miércoles, 30 de junio de 2010

Poetas de las miserias (entrega #11)

Variaciones: Lecturas para versos

1

Nunca sostuve el triunfo, había perdido con dichoso placer un grito en los ojos pasmados de Marguerite, locos por vaciarse. Soñaba abandonar el todo e ir a beber en una fuente las delgadas venidas y venirme en el extraño coger un deseo fortuito y gigantesco. Las palabras me llevaban a morir de cáncer prostatario al lecho de Gina deseada por miles y miles de contratiempos. Sin embargo, cubro mi desnudez de golondrinas. Gozo a estatura de dios lamiéndome cada agujero de mi boca que se abre incierta, eso es abandonar la lengua cuando me halo fuerte tragando mis salivas prenatales y me digo en párpados tirando a través de las huidas mis retrocesos. No resisto las ganas de comerme en un escándalo o en un dibujo elaborado con lubricantes por Mefistófeles. Sorbo a lametazos y musito entonces experimentos, un deseo completamente reinventado por la introducción tibia de maderas que silenciaban a Gina, que frenética hacía un trazo y los jadeos revolucionaban tirando de su pelo de vez en cuando porque aprisionaba la cabeza de Atila incorporándoseme y me dejaba caer fuera de sí en los gemidos continuos. Propugnaba amar y confrontar el desasosiego con los placeres con que dios siempre ha soñado. Me detenía de golpe y con mirada acusadora ella susurraba que el sudor eran gruesas gotas morenas y veo en el cuerpo de ella a Juana de Arcos desenvainar su espada, a Apolo abriéndose paso en el fuego terrible hasta no poder aguantar hasta morir incinerados.


2

En un grito bárbaro, salvaje, le he dicho a este ser meticuloso, y sobre todo de su extraña procedencia, cómo se atreve articular tan sólo una vocal. ¿Cuál es su intención? Me he visto fluir del miasma, sin embargo, dentro de su boca calcárea vengo y la excrementosa humanidad me ha vaticinado. El diablo o su Fe no me han poseído, con la suerte de entrever un poco más adelante. Pobre consigna. Me he dado a la libertad de nombrar… epítetos, viejos duendes que se arrastran a morder la nieve de las flores que no han brotado. Cómo se atreve a escribir en los muros los senos de las vírgenes despilfarradas. Es la perra soledad el Terror que poco sabe de mis tormentos y delirios. Qué sabe de lo profundo de mi pecho. Cuando habla de enanismo ahí llegaba el hombre en carteles que emigraba deseoso a ver las sirenas azules de la Atlántida, pero a dónde se dirigen en este delirio animal que se avecina en corolas porque yo era en mi infancia un poeta que venía de las arenas. Hoy concurro sin destinatario padeciendo papiloma en la sangre verde de las prostitutas, soy esa enfermedad del canto onírico que se desprende lento y acontece en el milagro proyectado en la insombra.


3

Tocaba las fechas invocadas en las pizarras blancas, como un grito en el ahogo de lágrimas duras o columnas de océanos germinadas en mis ojos y los sótanos arañaban mi bilis, deseaban arrancarme el páncreas apretado en sus dedos de viento. Llegamos a mermar el abismo bebiéndonos el verde de esta ciudad delirante, orquestada en furias, surtidora de espantapájaros. Lloremos las calles y los vitrales cómplices de historias a medias como Aëdas de la simulación. Esperaba la lluvia clandestina, la lluvia retrete o terrestre, esperaba la risa, fechas imborrables y sombrío quise reencontrarme en cada rostro en las olas, en la avalancha de sus dedos espumosos. Olas con hache o sin hache, mudez temeraria, sincrónica y acrónica, ola que nos estrujaba y hacía que florecieran las algas. Hola de semen y óvulos que se batían libres. Disfrutábamos de las burbujas en nuestras carnes. Olas y más olas buscando orillas rutilantes, frenéticas, eran manos de agua reciente en palabras, aposento ola, menstruación y betún removido bajo las vestimentas. Olas fetos, hola de muerte que se condensaba dulce en lo único que nos quedaba, golpesbajo en el paraíso claroscuro y el hades andaba en agua seca porque llovía un sol vivo en nuestra desesperación, pero entonces andaba agua muy lenta en el oasis de ella de ahí debajo pariendo dátiles. Toda mancha negra es una esperanza bebida en estas etéreas retinas. Como andaba el agua infernal y salvaje en los entonces de la noche, pensé en las guerras de la humanidad, tan inocentes y ridículas, tan objetivas y sin sentido. ¿Qué será el día pétreo y tildado de gerundios, de paradigmas ambiguos y otros altares menos accesibles? Porque andar de agua sostenida en esta pesadilla es del amante melancólico que triunfa al someter los insomnios a la preocupación de la locura. Llovía párpados, era prescindible asesinar la h lesbiana que injuriaba la mentira ante mi pecho. Se había roto la tierra, el germen en la sonrisa del cieno, dudaba esta convicción maldita, enferma dulce y tan preocupada en marchitar las ruinas de la expectación, que eran navajas infinitas hiriéndome a ruidos y sus cuchilladas también torturaban mi epidermis, la vértebra de mi viejo y sucio corazón húmedo en crisálidas a plena oscuridad del día. Cuando esta guerra concluya habrá gente intrigadas igual a mí, por eso llueve en esta ciudad bocarriba, llueve polvo delgadísimo, llueve pero llueve un olor a gotas y la gente con perversidad llevan a cuesta la alegría. Era junio bocabajo con el espeso color de la muerte y de música. Me derretía a contracorrientes, en lluvia de aves en miniaturas, eran perversos parásitos en la exconvicta especie compleja, una sensación de trípode. Ya poco se perturbaba mi dolor, estaba inerte en el esfuerzo de una caricia demonio que invocaba el nada llueve. Entonces navegaba terrestre en la ausencia del enfrentamiento de las neuronas entre el relámpago de la dicha y la sabia herida del desprecio. Como no reconozco ni el bien ni el mal soy un pez volando en los cielos y acurrucado subo de una trinchera para extirparme las branquias, un exprimir ascendente del sol en el semen y el cementerio. Me oscurecía arrugado en un brillo empalagoso, sufriendo en las inexpertas manos de las muchachas neófitas de los prostíbulos, y en una boca burbujeante, pastosa y agria, que se metía dentro de esa misma boca, la leche de mis falsos huesos que gozneaban como murmullo en un viento noctámbulo, eran masculleos de eses y zetas al escalar vivos el aposento en la inteligente herida del desprecio.


4

Siento un resfriado enorme. Estornudo el frío del metal en una selva extendida a lo lejos que no dura apenas. El temor lo concibo en el trueno de las máquinas y pedazo a pedazo disfruto esta mañana flemática, negra y blanca. Había una joven domesticada y malagradecida que tiritaba de sexo gratuito. Si razono los analgésicos perderán la efectividad propuesta en la literatura pálida del reverso como si un espejo roto mostrara sus dientes. Roncaba de tuberculosis en el paleolítico y padecía fiebre de nieve que trajeron los astronautas en la tinaja de mi bisabuela una tarde. Todos iban vestido de levedad como para un circo de negro y blanco, con toses monótonas en las hendiduras nicotómanas de mi músculo que trasciende escurrido y sordo, va a desangrarse en mis dedos que no son míos, porque nacen y vegetan insondables, retumban en locura suave y mis ojos acrónicos miraban el zumbar de las escenas teatrales, el subir de los cristales por una escalera de incendio. Escucho aquel descaecer en quiebres aéreos, que se amaban en los dedos de Gina, tan vulnerables y ateridos. Mi corazón aun anda hacia dentro hacia fuera, como tormentas y huracanes ascendiendo de manera vertical. Yo era aquel entrañable licor derretido en su boca para embriagar la luz de la sangre batida en arenarias guerras. La isla de Santo Domingo transcurre y viene toda llena de vida por las suposiciones invasoras que buscan encontrar los intestinos de la noche animal por donde los espejos miraban nuestras anfibias existencias. Porque el viento era un hueco que daba en mi rostro, un soplo como un canto de oxidación en el salitre y la yaga del yodo sabe a aquellos hombres de tinieblas destrozándose. El viento andaba el viento, un huracán hondo ondulado en mí y que violaba centímetro a centímetro todos los glóbulos coagulados en mi espíritu de poeta. El viento ahora es una voz, es un aspa inmensa, un recorrer matemático, vacío del azar en las venas, una no pasión de ráfagas, un Sísifo sin roca, sinfonía de islas y toldos en levedad. Es el arquitecto metálico ahondándome los ojos de niño aferrado a un viento ola, a un humano viento cambiante que sugiriere intacto e indecible la vida. Nuestras lágrimas eran ángeles de viento sin alas, un quejido de lluvia y de calle. La malignidad irrumpía en secretos de faunos cuando Gina y yo lagarteábamos silente en los atardeceres. Porque aquella voz me salía desde el ombligo, prematura como el aborto, grotesca indomable y dulce que daba vértigo verla irse por senderos oscuros a encontrar lo ido por todo lo ancho. Deseaba con rabia retenerla allí donde la vida no empieza y anónima vuelve a acariciar mi rostro. Desde lejos puedo escuchar el murmullo, el rumiar de su simetría asimétrica y ese rumor aguado y apacible, turbulento en palabras, embriagaba la voz que no es mi voz, era el sino del salto de un gato siniestro, el huerto de una sonrisa limpia, grito quebrado saliéndoseme a chorro, tal vez esta voz es un dios que no le pertenece a nadie, sólo al tiempo, día tras día. El reposo de la voz se elevaba en las retinas de los astros, ahí imprecisa en el canto inocente de las fauces muertas y renacidas. Ahora esta voz me sale desde el ombligo, vieja como la prehistoria, no escrita, insaciable. El temor se me avalancha en la mirada de Marguerite, me sostiene en vilo, mística niña, cometa redescubriendo lo intangible, que poco importa atreverse a oírla por el eco de la lengua idéntica, holística, cayendo al vacío que da pena verla amordazada buscando lo ido por todo lo ancho.

