistema existencial en El Ser y La Nada, no quería decir que no existieran contrarios, sino el ser humano frente al vacío de la existencia. Para Poema Rebuscamiento no existe la oscuridad, sólo luz; no hay odio ni rencor, sólo amor, el bien en sí, es su rumbo nortesuresteoeste, su paradigma; a lo que se opone tajantemente Poema Andante. Para este tipo existe la necesidad de los contarios para regular el equilibrio de las cosas.
Éramos contrarios por esencia, por ejemplo cuando hacíamos nuestros planteamientos sobre el arte de la fotografía y la poesía, tal vez así habíamos encontrados nuevas verdades, yo las mías y ella las suyas y ya esto de por sí es una contradicción. Con las contradicciones hallamos esas verdes verdades que nos hacen más humanos. Porque si todos los seres humanos estamos de acuerdo en todo, oh mundo perverso, entonces ahí si tendremos que revisarnos a fondo, si toda la población de la tierra estuviera a una ya no existiríamos. Esto me lo dijo Marguerite plenamente convencida cuando ya estábamos acomodados en un asiento muy abrazaditos en el tren de las ocho. Era domingo.                                                  
5
Unos de los compatriotas de Marguerite, llamado Mutombo nos invitó a una obra de teatro mudo, mimos sin rostros o personas que se contorsionan por poquísima afición de trance o el alto nombrado performance.
Según lo que nos contó Mutombo antes de su acto, el trance personaje consiste en un niño profeta convertido en serpiente y voces soplos como palabras amordazadas. Una chica de talante descuidado regó pedazos de páginas en blanco sobre el escenario. Me preguntaba para qué diablos eran aquellos trozos de hojas y qué representaba la chica. Desde el telón surgió el niño profeta, asustado, observando a todas partes, como para que no lo vieran, escurridizo, arrinconándose a cada salto que realizaba y se lanzó al piso bocarriba, moviendo sus brazos y sus piernas a manera de ir en viaje de bicicleta. De pronto se colocó bocabajo y tal cual una serpiente negra [o un lagarto negro] comenzó a reptar en ondulaciones maleables, en contorsionismo mórbido. El proyector de la luz le daba un aire a su reptar de fenómeno ilógico, o sea, de una humana serpiente o un dragón avanzando hacia lo indecible. Entonces de un salto se incorporó e inició a hacer gestos estrambóticos, gestos de cuclillas, gestos un tanto de pie y su sombra como algo independiente de su cuerpo continuaba ondulándose tal cual una babosa despedida de su cuerpo en otras acciones ridículas. Se agarraba el rostro con sus manos y de allí con ímpetu lanzaba cosas intangibles al público, una y otra vez hasta que la cara mutó en la expresión desesperada de un muñeco de ventrílocuo, con muecas y sus ojazos fuera de sus órbitas. Algo le salía de la boca en forma de pico de ave, sacaba la lengua roja, se la estiraba; se abría la boca hasta el límite con sus manos, y otra vez repetía los gestos de cuclillas y de pie. A gatas encontró parte de las rotas hojas en blanco y uno lo veía comerse los trozos, tragar el papel, simular beber agua en un recipiente que se había inventado de improviso, y así a gatas escribía con la lengua poesía de babas y salivas en algunos de los trozos de hojas en blanco. Hizo este acto varias veces seguidas y después de imaginario lanzaba a los espectadores los versos que escribió con su legua roja y larga. En una, subrepticiamente, nadie lo advirtió, eso pareció, porque todos nos quedamos con las bocas abiertas, el niño profeta dejó de ser niño profeta para convertirse en mordaza humana, en tortura autocensurada por sus propias manos que golpeaban su boca interesantemente apretada como condenando lo que antes escribió con su lengua larga y roja en los trozos de hojas en blanco: malapalabras de babas, buenapalabras de salivas, versos que quizás estarían prohibidos a nosotros (el público) o cosas que no podían decirse en escenario, pero que las decía a su manera de decir. Esos versos de salivas y babas no lograban ser escuchados, porque se cubría sus orejas, sacudiendo la cabeza de lagarto serpiente. La sombra proyectada por su fisonomía ya no ondulaba, sino que inerte simbolizaba tal vez el estancamiento de la poesía, la parálisis, la inmovilidad del devenir de sus actos. Ese trasfondo resumía el performance. Nuevamente se derrumbó en el piso fusionándose con la sombra y reptó de inversa hacia el telón, desapareciendo del escenario.    

