lunes, 26 de abril de 2010

Poetas de las miserias (4ta. entrega)


Mito o alternativas

1

Las aguas se detenían en las olas, en la conversión de los vigilantes en imágenes rastreras y sin sentido. Tal vez los sueños concluyen al inicio de su pirotecnia que danza con los peces y las trampas lanzadas a ver si se atrapa al azar una trucha o una tilapia variopinta. Los cielos parecen extinguirse por miradas inocentes, partición de tecnología atravesada en los huesos que estallan como una bomba megatómica, asunto de irnos a ver las ninfas de los bosques que en un parpadeo detienen las catástrofes. Padecen en las fuentes a Narciso y a su otro idéntico, miran como los peces de los estanques poseen voluntad humana y cogen a las libélulas, se las tragan y vomitan otros peces más perfeccionados, crecen y son mitad hombres que duermen en el fondo de los riachuelos y nos alimentan de misterios y sonoridades indecibles. Cada chapoteo relumbra al poner un barquito de papel en la fuente de un parque o en la canaleta de algún barrio marginado de la ciudad; son los niños que mutan en tritones y asumen responsabilidades de adultos con los desenfrenos y la lujuria de imaginar la obra de sus manos adiestradas por la rutina. Escriben colas y escamas, babas que emanan de sus cuerpos anfibios para introducirse en las espumas que ascienden a los espejos. Los peces nos traen dichas, pero estos son tan diferentes que pueden hablar contigo de aventuras y de capturas de niñas aún sin sus primeras menstruaciones. Como ellos, los tritones, lamen sus bajos vientres y de un mordisco le abren las vulvas, sorben sus clítoris que poco a poco van comiendo hasta dejarlas sin sexos e inhalan sus entrañas para renacer en otros peces aún con perfeccionamientos en primeras, porque su fe está en ser hombres comunes y hacer todo lo que un ser humano hace con su desgraciada vida.


2

A finales de noviembre las mujeres ordenaron cocer patas de corderos, lagartos, gallinas negras, polvo de rata diluido en aromas de tomillo y perejil, alas de aves mamarias, pelos de gato angora, huesos de sapos, víveres a ración de una gran paila que adornaba el centro de la congregación anual de jefas de comarcas. Pero a razón, esta junta de mujeres muy bien vestidas, determinaron realizarla unos meses antes, porque la junta estaba fija para el solsticio de verano, por el nacimiento del niño poeta. Las delegaciones del norte y el sur obviaron las demás representantes. Se venía gestando un golpe contra ellas, no lo permitirían a pesar de las distintas conversaciones que habían sostenidos con la presidenta de la congregación, sin las delegaciones del oeste y el este, las mujeres probaron la poción que hervía en la gran paila, una mística preservada y protegida por risitas entre dientes, por cuchicheos y rumores de hechizos, porque en el círculo se debatía si iban a arrebatarle la vida al recién nacido o no procedía a lugar la sentencia de las que lo acusaban, porque el recién nacido poeta sería el ser que acabaría con las congregaciones anuales. Esta emergencia vino a retroceder el tiempo, a acumular deseos de chupar y mamar desde los techos de las casas con sus sondas intangibles la frescas orinas de los niños, sorber sesos, plaquetas y glóbulos hasta dejar secos como arenques a los inocentes que siempre gritan al soñar con estas mujeres muy bien vestidas. Las mamadoras siempre son ligadas a las familias de las víctimas, y la que cometería el crimen sería una amiga de la madre del recién nacido poeta. Ya existía la planificación hecha por la presidenta: la tipa que se encargaría de ejecutar la acción sacaría al niño por una brecha de la casa convirtiéndolo en mosca vampira o caníbal, y si fuese posible le caería a escobazo a aquel que intentara detener el rapto. Lo llevaría en vuelo ininterrumpido hacia el desierto de las dunas, desde allí lo trasladaría, después de volverlo a la normalidad, a donde estaban todas reunidas. Como no hubo objeciones a la idea de rapto, el pleno aprobó. La mujer montó su aparato mágico y trascendió a los cielos con rumbo al centro norte de la comarca. En menos de una hora la señora llegó con el confinado a ser ejecutado y desmembrado en la gran paila que hervía constante y sonante en medio de la congregación. El golpe estaba dado, ahora sólo era cosa de mantener el triunfo reaccionario frente a las otras congregaciones justificando el hecho por vía diplomática, de soberanía estipulada y monopolizada por la presidenta interina de la sociedad, y este golpe contra la poesía —arrebatándole la nata de la poesía a los poetas que nacerían aquel año— vendría a consolidar el poder vitalicio de la permanencia. Porque todas estas mujeres muy bien vestidas sabían lo que hacían, no dejarían que un mocoso las despojaran de la mitificación de sus imágenes contra un mundo decadente y sin orden, un caos, y pese a este determinismo las mujeres, que poseían esposos, amantes, concubinos, efebos de paso, entre otras terminologías menos ponderantes pero de igual magnitudes, sabían lo que hacían, daban sus mamadas por horas hasta el desfallecimiento de la cosa eréctil. A veces las mamadas iban mutando en chupadas de cosas cilíndricas, chupadas mamadas venidas de un inframundo violento, casi chupar de mamadas alternativas si se les cansaban las bocas al mamar, porque cogían sus calabazas doblegadas por los chupones de sus hombres, ponían la cosa yerta y sólo había que mover el culo para el funcionamiento adecuado de la masturbación. Si esto no daba resultado para mantener el orden monopolio de sus avenencias, entonces, entre risitas, las mujeres perpetraban en los oídos de los machos para que —sólo algunas lo aceptaban— les mamaran el culo, así, con granitos aún de los mojones, porque ningunas se limpiaban bien. De esta forma se apoyaron bilaterales para mamar del cuerpo del nacido recién poeta hasta dejarlo desinflado, seco, en los huesos y lanzaron el cuerpecito en la gran paila hirviente y sonante en borbotones para completar la pócima y quedarse con el poder de la inmortalidad.