Era volar hacia la vida en vértices. Mi rostro se llenaba de muecas. Era una época transversal, quizá éramos el residuo de un tiempo exorbitante. Mis brazos se pusieron en anuncios al borde de los días sicoanalíticos y como no sé para que servían tales anuncios, a veces, siempre en madrugadas de invierno, tocaba a la puerta de Gina, embriagado, con los pantalones hechos fetiche de la noche sin saber el por qué adquiría las visiones, los sueños que se sacrificaban en los orines metalúrgicos, en estas representaciones de terribles dioses similares. Los abría en mis venas metafísicas y los dejaba escurrirse en el recinto como un impulso de mi infancia.

Como la música de los senos que se iba aliviando en delirio, todo ahí llegaba manoseando las flores de la lluvia que alimentaba el mar de mis arroyos bajo las alas de Marguerite. Mi voz enfermiza es un canto de pájaros desnudos y la melodía de sus piernas se elevan de sed por el ojo que de pronto se vacía y mira sin la retina exquisita tirada en mis oídos lúdicos porque nos amamos redescubriendo regiones en genitales que aún no nacen.


5

Antes que saliera huyendo parecía una sombra teñida en la luz de mis dedos, yo acontecía de demonios y duendes en los senos del odio, jamás trituraría las fotografías que aun conservo en los afilados senderos cayendo y ascendiendo en mis contratiempos enjaulados, era o tal vez es una demencia sombría que rumia hambrienta las manchas de los rostros que creen conocerme ¿por qué debo sorber la aniquilación del mañana? Una vez obtuve mi pudor en orgías de mi juventud accidentada, vivía por entonces en una ciudad costera, ya ni me acuerdo del nombre, pero si de esa carnal experiencia ahora ajena a mi voluntad, y me dio la sensatez para podar mi ego. A veces hundirme me sale entre todas las cosas que un fuego devora, decapitar la huella producida anterior al tiempo desnudo y parisino. Un día quizá me vea sonreír vagabundeando, alejándome de toda esta miseria de poeta y matar definitivamente la poesía, esa agua mortecina y purulenta que en cristales sudorosos aletea eterna en mi vientre, porque este maldito siglo pega un rebuzno errante e inmóvil en la geografía del librero. Son lianas las grafías que se desplazan desde los trajes ahorcados, de los platos y vasos ordenados en la cocina, y mis intestinos los iba sosteniendo a medida que mi adolescencia crecía en la llama oxidada de la estufa que planeaba recién fundida en mis pesares. Marguerite hace rato que fue en busca de vino al liquor store de la Rue Saint Domingue. Es típico en ella, pierde el tiempo enumerando, clasificando y leyendo las etiquetas de las botellas, dice que mientras la cosecha tenga mayor antigüedad mejor es el contenido, yo pongo en duda esa elección de catadora. Tras estas cuatro paredes hay cirios que conversan de retratos, trituran las imágenes del fuego, asumen los apuntes rotos de futuros poemas clichés en la libretilla. Fornico periódicamente en polvo de revistas. Envié una docenas de poemas mal logrados a la revista que publica las fotografías de Marguerite y hoy salieron a la luz, motivo de sobra para celebrar, porque además del satinado de las hojas impresas, he leído la crítica que cubre casi dos hojas de análisis por un tal Michelle Breton, bisnieto, creo que me han dicho, del afamado teórico del surrealismo. Un celaje adherido a caricaturas se encumbra y cae a plomo limpiándome los ojos de blanco porque escribí en esas poesías horas violadas en el fondo de mi desgracia, encontrando la fisura de la vieja serpiente escurrida en toda la voz de mi sexo. Además, cuando inicié a escribir la docena de poemas en Santo Domingo era como si existía un deseo salvaje de Satándios en mi pecho lleno barbaries, anhelando padecer y acumular guerras, dolor humano, experiencias existenciales, desasosiego inhumano, porque como he leído en cientos de libros, sé con perfección que algunos de esos escritores padecieron infinidad de sufrimientos, guerras, hambrunas de nunca acabar en la literatura de los pueblos, algunos se aventuraron a recorrer países y otros de dudosas procedencias solo hicieron arte desde sus hogares perdidos en ciudades, barrios marginados, desde un refugio en el campo de sus padres, desde un convento con monjas llenas de pelos, hermosas, o desde un hospital mental. En Occidente son otros tiempos de vanguardia, dolor, muerte, sexo, vacíos, el ciberespacio, digitabilidad, prisa, el venerado consumismo después de II Guerra Mundial que cada día continúa desgarrando a la humanidad, pero del otro lado de este rostro existen aun batallas como recompensa de un negocio lucrativo, maldito y sinsentido. Ni hablar de Corea, Vietnam, Kuwait, Iraq, Afganistán, Líbano, Palestina, Irán, de Israel ni de las matanzas de tribus africanas. Latinoamérica también fue víctima de dictaduras, guerras civiles y de invasiones. Pero hubo artistas que no supieron aprovechar esta circunstancia que le brindaba la historia. Sin embargo, allá platicaba con mis amigos de otras estupideces, anómalo porque presenciaba mi persecución y de ahí las docenas de poesías que salieron hoy en la revista que Marguerite publica sus fotos: “rogaba piedad equívoco y en la buhardilla me deslizaba. la historia huye de estos desafíos continuos, guerras que emigraban hacia la coexistencia ambivalente, dudando en echar alas hermafroditas, agasajos y no bastaba a primera ojeada. maldije aquella sonrisa angelical, tan beata que siniestraba la puesta lunar del día a plena noche. combatí el silencio de esta verdad, mi rabia que intentaba enésima vez jurar por la muerte que ganaba partida en las trincheras”.

En esa atemporal maleabilidad isleña estaba servido todo. Todo se ponía en duda, hasta comer chimis, empanadas de yuca y beber, para bajar el nudo grasiento, algunos vasos de Coca-cola frente al Gran Teatro del área Monumental. Ulises y Gina siempre optaban por ir a Marchena o Cucaramácara, por lo que me oponía con cierta obstinación renegada, no soportaba la servidumbrepequeñoburguesa (A través de los años he llegado a comprender que mi obstinación era por pertenecer a esa clase social, aunque dentro de mi cabeza rondaban ideas proletarias, formación que no ha servido de nada a muchos hombres desde la segunda Intervención Norteamericana, antes ni después). Gina no había acabado en la universidad diplomacia ni trabajaba. Luego que terminó una prima le ayudó conseguir empleo y su sueldo casi lo gastaba en cosméticos, idas al cine Hollywood, al Cinema Caribbean, una que otras veces nos invitaba a Marchena y a Cucaramácara. Ulises había entrado al bufete de los Álvarez, resolvía asuntos sobre la protección del menor, y con las jugosas sumas de dinero que ganaba, sus salidas eran a lugares más chic, más prestigiosos y raras veces nos invitaba por tratarse, como decía siempre, de confesiones de clientes y jefes. Por mi parte seguía en la universidad con mis lenguas modernas o “extranjeras”, algunos cursos idiomáticos en el Instituto John F. Kennedy, con el casi empleo, porque era suplente o utilite, un dia en Casa de Arte y otro en el Centro de la Cultura, limpiado vitrales, montando luces en escenarios absurdos, llevando invitaciones de eventos a importantes figuras públicas y no públicas y demás vainas quenimeacuerdo. El poco dinero que ganaba en esos lugares lo invertía en viajes al campo de mis padres, compra de algunos ejemplares de libros de medio uso en la librería Espartaco, en la Feria del libro que cada año nos ofrecía un antídoto a la realidad, en comer chimis, hot dog dominicano con Coca-cola, casi solo, porque Ulises nunca podía y Gina tenían poco tiempo, salvo los fines de semanas cuando yo la visitaba en su casa. Trabajar en aquellos lugares me hizo ahorrar dinero, porque no pagaba las entradas de cine, teatro y algunas bandas de jazz que se presentaban. Estaba exonerado. Las obras dramáticas muy pronto me dieron a comprender la realidad de muchas maldiciones, performance que invadieron mi cabeza hasta engendrar en mi subconsciente paganos poemas maltrechos; el cine me agenciaba el secular consumismo de siempre, salvo algunos filmes, como por ejemplo: La montaña mágica de A. Jodorowsky, El lado oscuro del corazón, ¿era el director un argentino de apellido Subiela?, hace tanto que ni recuerdo, La naranja mecánica, Las olas, El taxista… Ayer bendije o eché pestes a los periodistas que solo escriben noticias genocidas, malas. El presentador reía estupefacto de horror. El documental mostraba la crueldad de las guerras. China había pacificado a fuerza de disparos a miles de estudiantes, muertos, heridos, jóvenes con rostros melancólicos por las huelgas de hambre, no podían creer lo que contemplaban, el Ejército del Pueblo atacaba al pueblo.