6
En una revista de arte (no me acuerdo del nombre, no se si se titulaba Guide de Image et Figure Stanley), en 1983 (la fecha si me llega, fue el año en que naciste) se publicó un artículo sobre unos libros rarísimos, y como siempre, aquí te lo envío. Me aterra mucho porque no sé si recibes los emails que te pongo. Comprendo. Soy muy descuidado. Irrelevante. Pero esta fascinación enluta mis sesos. Si contestaras a ellos la satisfacción humedecería mis riñones. Están secos. Y no es que vaya a estar mal. No. Aún respiro, Gina, con mis problemas de siempre. Ayer fui al teatro con Marguerite y vimos unos actos de performance. Sé que adoras eso, pero casi aburren mis pupilas. Después te cuento de esa rutinaria clandestina porque todavía no entro en materia con el asunto de la Guía de Imagen y Figura Stanley. Di con la cuestión un día que estaba tedioso en la oficina, me puse a husmear en los archivos y lo encontré. Lo traducí de inmediato al español. Aquello me pareció tan irrisorio. Tuve que meterme al baño a vomitar, pero allí se encontraban otros, traductores, conserjes, el director, un secretario, y otras personas de menos envergaduras como si ahí se reunieran la crema de la ONG para hablar de nimiedades. Esa gente y el pudor no dejaron que se me vaciara el estómago. Son tres faces, algo así, tripartitas, divididas por asteriscos (le adjunto otros signos para la diferenciación), pero que hablan del mismo artista de farándula, —nunca he escuchado su nombre ni tampoco recuerdo— con esa actitud tumbapolvo que a veces vivimos allá o que ustedes viven aún por el aprovechamiento de funciones y estamentos. Apena comprender esa percepción que traje aquí y la que todavía pervive en mí pese a los años. Espero que disfrutes. Magui te saluda. Lo dijo hace un rato cuando me trajo café.
Alfa
El artista esta mucoseando la ruindad del infinito, en chatas y rugosas arqueologías. En forma placentera tantea los cuernos del diablo, los modifica y los higieniza en acuosas ideas al decaimiento de la poesía y consciente somete su texto a la certeza de la belleza y al reconocimiento de las normas. En Excepción del expectante nos corresponde escuchar gateamientos y aperreamientos, estalactitas descendiendo de un cosmos caos. Un ente masturbado en la masturbación de su propia esencia, hormigones lenguas y sorbos inhumanos lamiendo yacer, el infierno en su más retorcida ambigüedad. Maleabilidad de los sentidos, estridentes, reiterativos, metaficción de un lenguaje irreconocible. El artista adquiere lo extrasensorial con sus figuras o criaturas, y esas criaturas es el transitable diseño de gusanos poetas a sangre, a tacto, y cuyos venerables síndromes sobreviven a la versificación del verso por el verso, a golpes de púas y martillos y clavos, dichos en iconografías grumosas, en magmas y en verdes salivas.