3

Como el poeta fue disuelto en pócima de cocineras mal congregadas por el orden mundialista de las definiciones y los conceptos dilapidados, cada partícula de su esencia mutó en fragmentos de hongos venenosos, en líquenes y musgos, en algas, en bacterias y gusanos, en virus y contagios por enganches, en entidades maliciosas que deseaban posarse en cada humano. Se diría que después que las mujeres cagaron en sus respetivos sanitarios ocurrieron tales mutaciones. La epidemia poética entonces se esparció por los rincones menos insospechables, incorporándose en cada inseminación: en óvulos, en espermatozoides, en oleadas de sexos, porque singar era cuestión de tiempo, perpetuidad de la especie poética, pese a la diferencia de fechas que nacerían los poetas en el transcurso de los siglos. Por lo menos siempre nacerían. Pero hubo un tiempo en que las y los poetas nacían cabizbajos, mutilados y mutiladas, tuertos unos y cojas otras, con tranques en las lenguas pastosas y amargas, con las vistas atravesadas, con síntomas de enanismos, pero nacían. De este montón de nacimientos congénitos y patológicos existieron poetas que alumbraban íntegros, o sea, no presentaban jorobas ni otras protuberancias llamadas a hacer prostituidas por el sistema. Había que ver a estos y estas poetas, estaban colmados de miserias por todos lados, sólo que la esencia poética, la verdadera sustancia de la poesía había mutado en otro ser —distinto a la escafandra que mostraban los mendigos y las mendigas de los enganches— que permanecía inmutable en su pureza y su inocencia, era como un Luá benevolente (porque hay de estos seres que son malignos), un ser de luz imposible de contemplar. Así, esta luz escrita en la frente de los poetas, en sus huevos, en la sangre de las poetas, en sus retinas adormiladas por la hipersensibilidad, en los artistas, porque todos los verdaderos artistas por naturaleza son poetas sin sus categorías inventadas por los del cúmulo que no saben donde diablos tienen tatuada la inscripción de la luz. Y esos enganches sin cojones siempre han traído problemas a la sociedad de los poetas muertos y vivos, no importa, desprestigiando el sacerdocio secular de la palabra, de los ritos y altares, profanando holísticamente lo heráldico. Por eso existen poetas de todas las índoles, y ser poeta es un bien mal, es un mal bien que conviene a la semiología de la estadística, en superposiciones ajenas a la auténtica sin razón de la poesía.