Estoy feliz y me bendigo, creía que no lo iba a lograr. Hace alrededor de un mes que tuve mi última sesión con el sicomago del bar, sin esa ayuda hoy no lo contaría. Me liberó de Gina. Logró lo que pensaba no había cura alguna. Hambriento de fetiches busqué en el magoexistencial la elasticidad de Azul y me embaucó de cierta manera que esta levedad de conciencia se adueña de las fotografías que cuelgan en las paredes. (Observaba los charcos de sus ojos acuarelas que penetraban como jades en mi lengua y de antemano yo era el hijo pródigo para extirpar hierbas en el lecho de la oscuridad. El pelaje de Azul eran peces que anidan en mis retinas, cuchillos que se encestaban en mi pecho y sangraba todo el odio de este gato que cuesta dolor y como un saltimbanqui me enfrentaba a los milagros de la noche. Con hermosura di el salto, agarré los barquitos de papel de las calles, los destrozaba como presas en medio de una tumba abierta a las infidelidades del ágil destronamiento del padre, yo era una musaraña amagando temible a mi sombra que en un pedestal silenciaba el dónde están los rostros de dios y sus ángeles destripados, dónde Mano Blanca y sus huestes porque venían desde mi infancia arrancándome la larva del barro, el ave de este corazón que era una sola angustia de locura. Esa desarmonía mutó en la horrible dulzura para olvidar la vida con Gina, los demoniosdios que oscurecían al niño distante, el que renacía en el perdón, en el rumor de la lluvia y la esperanza como si se vertiera el enfurecimiento de saber que había soñado con rostros que gritaban y se ahogaban en el amor).

Estos diez minutos (¿han transcurrido diez minutos desde que Marguerite salió a comprar vino?) se convierten en otros diez como el delirio de una mar verde. Es el propósito de la lucha alterna a nuestra hoguera, pócima de agua en las algas blancas cuando saturados y polvosos observamos el batir de la carne después de orgasmar poemas. Ya nada es rotundo, seamos la solitud del crimen inmundo de los chinos a los tibetanos que arden en aspas vivas, anudándose intrépidos en nuestras angustias. Marguerite dice que el Dalai Lama es un buen espécimen para hacer una foto, le fascina hacer fotos de ancianos que son para ella otras manecillas de esferas y luces clandestinas, prototipos de zarpazos nubes(entes) que se escurren por senos metálicos, porque nada es rotundo en estos diez minutos de ausencia y desnudos fingiremos ser esta tarde. Acaba de entrar, me ha despertado de mis meditaciones atmosféricas, trae una bolsa repleta dequéséyo, dice hacer una ensalada de mariscos para festejar, mientras coloca en la mesa dos botellas de vino blanco gran reserva, paquetes de ostras, camarones, langostinos y pulpos, el aderezo y los vegetales están en el refrigerador. Cumplí hace tres días conmigo un exorcismo, hice una poesía símil en corolas que caían de las estrellas, una luna oscura donde los gusanos hacen muerte y atrincheran en mi boca encogida de dolor los maxilares superiores, que necesitan reventar en fuegos cruzados, a campotraviesa, pirotécnicos lujos endemoniados y la estéril mitad de mi rostro es otra mitad a viento atravesada por cuchillos lejanos a mi familia que festeja el cuarto de hora que Marguerite duró en la liquor store. No contesto a lo que parlotea, habrá que quitarnos las ropas, dijo, para que la celebración no tenga efecto secundario. La miro y sonrío, muestro mi libreta de apuntes, sabe que recitaré un poema, se acomoda en uno de los muebles. Marguerite disfruta con tal regocijo mis pulsaciones cínicas que pasamos horas muertas leyendo mímicas aéreas. Me levanto en lágrimas aliviando el cuarto de hora terrible, asumo postura de poeta y canto: “y sin embargo desde estos ojos soy un grito de agonía, altar de cofradías llamadas a rendir ofrendas nosédónde. ilumino a cierta distancia los pasmos de mi travesía nibelunga, temblores escribiéndose en números liliputienses, Yelidá maldita de amor, inadmisión atada a mí y corro, corro enloquecido en los ladridos de Compadre Mon a encontrar los planetas de nitroglicerinas y yodo que se gestan apuñalándome a escondida desde este trayecto de París. vuelo en mi risa y en nuestro amor para acogerte niña, para acunarte en esta Canción tirada por el suelo. nibelungar la vida tienta mi infierno y miento a costa de esta ciudad para soportar los espejos, las cavernas jurásicas que originan la geometría del miedo y la corrosión de la lengua por amor a las palabras”.


6

De infante casi nunca me preocupaba el tiempo, al menos que llegaran las efímeras vacaciones de verano, Semana Santa o las fiestas navideñas. El resto de los meses me parecían eternos. A medida que fui creciendo los años se fueron acortando, y con esta prisa de hoy día, ni qué hablar, los meses, los días, se han convertido en solo parpadeos. Quizá transcurría mi adolescencia cuando alguien, mi padre o madre, un tío lejano, qué sé yo quien, me regaló un reloj en uno de mis cumpleaños para medir el tiempo. A partir de entonces mido el tiempo. Sospechaba que todo se calculaba por números y padecía con gran sentimentalismo la pérdida de andar sin medir el afamado y agitado tiempo, porque cuando no sabía distinguir el minutero, la horaria y la secundaria todo me era durable. Echo de menos ese tiempo atemporal. Pero aprendí a planificar cada labor hogareña: buscar leñas, cargar desde el río galones de agua, ver dibujos animados y la escuela que no interesaba demasiado, poco después le cogí gusto por los severos castigos de mi madre. El resto del día, casi siempre en la tarde, me aventuraba a montar a caballo, jugar a las canicas, chapuzones en el agua, vagabundear con mis amigos por los montes y esperar el día siguiente para reinventar o aniquilar el maravilloso tiempo que me tragaba sin consideración. Mucho después escribí un poema referente a esa pérdida de inocencia, que salió junto a las docenas que envié a la revista que Magui publica sus fotos achacosas: “el caballo de palo me mece en sus rodillas, relincha voraces agujeros genocidas en mis retinas, cree vencerme en su montura de leche, le digo, cuando harto de acunar mis huellas, he comprado una rata, la veo volar sobre mí ahora que explico el verso humano en la plataforma escrita a veces en concreto de huesos y tierra. el tiempo tuyo es suficiente, ajeno al vómito que revienta hígados y sienes inmarcesibles en pájaros alborotados, mariposas húmedas que rendidas en el vuelo escupen mis falanges. las ratas son ángeles que roen mi estatura y se estira en las entrañas del miedo. pero hay soles pequeñísimos que mueren, manchas devorándome el sueño, tragándose mis esperanzas inenarrables, antipoéticas, reptación de olas en el azul atardecer. todo final es un inicio para los otros, para mi caballo de palo las ratas vuelan dibujadas con sangre en mis manos.”