Beta
¡Qué buena son las huevas!, salvo de algunas que conozco. Para uno el arte es siempre arte por lambonismo o clientelismo. Es pura farsa. Deberíamos continuarnos y decir si los huevos son hueros o si están mal encubados, en fin, si están mal cocinados o crudos. Desde hace tiempo no comía un menú tan huevo. Fuera de contexto. El revoltijo son imaginerías que suelen cobrar vida al masticar y tragar. Por lo menos en mí. Y esto anima a mi gusto cuando se promedia con el lector huevo. Sin embargo, encuentro un tanto efectista las huevadas sobre el aceite de oliva y la manteca [en hipótesis salud dietética], no interesa por ahora cómo se elabora la huevada, sino qué suele ocurrir cuando va huevando embriones y en un momento la elasticidad se cae y ya no hay sabor a huevos sino a lagartos o salamandras, como si fuera un aborrecimiento pendejo por una sexista. La fatalidad es que hay notificación, por lo más a mí me da esta impresión. Al desayunador le atañe comer huevos ante un espejo. Desde afuera es fácil ver lo que está huevo y tanto si se trata de otro distinto a él mismo. Sin embargo, me sorprende que esta especie de salamandra apoye su lagarteo sobre los concretos, que es más llamativo significativamente que los postes del tendido eléctrico y las cloacas y los espacios húmedos. La manera de reptar es como si estuviese anidando, algo inusual, ya que quiebra con el bestiario de muchos. Especialmente con la tradición ofusca de los amaneramientos del goteo por gravedad. Omniscio poder de la noche no tácita. Sus trastornos copulan con ebriedad en el embalse de la automatización, lagarteando por lo huevero, y creemos que existe una preñez relativa a lo somático y a la música de enredar colas con un romanticismo fijo en meter y sacar de colas; pero no colear puro, sino un coleo afijo en el nombrado coleo deshigienizado, resuelto, que no deja de ser cínico y perverso, bello y santo, y por acopio litúrgico. La palabra “Huevo” esgrime tregua de escalones en algunas huevadas, como si después de ir cuesta arriba dentro de una yema automática —no abierta, pero si de ponche— le sirviera para el reencuentro y luego continuar huevos. Porque narra un arte citadino, previsible, huevar boquiabierto, por llegar adelante en rupturas que en todo nido es digno de mención. La salamandra más que contar hueva. Ya esto de por sí se ubica en lo que se está huevando a nivel de concretos. En ordinarios números equiláteros o de circunferencias, más en sus coleos, me complace ver una meritoria representante de las grietas al desovar sus huevos en los concretos.
Gamma
Mefisto para dulces eneas es una liturgia de necesidad de hoy. El poeta, astronomía de nuestro ecuador, se nos revela en rebeldía, un astronauta en el sondeo de atrapar al expectante desde la sílaba y sus derivados hasta el siempre delirio de la cláusula. La atrocidad inmanente de Corinto relumbra en Turquía y la Palestina, acá como la resultante de un metódico artificio de poeta. Es axiomático que estos seres predestinados por los orífices de las mamadas han de dominar la sustantivación de la poesía en consonancia con la costumbre de los pueblos africados y ápico dental labial y palatal. La Composición Yámbica de su poesía-prosa se mueve de extremo a extremo, sorprende en Lunatar con un tema follonista, exageradamente caracterizado por semen y culo, óvulos y vulva; ya en Lamemanía, Polvolandia, Cantimploras, Fiesta de la Carne y Lameculos hace solemnidad de su masa artística, dándonos la grasa neta de la obesidad. El lagar-to es una poesía en prosa caótica y ese caos hace de ella la belleza barroca del aturdimiento, modernidad instaurada en el rapapolvo que no da lugar a desperdicios si se toma como modelo antes de ir a la cama con una alemana. Las descripciones, las imágenes danzan y se estacionan en una posición horizontal y vertical en cuanto a arte se refiere, y es que, más que una superstición freudiana, es un análisis de las estructuras cognitivas de las fábulas cretenses, griegas y grecorromanas, que se precisan en el acto inherente a la humanidad. Coitar bucólicamente es irnos de manera obligatoria a la natalidad del poeta, no hay dudas, cuanto más largo es el aparato del hombre, menos dolor sentirá la alemana, y mayor es el ombligo que lo ata a los culos y a los coños cachondos. Dejaré las relaciones de ritmos de sábanas, cohesión de dedos y coherencias de lenguas y babas al inquebrantable juicio de las mamadas al eyacular el consentimiento en calidad de amante del género.   
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