Las flores amarillas me han gustado siempre. Todavía arrastro las flores que le regalaba a Gina los domingos, se colocaba una en su pelo y pretendía ser una actriz de cine. Empezaba el mes de noviembre con sus prolongadas lluvias de las tardes. La lluvia de noviembre bajaba en fuego por las calles. Esperaba a Gina bajo las cornisas de los edificios victorianos, en la glorieta del parque Duarte, donde me agarraba un amigable aguacero que de vez en cuando maldecía. Aquellas interminables lluvias eran una canción bajo las máquinas que transitaban por la San Luis o la Del Sol y los ruidos horizontales me hundían subiendo en nítidos instintos de crisis existencial, como una hermosa fruta migajada. A mediados del mes aun continuaba lloviendo y se nos hacía difícil hacerle la visita al hospital a un amigo poeta que podría ser nuestro abuelo, quizá lo era de modo artístico, porque a veces nos encontrábamos circunstancialmente en uno de los cafés del centro de la ciudad, él sufriendo sus borracheras, la cirrosis hepática que acabaría con su vida bohemia, ardiendo detrás de las calles increadas, llevando siempre consigo algunos libros, folletines repletos de poesía humana, metafísica, para venderlos o canjearlos por una cerveza, una botella de ron y una conversación amena e inteligente. Amilka nos reprendía cuando les enseñábamos un poema, sugiriéndonos esto o aquello porque según sus dotes intelectuales a Gina a Ulises y a mí, nos faltaba mundo. Aun conservo uno de mis poemas corregido por él de puño y letra. Amilka jamás negociaba su mundo aéreo, estaba todo el tiempo borracho hasta que un día lo internaron y no pudo ya levantarse del lecho. Ese domingo, como todos los malditos domingos acontecen las desgracias, pensamos visitar al desahuciado, llovía a cantaros y no pudimos movernos de donde estábamos, de modo que nos resignamos a hacerle la visita; sin embargo, nos pusimos a leer sus poemas, a comentar rutinas de trabajos, a planificar las horas después de la cinco de la tarde de lunes a viernes para reunirnos con Ulises, ir al cine, tal vez al teatro, a la presentación de un libro en el Ateneo o en la Alianza Cibaeña, conferencias sobre arte, salvo las horas de clase en la universidad; además durábamos, solo los domingos, largo rato conversando de metafísica. También éramos jóvenes olvidadizos. Porque en las horas siguientes echamos por la borda todo lo referente al arte y nos dedicamos a encontrar caricias llenas de hambre, a contemplarnos desde cierta altura hacer dibujos poéticos. Entonces, el martes, escuchamos la terrible noticia que Amilka había dejado de respirar. Gina ni Ulises asistieron al entierro; se me permitió ir por mi calidad de empleado, ese día trabajaba en el Centro de la Cultura y el fenecido estaba muy ligado a las actividades creativas y artísticas de la institución. Hubo lágrimas de parientes y no parientes, se hicieron anécdotas del muerto, que hizo y no hizo, risas estúpidas de algunos come mierdas, se leyó poesía de algunos de sus libros, lloramos y el cielo también necesitaba llorar lluvia. Después que los albañiles tapiaron la tumba, un grupo de amigos y amigas, entre ellos Max, Cornelio, Plinio, Rafael, Sally, Josefa y quizás un tal Emilio que tenía aire de superioridad, nos fuimos a brindar por Amilka al Bar de Concha a pesar del dolor que se podía entrever en algunos de los rostros. Aun hoy cargo con las imágenes en mi cabeza, me asaltan inusitadamente y puedo llorar en silencio como esa vez. Poco a poco me fui alejando de su influencia poética, pero no de su risa de Baco, de sus extrañas apariciones en los eventos literarios, de ese andar mareado por calles y calles de Santiago buscando el verso que se le había perdido en la borrachera anterior y el que se le escapaba en la siguiente: “amilka te cortabas mis venas atravesando miserias, sórdida nulidad del sueño en mi nuca y los muñones son esas sales crispantes en tus dedos insuficientes, apretando sábanas para reposar en el agua sin agua, voy levantándome gota a gota en la lluvia, necesitaba gotear las sombras metidas en tu ataúd inmensa, gritándote por encima de los poemas. tú eras una botella de ron perforándome todos los cimientos porque no sé dónde fue a parar noviembre, si a la atemporalidad o a tus ojos encendidos de enfermeras. nunca entiendo a noviembre y se llueve el cielo. amanecimos y seguías vivo en el café y los cigarrillos gringos, en las cervezas tibias que he vomitado en tu nombre. amilka, no comprendo a noviembre ni el absurdo podrido y asqueante de los personajes de mi entierro que van contigo en cisnes a mamar tetas prostituidas; te echaste a dormir como una oruga siniestra que en el polvo sube en el ala arrogante de la muerte. el viento sabe agrio, sudaste el viento de otras babosas con sus pentecostés para matarte de nubes e islas. Mañana voy rectando en noviembre y el cielo se llueve. mentimos a la vida antes de caer o levantarnos, siempre habrá peligro en el vientre, en el hígado reventado, en esa vieja y rañosa domesticidad del luto. amilka, cuánto hace que preguntaste si el odio era amor o que el amarillo era el color de los enamorados, yo no sé, dime tú que vagas por rumbos conocidos atrapando libélulas y el humo jadeante del desconcierto. apuñalo mi lengua con palabras de lagarto y no entiendo esta tonalidad, esta mentira, elévate a ver las personas muy tristes, a punto de ser señaladas en el ojo de la niebla, en mil o más lágrimas, y la ciudad y noviembre son sesos que se encumbran desde tus manos cirróticas, llenas de pedos que sonríen, de duendes que no entienden hasta creer que fuiste increado en una botella. obrar tabernáculos, obrar, ese es el verbo que excrementa el epitafio de los bufones y se te salía el hambre por los dedos, entonces sobabas un pan con ternura de reptil para quitar las migas de tu hambre africana, de mí que te buscaba a destiempo sordo, mudo y sin culpa. amilka, eres muchedumbre de techos lacerados, hombros, verdugos que flotan en la espuma como una serena pedrada tocando a dios”. Como aquel noviembre, llueve. Ayer pasaba frente a una florería y detrás de los vitrales vi cantidades de rosas amarillas como las que compré para Amilka en la calle 30 de Marzo. Adquirí un paquete a bajo precio después de regatear con la dependiente. Hice, me era deuda porque jamás volví al cementerio de Cienfuegos a llevarle flores, ayudado por Magui, una especie de tumba en el apartamento. Encendí cirios y luz del alma que aprendí observando a mi bisabuela cuando preparaba altares en velorios. Coloqué parte de las rosas amarillas en agua y pronuncié en voz alta lo que no me atreví a decir aquel noviembre frente a la tumba de Amilka.

(Poco después la lluvia continuaba llegando extraña, deseando impedir que me viera en las babas de los perros con rabia y el esoterismo sonriente no llegaba a resistir las resinas atómicas del cielo. Como las gotas eran indistintas el fenómeno atmosférico maullaba infanticidios y dolores cuyos ingenios buscaban encontrar en la gravedad de la esquizofrenia tantear ciegos la noche salobre. Porque colapsaba precipitadamente en Gina, en las rosas amarillas que le llevaba todos los domingos. Mi voz se filtraba en las paredes despintadas de la florería a cielo abierto de la 30 de Marzo, probaba comprar gladiolos, tulipanes, claveles, margaritas, quéséyo, rosas amarillas, a fin de cuenta no tardarían en perecer en la maldita esperanza. Gina las refrigeraba, decía que vivirían más tiempo, pero a mí no me gustaba ese modo de momificación, me dolía tan solo saberlo. Gina se derramaba en semillas, en episodios mercenarios, fraudulenta aniquilaba mi deseo con sus poderosos senos de almendras, constituyendo a veces mi muerte existencial. Gina tal vez no sea hoy mi mujer ni mi amante sino una rosa amarilla que revela en cada vuelo la lluvia de noviembre. Aún persisten sus muslos arqueados y me incluye en el transcurso de su corazón levadizo, agitándose y difundiéndose en aromas. Era evidente que Gina deseaba nuestra felicidad acosta de las rosa amarillas. Alguna noche vendrá a tocarme las entrañas y a contarme esta historia.)


7

Mi cráneo palpaba en seco la tierra, monosílabos sedientos —gárgaras infelices que sometían a los epítetos del trance en huecos ojos pesados y el pelo digería el golpe, lo suavizaba en cada caída hasta el púrpura, lo alivianaba tan sano en una mujer que pasaba y mordía las palabras por el rabo en un poema. La arcilla amaba las neuronas insustituibles en una jungla de logaritmos que se abría y contaba dígitos de bestias hirvientes en esta pirámide de sesos que por primera vez se levanta, lee lagartos leoninos que sonríen la muerte en el remanso, porque me siento líquido y me bebo en cada sorbo. Hoy por la tarde descubrí lo incomprensible subiendo al altar para el sacrificio de un cuervo y un chivo. Me bebo todo hasta el coágulo del gato despellejado. Era demonio y confieso mi existencia en el tiempo perforado, mismamente mañana a las siete de la noche anduve como relámpago cruzando gatos y perros. Qué suerte la mía, tan iluminado ser vino en conserva que arrastraba al que se sienta conmigo a oscuras a razonar el estado solemne del rito de los poetas. Me redescubro submarino que se sumerge en los recintos tibios de los cometas debatiéndose terrestres en Estanislao, en Fabiana. Me bebo de a poco. Sólo son dos personas, dónde está él en su vuelo y su otro tedio vivificándose —viajaba en la luz a la hora no sé de la aproximación tocando y tocándose algo del corazón extirpado por la humanidad— y aniquilar perfumes noctambuliza el tranvía de mi trayectoria hacia lo expiatorio. Me busco algo que no nos une, pero que nos unen cómplices hacia allá, en Marguerite y la tierna pulpa del odio y abro mis ojos tuyos cansados de nombres y de sueños anónimos. Por eso la veo moverse como una larva vieja y achacosa e infeliz respira cuasi perfecta de teoría alargándose redonda en la tarde —tanta redondez como la vida y Gina hablaba sin lengua del ahogo como si fuera el infierno e imbécil sometía a prueba el absurdo como pretexto ridículo, emitiendo leyes con la verdad de todos, enumerando las veces del amor y el acaso Si temo veo la pureza abrirse idéntica (manipulación), beber huesos, desgarrar raíces de mis retinas donde se quedó inclinada de augurio tachonando mi aliento quebradizo. Esta sombra de mi sombra es un pájaro que se pierde en el horizonte; y Marguerite, sin embargo es distinta, lo digo porque de pronto me parece que me sonríe sin sonreír y trae mi muerte ocupada en fotografías. La semana pasada cuando comíamos juntos en un restaurant chino vi cerquita de sus labios dos aves moribundas y no pude evitar los sollozos, la inclusión del mal que dictaba en la espina dorsal de mi lengua Marguerite famélica y se descompuso a grandes saltos en sus dos noches retinares y dentro del pecho toqué hilos de miel amarga. Marguerite cayó rendida ante los comensales, reían a modo de parias y genocidas. El efecto, la causa, sí, ayer nadábamos juntos en cuatros rejas de azul y volábamos embriagados e infantes ocupábamos cada rincón de esta ciudad porque cuando comíamos, en un abrir y cerrar de ojos ya no era, dudé cada gesto de la cuchara y vi aves muy juntas que se desprendían como babas verdes acariciando suaves sus senos. Esas manchas eran islas saliendo en torrentes epilépticos. Por suerte que allí se encontraba un médico y pudo darle los primeros auxilios antes que llegara la ambulancia.

miércoles, 23 de junio de 2010

Poetas de las miserias (entrega #10)


Disyunciones

1

La vida sonríe o casi estoy mareado por el alcohol poseyendo tu nombre, aun sigo en la ciudad burbujeante construyéndome al fin en el tiempo de la catástrofe unida a breves corpúsculos asociados a la infinita mutación de lo desconocido entre una y otra mirada sostenida en sobres y cuentas ya echas puré de papas o molondrones guisados a fuego lento en la estufa de llama malva entrando en guerra con los insectos y las ratas, temiendo el incendio en cada partícula porque hay cosas que no se pueden sino callar bajo sábanas reelaboradas a lengüetazos de moscas y otras alimañas inofensivas por quienes creen en las mudanzas de los paroxismos desdibujados e intolerables quehaceres nos estruja el filme inasible en los genes o en el depositario del circuito alentador de la humanidad precavida de sombras pletóricas ahuyentando el reenvío de nociones primarias y secundarias, esa fama de la negación del tiempo, así funciona el croar de ranas en el arroyo empedrado de lilas y nenúfares presintiéndose seres autóctonos en observaciones de animalismo o vaya a saber uno si el eclecticismo mejora en el trayecto para reformar la alienación de los mendigos plantados a metros de donde me encuentro dándome el marasmo del siglo por los tragos en nombre tuyo o el aislamiento de los paseantes y los uniformados escolares muertos de risas cuando bailo a son de payaso con la invisibilidad de los cortes comerciales y los estamentos anodinos, existencia muda del asincronismo en los cortes de tiras fabuladas por manos misteriosas ya cognición de un hipertexto. La vida sonríe o casi niego o ratifico la mórbida segmentación de la risa cuando íbamos perdiendo la típica fruición de la ternura comprometiéndonos al amor todos los futuros y presentes imposibles, ese enrarecer de tiempos se confabuló de lejos y ya qué diablos somos si no infantes rabiando en la conciliación de estar en solitud, me refiero a la eternidad del amor y aunque se nos acabe continuará su camino hundiendo a otros en sus aguas turbias prometiéndole noches y días inacabados e indecibles. La eternidad es la negación del tiempo.


 
2

Para las flores amarillas hay tierra y agua y sembrar las semillas, sembrarlas de a poco en el valle, y en días como hoy las flores amarillas estaban en nuestras risas y podíamos cantar a ojos cerrados, tan espeso era el norte y el sur, podemos florecer en el tinte de las flores, en nuestros corazones pese a la distancia de océanos e islas reformándose en magia sin tacto en la piel o en los oscuros rincones de los moteles poseídos nada menos por dioses eclipsados en astros. Menstruar la vida y no la muerte, vivir a plenitud y no en desasosiegos, arma de mil filos atravesándonos los tuétanos, los iris fermentados por huecos, simulación de fenómeno trayendo las fotografías de cumpleaños y graduaciones, entonces de modo siniestro agarramos cada quien por su itinerario en busca del hundimiento de los cuerpos en otros salones abarrotados de gente anónimas riendo por aplausos y flash, descifrar el recuerdo es pensar en olvidar, no tenemos el común acuerdo para meter las raíces de la naturaleza en la tierra, nada más nos queda ver cómo el florecer alcanza la mentira o el desfallecimiento de los clones en la saliva de un sapo, es desproporción de pactos personales, de ajustes impersonales internándose con lentitud al espejo de agua sostenido por las manos sangrantes de un asesino o la peroración de artículos inconclusos. Las flores amarillas son buenas amenazas para sernos transitorios, hay cieno de existencialismo preguntándose por qué las semillas guardan en sí la creación de la belleza, la creación de belleza desgarrada por actos de histriones fetos bajo el manto púrpura descendiendo maravillosamente animal, planetas y satélites robando la gravitación relativa de la luz, hermoso atardecer, hermosa alba tintando de ocre nuestra sangre de humanos pretenciosos que no saben si en verdad el recuerdo es una fuerza necesaria para ser quienes somos. Recordar es una especie de coraza que nos sirve para olvidar.


3

Acceder las traiciones a un mundo imaginario ostenta la amistad y el amor, estos sentimientos por siglos y siglos han venido a ejercer la contraparte o la ausencia de la traición, si traicionamos el lujo y el detalle nos estamos confabulando con nuestras propias verdades a costa de sacrificios inhumanos, es atentar contra la vida, pero quizás encontremos esto muy fácil a sabiendas de la imperfección. Vemos esta prohibición, si así se le quiere evocar, como embriones esperando el justo anclaje para dar la estocada y matar la inocencia, por eso, cuánto no echo de menos andar vagando por la San Luis sin ningún motivo aparente, sólo por estar juntos, un ir y venir de manos sudadas y dedos amándose, entrelazándose, encontrándose de uñas, seremos elefantes azules derribando los escaparates de las tiendas, minando a los maniquíes de risas serias, a los tramos de las bebidas y los chocolates de frecuencias vertebradas, ondas imperceptibles, comunicándonos a cientos de kilómetros por las praderas de los lagos y las aves, danzando interminablemente por las aceras y las esquinas de la San Luis con la Del Sol. Esto último motiva mis ganas de marcharme a la nada, porque en la nada, nada existe y si existiera alguna cosa sería por esencia incierta, sin embargo puedo verme mover mis odios, el gran amor, a eso que está por encima de dios.


4

Cada persona en algún momento dado camina con su verdad de vida entre las cejas, es lo más próximo a la poesía; esta analogía convierte un cuarto de motel en un altar donde se adora la imperfección del universo, sí, porque ahí radica su perfección desarticulando los retratos y las pinturas en las paredes y el piso, algo muy desordenado en sí mismo, nada de manifiestos y oscurantismos peyorativos pretendiendo inundar los celos y las momias aborígenes. Doy un pedazo de cielo, doy cada gota en la vitalidad de mis no motivos, voy atrayéndome en los cirios y el incienso, promulgo con mis brazos extendidos a las olas y a las espumas la inclinación de mi voluntad por creer en los genitales de una mujer, perpetuación inmanente e incognoscible de mis oraciones, mis ofrendas y el velo. Los ritos vienen desde el yodo y el ácido sulfúrico para sanar heridas, composición química drogando mi pena, llevándola a mentir por mentir para llegar a la humedad de las arenas en la playa y las piedras en los riscos de las montañas, el instinto de vivir nos salva, nos hace seres completamente egoístas. Cuento los levantamientos, ese nocivo juego de ceremonias al quitarnos las ropas y desnudos nos sentimos cómplices y nos vemos ahí entonando los himnos para la ofrenda.


5

Cuando quise despertar del sueño soñé la vida despierto y mi retinas se sentían explotar en fuego pirotécnico con ese olor a pólvora y nitroglicerina. Agarré los cartuchos formando figuras y arquetipos iconoclastas rendidos en la redención oculta tras mis frecuentes acasos. El decurso formó el ruido, una música lenta y acompasada, temblaba por las desintegraciones de mis átomos en una probeta artificial y ni siquiera tuve el tiempo necesario de verte, sino pasabas a lo lejos en manchas supersónicas, esto da un sentido a la vista de desaparición intermitente, sólo segundos para poder apreciar el movimiento de tus labios, los ademanes de tus manos al hablarle a otro ser semejante a lo que sueño cuando quise despertar del sueño despierto. Y el temor deseoso dio a luz la intriga y dije como sin importarme los rasgos de ti las palabras no escuchadas de esta ruina desvelada, la monotonía de la ciudad nos daba el núcleo desatado para deshacer la introducción de mis carnes en tus carnes blandas, emoción, petrificación del tiempo infinito en dos parpadeos.


6

La obra de arte nos abre puertas y ventanas con la intención de conocer, y tengo el color duende atravesado al regresar de los ronroneos de Azul, quietud en mover el ladrido azul, insomnios de escaramuzas y olvido, anochecer de tormenta en la boca si el esquema noctambuliza cada gramo de baba o en las salivas hay otros cielos para cubrirnos el hueco de las retinas porque nos hemos quedado muy ciegos ante la luz de nuestra casa. No respondes, llamo a gritos de tecnología tu repuesta y los satélites se quedan con tu voz de circo. Filosofar la nada retorna a través de las pantallas de plasmas, filosofar el vacío devuelve la negritud del mar y las olas uniendo en círculo la sombra de nuestras inquietudes en cada escritura, en cada sonrisa tierna de un niño observando el movimiento de las moscas y las mariposas. Cierto día una mujer siente ganas de llorar, pero a pesar de ese deseo legítimo de los seres humanos se niega. Qué gran tormento destinó a esta persona a detener sus lloros. Son caprichos de sal, si nos damos cuenta, la mujer pensaría que no valía la pena derramar ni siquiera una lágrima por lo que le atormentaba. Esto es idéntico a lo que nos ocurre, no hay que buscar del otro lado de los edificios ni de las ventanas. Porque según Kundera, Nietzsche acercó la filosofía a la novela, pero no es tanto eso, sino que también acerco la poesía aun más de lo que estaba de la filosofía. Son espejos quebrándose a mitad en las vías, o en las despedidas a secas del amor.


7

El deseo de fumarme un cigarrillo trae un nuevo espacio de levantar y voy hacia un bar apretándome violento y en un par de remeneones estoy de gritos mordiendo paredes de museos y antigüedades. He pensado en la mujer más estúpida, vendrá a ponerse como un tomate (rastrilla el cuello y abre lo nuevo en espera de un milagro en los gemidos de cada venida, agonía dulce y nos descarrilamos perversos rompiendo, rompiéndonos a pedazos una y otra vez), hermosa, llena de fama caliente y dura como mármol verde llegará y mientras sentado espero su llegada hago un sondeo a su gran rabo que vuelve locos a los hombres. La canción era un aplauso apetecido entre los rostros, hablo de cuentos y notas, de nombres prácticamente novelescos, tan apasionados como los frascos repletos de fetos y corazones en el juego amanerado en la brisa partiendo genitales azules. Bebo árboles y pájaros roncos de un amanecer perplejo y llamo. Gina o Marguerite parecía canturrear la melodía en voz húmeda que golpeaba desgarradamente mi pecho sonriente y bienvenido.

miércoles, 9 de junio de 2010

Poetas de las miserias (entrega #9)

Abnegaciones

Fragmentaciones en acuarela


1

Ayer recibí el telegrama. Había fallecido a la una de la madrugada, en septiembre, un viejo y añorado amigo de la infancia, el que veía desde siempre sumergido en su ancianidad, con sus hendiduras en el rostro, lleno de tiempo inmemorables, con sus historias de trovador incansable, décimas que cantaba con júbilo, con pasión y la más grata sensación de reír por sus travesuras de muchacho grande cuando jugábamos a las canicas. Cuando residía con mis padres el viejito nos visitaba y decía que casi estaba entrando en su siglo de edad, que no duraría mucho para ver mis obras publicadas. Con uno de mis textos gané un premio en poesía y allí plasmaría varias de mis aficiones a ritmo de versos en prosa. Uno que otro día se los leí con grandes expectativas y lo vi llorar al pobre viejo de emociones, también lloraría la inevitable noticia de su muerte. Aquellas sensaciones que invadían su corazón casi sin latidos florecían en sus ojos medio apagados, lagrimaba sus amores y sus no pertenencias, silente con humildad, quizá diciéndome, mira, puedo llorar pese a mi enfermedad, a pesar de la pobreza, de los límites que nos marcan de un lado o de otro para enfrentar las vicisitudes de la vida. No sé si aprendí lo de poeta con esta persona. A cada momento lo escuchaba hablar en rimas, con leyendas de ciguapas, brujas, galipotes y zánganos, con los luaces y las hunsis ofreciendo sangre de gallina negra, sacrificio de aves cuervos para llorarse en su tumba vendida a los hechiceros vudús, para vomitar la oscuridad en su estado de iluminación. Mamá dice que lo mató una botella compuesta con raíces medicinales, legado nuestro dejado por los aborígenes que poblaron la isla, que había adquirido con un brujo. Yo digo que era su tiempo, a la gente le llega aunque se afane en durar y prepararse de antemano para sobrevivir los embates climatológicos. El informe lo recibiría cuando estaba jugando con Azul, manía que me ha quedado por observar al viejo jugando con la gata de mi madre, acostado en mi cama con un libro en una de mis manos, tratando de concentrar la lectura, pero Azul llegó runruneando, maullando, y tuve que extender la mano desocupada al borde del lecho, acariciar su pelaje egipcio y él daba volteretas en la alfombra, plegando sus orejas hacia tras, lanzándome zarpazos y mordisqueándome el dorso y los dedos a modo de ternuras. Cuando cogí el teléfono, y oí la voz de mi madre dejé de mover mi mano, el libro cayó al piso y Azul salió huyendo para esconderse tras el armario. Siempre el viejo fue un niño sombrío, silencioso al cumplir el verdadero anhelo de sus últimas. Una vez me invitó junto a un grupo de niños a buscar mangos a la orilla del río, pero como las frutas se encontraban en un terreno custodiado por un señor llamado María el prieto, teníamos que llevar, siempre que íbamos a esa finca, ofrendas que consistían en café, azúcar y cigarros de andullo. Estaba en la copa de uno de esos árboles y sin saber me desprendí porque había pisado una rama seca. Al caer de aquella altura veía en retrospectiva cada sección de las ramas, de todo los tamaños, sentía con mi delgado cuerpo rompía también a aquellas escuálidas que se hallaban en la trayectoria de mi caída, menos las de gran grosor, y esas ramas gruesas con las finas amortiguaron mi peso para ser más soportable al contacto con el suelo arenario. El viejo se asustó bastante para tirar un grito de desesperación, no tardó ni un minuto cuando ya estaba a mi lado, mirándome con sus pequeñas retinas claras, con temblor en sus labios finos, deseando articular algún sonido de auxilio o de ayuda. No podía levantarme, el dolor era insoportable en uno de mis brazos, y más con los raspones en todo mi cuerpo que se iban formando en lagunas de sangre. Tardé cerca de unos cuatro meses en sanar mis heridas, el viejo siempre me visitaba risueño y afable, llevaba dulces de leche de cabra, pan dulce y refresco de bejuco indio. Me acariciaba el pelo y entonces le obligaba a que me contara una fábula de cuando vivió en los tiempos de la tiranía. Lo de la obligación era porque él se negaba a hacerlo, pero yo con mi terquedad y mis rabietas de niño consentido le hacía ceder su obstinación de viejo cascarrabias. Ahora que lo pienso, el viejo siempre se hacía de rogar cada vez que le pedía que me contara una leyenda para darle más veracidad al hecho que contaba. A lo mejor estas imágenes van danzando en su muerte de decimero, en su maldita muerte de hombre sin nada, en su muerte al lagrimar el poema de las canicas y los retratos a blanco y negro de toda una familia, de las verdolagas tristes llevadas a su amada en su tiempo de joven aventurero (el era eso, un aventurero de lo imaginario), en los hijos dejados sin reconocer en las madrugadas y en los patios de los vecinos. El viejo murió sin nadie, solo en el hospital, hinchado e inmenso por las raíces medicinales, cubierto por la nada, un sin sentido malogrado en la especie humana porque aparentamos ser llenos de cosas y al final no nos queda absolutamente nada, sólo el vacío de no saber para dónde diablos nos dirigimos. Quisiera verlo por esta vez, pero la distancia hace hueco, hace de este fastidioso sabor de ausencia la pesadez de no poder verlo metido en el féretro vinoso o grisáceo, y el sentimentalismo se mezcla con otra cosa distinta, porque por un extremo de mi apretado corazón hay una leve alegría de no ver su rostro de viejo dormido siempre. Es mejor así, quizás menos sufriré su defunción de chivo, cerdo y vecero. Pese al signo de aventura que llevaba en su frente, también era un asesino nato, cargaba a su cintura un puñal de acero a doble filo, con empuñadura de colores y el puñal aparentaba ser una cruz plateada olvidada por las inquisiciones y los templarios. En todo el pueblo lo llamaban a matar los animales que adornarían las mesas en las fiestas navideñas o en los velatorios de algún fenecido. Las veces que lo vi atravesarle el corazón a los cerdos y a los chivos que criaban en mi casa, lo hacía por una rendija de las habitaciones que daban al patio, tapaba mis oídos, no toleraba escuchar los gritos de muerte de los sacrificadas bestias, después el siempre viejo enganchaba, ayudado por mi padre, mi hermano mayor y otros tipos que venían a ver el sacrificio y la ágil destreza del viejo al apuñalar el pecho de los animales, al cuerpo sin vida y procedía a quitar el cuero, a raspar con agua hirviente los gruesos pelos de los puercos, luego colocaba una ponchera debajo antes de abrirle el vientre para retener la sangre casi negra, la tripas y otros órganos vitales del interior. Era hermoso observar como caían todos estos componentes destilando aún el vapor de la vida, como el viejo sin repugnancias agarraba los miembros con sus manos repletas de sangre caliente que poco a poco se iría enfriando, coagulándose. Aún me pregunto cómo diantre él se espantaba de un pronto al contacto de un objeto en sus costados. Aún retengo los momentos cuando alguien lo punzaba, y era sabido que al viejo no se le podía topar por ahí, el espanto profería ser horrible y no había quien se detuviera después de cometer el hecho porque el viejo sacaba su plateado puñal, corría tras el individuo un tramo largo de camino, quizá para asustar al molestoso o lanzaba con gran ímpetu lo que llevara en la mano, por eso nadie se quedaba cerca al momento de realizar el hecho. Aquello era de risas, ver como corrían uno delante y otro detrás, pero lo ejecutaba en serio, no como creía la gente que sólo era un juego de muchachos locos por perder las cabezas. Nunca le dio alcance a nadie, decía a gritos que si atrapaba a alguien lo asesinaría como a un perro. Y como le había dado varias trompadas a los tipos que se aventuraban a punzarle de muy cerca, otros inventaron puncharlo con un palo de varios metros por temor. Ahora quién podrá molestar su quietud de santo, nadie mirará sus grandes orejas de Buda, su blanco pelo chorreado en su frente estriada, su amplia risa de infante cómico con sus decimas perdidas por los vientos, nadie verá su encorvado cuerpo después de reír por los mitos y los sueños a medio existir. Decía a manera de chanza, mira Aparicio, yo he luchado por mis pesadillas, por las utopías o sueños locos de juventud. Nunca sueñes, muchacho, eso es cosa de grandes necios, soñar no es cosa buena, pero si algún día quisieras soñar con tus sueños no sueñes con lo imposible, sueña con tu realidad circundante, es eso que tenemos que hacer y entonces veremos por fin los sueños cumplirse en verdades.


2

Mi amo está muy triste, no ha querido probar alimento. La muerte del domingo lo va sumergiendo en sustancias no conocidas por mi amo. Aun sigo preguntándome el por qué Azul y no Patricio. Si fuera Patricio estaría más convencido del nombre y no de Azul. Nada me relaciona con ese nombre de pintura o una obra plástica destinada a adornar un rincón del apartamento o el Louvre. Mi amo sólo toma café y se larga unos que otros cigarros importados de Cuba, dice que le calman, digo, lo oigo, se lo menciona a su mujercita de pelo extraño, que a mí no me cae muy bien la gorda esa. Ahora se dirige al baño, a hacer qué, debería ser como yo, me aplasto donde se me antoja para defecar y aliviar el estomago y que la gorda de su concubina las recoja con guantes y detergentes. La muy extraña de pelo enredado se da la de muy limpia, dice que yo tengo que hacer mis cosas fuera del apartamento, mi amo no le hace caso, sino que, se ríe y la abraza. A veces cuando mi amo actúa de esta manera siento hundirme y deseo morderlo, porque ya no me da caricias ni me deja estar en su cama acorchada después que llegó esa mujer con su aparato mágico. Me dice, como si yo entendiera, pero comprendo, que me vaya al sillón de la sala, no puedo ver desnudos ni mucho menos el acto de la cópula. Mi amo aun cree que soy un gato cachorro, poseo mi edad de gato y no hay justificación para que me saque del cuarto. Con mi elasticidad me escurro y contemplo la orgía con mi audición, permanecen horas encerrados y supuestamente para que yo no me aburra el amo enciende el televisor, pone dibujos animados que son hartos patéticos pero que entretienen. Ha salido del baño agarrándose de la cabeza, voy hacia él y le doy dos vueltas en una de sus piernas, digo, quiero decirle que lo quiero y que estoy con el en buenas y malas situaciones, también, según mi amo interpreta, puedo tener hambre y me da de comer conservas enlatadas para gatos, de salmón, ese es mi sabor preferido. Si echa de otro casi dejo el complemento y salgo por una de las ventanas y husmeo los zafacones, asecho las ratas y zas, no atrapo ni una alimaña. Creo que no nací para cazar ratones, sino para acompañar a mi amo. Cuando mi amo se va para el trabajo y se le olvida prepararme la conserva, ando por los rincones y cucarachas que me topo, cucarachas que devoro, son tan torpes pero me dan dolor de barriga y siento vomitar a pesar de mis esfuerzos de cazador. El amo me ha cogido, o sea, con sus manos me ha levantado del piso, me lleva entre sus brazos, acaricia mi lomo, runruneo, le miro el rostro y sonríe como siempre. Esta complacido, a cagado dos grandes mojones. Sufre de estreñimiento, cólicos perpetuos atrasados desde su posición de escritorio. Mi amo se sienta en su sillón de pana color vino, me ha traído a ver las noticias, nunca ve noticias en español, siempre pone las noticias alemanas, francesas y orientales, dice que así puede ver y desentrañar mejor lo que va pasando en el mundo. Yo lo araño con suavidad para no lastimarlo y como por arte del demonio mi amo comprende y entonces cambia el canal y pone una telenovela mexicana o brasileña rodada en New York o Miami, porque ya no son filmadas en localidades originales sino en puro bagaje reciclado. Aun me lleno de sorpresa por tanta compresión que existe entre mi amo y yo, se diría que mi amo también sabe el idioma de los gatos.


3

Mis ladridos se convierten en maúllos. Ladro y mi ama no escucha mis advertencias, no dice ni ¡wau!, siempre llega cansada del trabajo, se coloca frente a su computadora para armar modelos de plasmas y cosméticos y se olvida que existo. Esto a mi me ha dolido en sobremanera porque antes de su trabajo éramos tan fieles y ya la cosa anda por rumbo desconocido. Me gusta sólo cuando ella se conecta al internet y me pone delante de la pantalla para que mire a ese tipo raro, que conocí hace años cuando venía a estropear a mi ama con sus dedos colocados en su cosa de ahí debajo. Pero la condenada de mi ama le agradaba el tipo, mejor, los dedos que le frotaban la cosa de ahí debajo. Ya nadie casi viene a hacer esos malabares de injusticias, a veces la trae un tipo pero ni entra a la casa. La oigo decir que aun no es tiempo, pero que lo pensara mejor un día. Lo de la internet es algo tentativo, lo expresó porque el tipo siempre carga con un gatito muy hermoso y aunque miro en su expresión de gestos un temor de siglos, ya hemos socializado, hay un lenguaje universal de animales. Quizá le he tomado cariño al gatito, y cuando deseo decirle algo con ladridos gatos, el pobre se da un susto, pero el tipo lo calma y mi ama me acaricia la cabeza. Entonces el gatito da unos o tres zarpazos del otro lado y maúlla ladridos. Entonces estos gestos traducidos al buen español dan una palabra que es y era repetida por mi ama y el tipo raro detrás del aparato: te amo. Ella cuando llega de su trabajo montada en una guagua de doble cabina, siempre en la parte de atrás, nunca de copilota, voy a encontrarla y salto de alegría, gimoteo, me revuelco en la arena, corro de de un lado para otro y vuelvo a ella, pero cuando creo que sacará de su inmensa cartera un regalo para mí es pura bagatela, ni una galleta para perro, sólo ese tintineo de llaves para cerrar el portón de la casa. Estoy tan acostumbrada que lo que hago es por pura complacencia conmigo misma. Me fascina hacer lo que hago. Pero cuando pongo mis ojitos llorosos mi ama dice que soy una perra azul loca. Claro, loca de amor por el gatito azul de ahí detrás.


4

Domingo murió sin ver mis publicaciones, sin verlas porque no sabía leer. Las décimas que siempre cantaba se las aprendió por experiencia o quizá por oído. El artista siempre debe de agenciar sus textos, no importa que no haya promociones. Es mejor así. Puedo ser tristeza y morir cada centímetro en las traducciones que no tienen ni pie ni cabeza. Allá, cuando aun se gestaba en mí lo de artista, intentaba nadar en el río, buscar huevos de patos y gallinas, armar un tirapiedras e irme a un monte a asesinar cotorras y ciguas palmeras. Domingo siempre me alentaba a armar las pelegrinas sin números, decía, son mejor así porque no duermen. No podíamos aplastar los números sagrados. Doce era el número preferido del viejo Domingo. Jugaba a las quinielas, pedazos de papeles enumerados con doce cifras ilegibles. Era una comunicación de poesía numérica. Me viene del azar y de Azul. Marguerite llega de noche cuando mejor está mi inspiración y la corta como si fuera una viada de carne de buena res doméstica. No son sus abrazos que hieren a muerte mi inspiración sino también los fines de semanas cuando se pasa el día entero discutiendo sobre malas fotos que ha tirado por el inodoro. Yo le cuento entonces de Domingo y sus apreciaciones de atardecer en la finca de los de Moya. Marguerite no entiende ni papa a lo que me refiero, le digo, es decir, le cuento otra vez el cuento de los de Moya y ella dice que son disparates, que las traducciones al alemán y al español me tienen peor. Otra vez vuelvo a contarle el cuento de Domingo que llevaba gabardina en pleno verano y que se hacía el loco por las mujeres que se bañaban en el río. Entonces Marguerite mira a Azul y dice que el gato se caga por todo el apartamento, que debo donarlo en adopción a una veterinaria. Río y le abrazo, le susurro al oído que sin el gato no podría sobrevivir las últimas vacaciones cuando se marcho a Nigeria dejándome solo. Azul tenía muchos encuentros. Domingo también le gustaban los gatos. Miñango, miñango, miñango, lo escuchaba jugar con la gata de mi madre las veces que nos visitaba los domingos. Pero ya eso era razón de poeta y hombre destinado a morir sin nada. El poeta muere sin nada. Solo.

Metido en mi alcoba desmiento el afán de Azul por meterse conmigo a jugar al gato y al ratón. Mi mano hace a veces de ratón. Hoy no le dejo. Deja muchos pelos que decir. Las sábanas huelen a Azul, el sillón, la meseta de la cocina, la alfombra huelen a Azul. Un perfume Azul, una mar de gatos subida al cielo. Pero Domingo, ese Domingo con su gabardina en pleno verano tornaba los ojos que mutaban en canicas blancas, en acuosas esferas portadoras de imágenes que morían en cada sonrisa de niño. Concuerdo con sus dedos aferrados a las ramas de los árboles de la finca de los de Moya. Se lo paso a Marguerite, dice que esa clase de jugo es una pócima que mata a cualquiera. Que por nada beberá eso. Es cosa de cerrar los ojos y taparse la nariz, le digo. Pero como no desea beber ni café, me muestra unas fotografías de unos ancianos desnudos, besándose, acariciándose, tratando de hacer eso que no logran hacer pese a las insinuaciones de chupar y chupar. No levantan ni con las drogas estipuladas por la legalidad farmacéutica. Qué demonios buscará ella con ponerme delante esta clase de orgía sin consumar, pienso. Y le expreso, que si desea hacer eso que los viejos y las viejas tratan de realizar en sus fotos. Que ni loca, porque ella no es una vieja y que los instaló a posar de esa manera gracias a su empleo en el asilo. Hago gesto como si no me importara. Pero veo en esa crueldad de Marguerite al viejo Domingo de los miñangos, miñangos, miñangos al jugar con la gata de mi madre cuando iba a visitarnos los domingos y los días feriados.

Soy tristeza. Puedo ser el rabo de Azul. Ser la copia exacta de un poema en los movimientos detenidos de la cola de Azul. En la voz de Domingo superponiéndose. Porque si tirábamos las canicas de una distancia prudente nos venía en ganas comer frituras de culebras que los muchachos asesinaban en los samanes. Supersticiones de manteca y huesos roídos, alimentos para niños cogestionados, respiraciones de gatos a la brasa, ronquidos especulativos llevados a soñar el viento y las pócimas de los curanderos. Mentalidad preexistente. Durábamos horas muertas metidos en el río y los muchachos quizás inventaban barquitos de papel para ponerlos al aire amarrados de hilos de cocer, o en las aguas turbias que todos bebíamos sin la mínima preocupación de enfermar por las salmonellas, los protozoarios y otros parásitos. El cuento a Marguerite le vino a caer de golpe, sonría como la loca que es, y esta vez, era extraño, no se agarraba la punta de su pelo rasta. Es como si un golpe bajo me indocumentara las entrañas. Digo, un golpe bajo en los huevos. Y como poeta al fin que soy o me creo ser porque lo dicen las gentes, pongo a Marguerite bocabajo, le doy palabras por detrás y subimos a ver a Dios, les pedimos perdón y comemos maná.



5

Siento verlo como un ángel negro acurrucarse en mis patas delanteras a pesar de su pelaje amarillento. Puedo hablarle de ladridos gatos y sumergirnos a formar una familia de perrogatos. Adueñarnos de los circos y ser animales físicamente humanos. Hablar nuestro idioma universal sin quitarnos la ñ de gruñir, porque entonces sería grunir. Y si grunimos que será de la lengua porque el grunir es tan bajo y sonso que duele escuchar. Se lo digo a Azul gato. Y yo le repito que si formamos una familia tendría que ser de gatoperros, por telepatía, porque Azul perra esta allá, en el país tal vez de Alicia y sus gigantescos sombreros ajustados a los conos. Donde los artistas promueven el enanismo por resolución de campanas. Adquiero la visión y la veo ladrar a los perros que tratan de olerle la vulva, de olisquearle el pudor, pero ella me dice que no se deja, que me espera y que por eso no ha tenido cachorros. Azul gato con su elasticidad se mete en mi sesos, se escurre por mis orejas un tantos caídas por la vejez, mi edad de perra duplican su edad de gato. Cada especie reconoce su anuario. Tiene su almanaque para sustituir las suposiciones de los amos. Venimos por venir en trasmisión de pensamientos, nos dijimos nos amamos. Azul perra tiene un dolor en la mirada, siente que nos van a despojar de nuestras única cosa que de verdad nos pertenece, porque coño si su eñe sería un simple cono vacío. Mejor un culo lleno de mierda. Me fascina mirar su mirada por la internet, en la pantalla se ve tan relamida la perra, que esto, tal vez, fue lo que en serio me maniató a su amor de perra. Cuando soñamos el mismo sueño Azul gato sueña con atrapar una rata, yo le ayudo. Azul gato es siempre torpe, no entiende de cazar ratones, solo cucarachas que se meten en su camino. Así soñamos con ratones y cucarachas por días enteros. No tenemos más nada que hacer. Si no fuera por la espera eterna de nuestros amos, soñaríamos con casamientos y perrogatos. Otra clase de clasificación de especie surgiría. Azul perra me tiene loco a distancia. Vivo, aunque no se lo he comunicado a mi amo, por Azul perra. Vuelvo a decirle con insistencia que nuestros cachorros no serán perrogatos sino gatoperros. Accede a mi petición telepática. Sonríe y dice ir a dormir la siesta porque esto de telepatía la aburre aunque me ama.

miércoles, 2 de junio de 2010

Poetas de las miserias (entrega #8)


Reenvíos o contestaciones

1

Qué tengo que dar y qué me queda dar si atrapado mi pobre latido fustigado, apaleado, está deshecho a látigos. Horrendamente estoy enferma y la maligna fiebre penetra a sus anchas a mi espíritu corroído, royendo hasta cada instante —son heridas descubiertas anónimas— y poseo no ánimos de clarecer este sin sabor martirio. Todo hastía incalculable y hay visiones desintegradas asediándome sobre esta vida —habrá otra en que no sufra tal vejación (estereotipo manido, tiranía sin fe, desdichada sin amor ni alegría, sin nada esta vida). Cómo pervive un ser ajeno a tantas frustraciones si se apodera de los aires un vandalismo perpetuo, una nada pretenciosa, lujuria castrándome los ojos embarazados —hoy me esperan los amigos y amigas para celebrar lo eterno del maligno pero desde este tedio grito aunque me devore la demencia de levantarme más abajo—, terribles enfermos sin clemencias de la propia libertad de erigir el curso de mi historia.


2

Aborrezco a toda costa escribir u odio echar palabras al papel; pero alguien poderoso obliga retándome en geografías a que me destruya en este delirio que roe mis otras sin títulos y la adversidad incita mi suicidio (tomaremos vino, cerveza, ron y nos acomodaremos a la mesa a ver qué escribes en estos meses de ausencia). Observo la bahía crecer y los hierbajos amamantan el mármol, qué metal es éste —mis córneas retienen un puñado de edificios—, un pobre lamento de dialéctica si degollada vivo en malgastar o biengastar los anfitriones de un reloj jodido a perecer (agarremos a sesos el viento de esta mujer y tiremos su canción por la borda). Nómbrate coseno o hipotenusa, tangente desviada si pronuncio el nombre anombrado en los rostros horribles de la tarde si aborrezco a toda costa escribir poeta: palabra sospechosa, delicada en la flor del abismo. Poeta: palabra bruja azarosa y dudosa de la carne.


3

Santifico la carne en mi pecho —el hambre y el apetito lo sacio de hambre en acrobacias, en cosas buenas enteras repetidas, condenada me compadezco condenada, mentir la verdad creándome mujer libre de matar y mato mis piojos, mis ladillas, libre de vivir vivo iluminada de tentaciones, iracunda en iras acalladas y patéticas, me elevo hundida en la humana humedad dejada al alba sin pecado y sin su belleza, reproducción plácida, deformación en tuétanos de trigo, de arroz y leche agria cuando sin desearlo huérfana soy en oración y si me lamentara de la misericordia cubriría el sol y el agua con retinas. Sinónimo como antónimo de presente en lo eterno pasado y como flores ajenas atribuidas al mañana la esperanza de ver aquello ha muerto. Amo, deseo y odio dejarme ir en el suicidio aéreo, dúctil, paseándose… santifico los golpes, átomos y quantum revelándose en tabúes unificados en los escombros de la masa. Limpia manifestación en temores repletos de herramientas del paleolítico intangible y feroz. Confirmo la vida de bárbaros cimientos, confirmo la vida de seres prohibidos y el cielo lleno de cosas mías y los días son negros perfumes invadiendo el paraíso de mi sangre.


4

Necesario a veces mi corazón desea detenerse. Si muriera en este instante qué encontraría después del delgadísimo manto que nos une a la irrealidad. A apenados ángeles mutilados —no sé si a dios o a la vida de dios— siempre el mal estará en júbilo de que lo encuentre —quizá a mí misma o a la otra acariciándome —voy de inspección tan próximo a verme ahí en detenimiento, solo el insomnio dejándome ir en las ráfagas de las tormentas —y aterrados vemos lo inevitable.

A veces necesariamente desea mi corazón detenerse saturado de emoción. Qué debería encontrar en la niebla brumosa y fina si mis visiones gestadas en ti: a cantos de muerte saturna consumiéndonos inertes de tedio o al otro tú escribiéndome los ojos. Deberé lavarme la vida, no sé. Deberé lavarme la muerte, no sé. Grito el eco evaporizándose frente a mí misma liberada de culpas y oscuridades. Si amo la vida por qué temer. Mi corazón a veces efebo y adulto desea detenerse en la voz.


5

Háblame de bodas y chubascos —ve a decir a los idiotas que hemos visto aquello descender subiendo en pasmos— también diles que los astros rotundos y oscuros vimos en el agua bajar hacia las estrellas, así de súbito háblales de pechos que no miran mirando algo redondo flamear intacto y que los hombres y las mujeres han recibido el impacto de mi sed. Escribe espinas en tu frente, cicatrices aún vivas y ve a verme elevada por debajo de nuestros pies sin llegar a oscurecer. Quisiera que me hablaras de bodas y Marguerite. Ve a construir los ídolos en el río de éter de la cábala; también diles a todos de ésta… y que la vorágine aún duerme y si despertara de tantos desquicios qué sería de ti subyugado en la rabia de del homicidio. Y si la asqueante desesperación me entrara. Aprovechemos este instante hermoso en donde mi alocada lucidez trastorna al trastornado, quizá tu amante vuelva el rostro y no quisiera sentir lo mismo de la boda.



6

Soy una completa Medea, una pitonisa tratando de encontrar los carbunclos del viaje y la solidez, pero ya que importa emularte o estar en simulación. Bajaré a las doce bajo el enigma del café, inclinada a mi vicio supuesto de traje de lentejuelas y sociales. Bajé risueña en el atardecer subiendo y penderán dos gotas propensas del cielo aturdidas creando geometrías en aves que leen y memorizan largo el día en mis muecas sorbidas a melodía. La lengua a callar suena sin el eterno grito de silencio y odio aborreciendo las predicciones de la bruja arrugada, amándome en los trazos deformes y leves en el arroyo negro de mi boca. Ayer encuentro corta la lectura del café a doce junios, fría y chapuceada herida que pronostica a voces la leucemia del mañana en el terrible aroma solar. Ella del recipiente lee los golpes bajos, esas envestidas temibles que hieren. Bajo a tomar café en la calle San Luis anfibia, sombría y alegre.


7

Ruedan mis senos escogidos a ciegas doliéndome el pecho. Dardos o signos volátiles reposando responsables de aquella nuestra pena hundiéndonos símiles en la lluvia, dados en bruto acertados en diana de estos aerolitos echados al cielo y todas las flechas llevándose el viento a ver la tirada del azar respondiéndome a mí, a esta suerte anúmerica de infinitos números pares, dispares, indeterminados, reales y naturales. En bramidos ruedo sin rodar como crepúsculo frenético en un afortunado lunes vampiro. Son canicas rojas atrayendo la voz de los nos, tiernos sublevados y asimiles en la lluvia. Solo esto queda del resto de un domingo inagotable: ojos combinados mirándome lunes. Creo ver mis senos. Van deslizándose venas abajo en tus venas, me ha dolido y no lo sabes, quema y tampoco lo sabes, te dolerá y no lo sabrás en esas negras menstruaciones de Marguerite, caprichos galopándote en tu lengua de marfil en Trismegisto, y la suerte rueda a ciegas por todo el cuerpo en apóstrofes abiertas, en aires de otras cosas inciertas en los símbolos.