4

La junta venía de siglos, con sus habladurías perpetuadas y dichas de boca en boca. Así el canto sirenaico pudo sobrevivir gracias a la astucia de Homero en su Odisea. Pero la relación de relatividad que guarda con el poeta es de criminalidad, porque al poeta se le taponaron los oídos y no escuchaba los quejidos que una vez intentó perpetrar en la entrepierna aún infantil de una culebra de hondos ladridos de perra. Olía el poeta arenisca resolución de partirle el coño azul de sirena, sin los baches y lagunas, sin poder nadar en las aguas. El viento era fe de agua. Ahí sonreía la culebra cuando culebreaba encima del poeta. Era una violación tartamudeada en el canto silencioso de las sirenas muertas de gozos. Quedaron remanentes de ser suya. Notas musicales escrita a sol y noche, con sus lengüetazos infringidos por los navegantes que iban con rumbo a conquistar el progreso. La culebra enredaba su elástico cuerpo al cuello del poeta y le recordaba pene y puchero listo para recuperar los masculleos y los silbidos de eses prolongadas por la estrechez. Silbidos de presión, de gorjeos lastimeros, tal vez cantos misteriosos y repletos de arenas, de silencios y complicidades. Sin embargo, la sirena en su lecho de sábanas estaba quietecita, dejándose ser, dejándose armar el primer sentimiento de dolor, el primer acongojamiento de partera y drogadicta. Todas las sirenas que se creen culebras son drogadictas por esencia. El poeta sentía que el océano se le metía por los oídos a pesar de los tampones de resinas y sus propias costras de sicopatología; pensó en latidos, en el silencioso quejido, en el lagrimar monstruos a ras de manoseos y turbulencias. La canción no pararía ahí, sino que se agrandaría como un mito por toda la región, porque las sirenas humilladas dieron la voz y todos los poetas hicieron cofradías para enfrentar el mal que se avecinaba. Cuando una de estas sirenas sonaba había que agacharse —el ruido ensordecedor rompía tímpanos— debajo de las camas, de las aguas y del cieno. Opción que todo buen poeta tomaba como ley. Las cofradías se toparon con gritos de sirenas por el océano de las calles, señalaron al insurrecto poeta de lagarteos y dantismos; entonces se apostaron a la entrada de la cuidad, sabían que en la conmemoración del día del poeta se aparecería, había sido invitado al Internacional Canto Homérico, junta que, de poetas ni hablar, sólo era para vitalicios en donde se planteaban los diversos disparates de resoluciones y congresos. Llegaba el poeta montado en un unicornio, volando. Sus congéneres, que aguardaban horas, sosteniendo en sus manos masas, tridentes, morteros, machetes, entre otros artefactos, lo detuvieron y como a una zorra lo encerraron en una jaula. La turba de poetas lo llevó al gran tribunal de los poetas, que hacía acopio de las acusaciones realizadas por las sirenas que se creían culebras. Ya en medio de la tribuna, los jueces poetas iniciaron el proceso para condenarlo al exilio. El aëda se defendía a regañadientes, justificaba el hecho de sacarles las lenguas a esas gárgolas sirenaicas, porque con sus cantos podría cantar fantasías, leyendas de brujas y hombres mutantes. Pero el jurado deliberó en contra y el poeta sin miramientos fue condenado, y no al exilio como se rumoreaba, sino lo condenaban a quedar sin voz, sin patrimonio, sin derecho a amar.

lunes, 19 de abril de 2010

Poetas de las miserias (3era entrega)


5


El arsénico fue el polvo carnicero de los negros. Era una prisa nublada en el bullicio. Las voces unieron el relámpago en las retinas de aquella multitud agria y sudada. Busqué su rostro de muchacho sordo, mudo, apenado. Y nos encontramos en medio de toda la sangre tirada en la arena, recogida por la sequedad macilenta de los hongos venenosos. La isla almidonada está ahí, cuajada de marrón con sus ríos arenosos, partida a mitad, pisoteada por descalzos pies sin sentido. La vaca ha muerto al devorar la esperanza negra de entre las hierbas, quizá vino volando y tranquila posó en mis labios como una mariposa tierna y verde. Los bufidos han traspasado la frontera. Es como si desde Haití sus gentes llegan por millares. Surge un lacerante mugido torpe de carnicería y las lenguas se funden, crean un hormigueo babeante. Un singadero vidrioso de ojos que miran, son espejos apagados. Está prohibido escucho, pero me aferro al destazar del cuero junto a los frenéticos cuervos. Una vaca muerta en dolor y no deberá ser comida. Es una ofrenda a los dioses. Pruebo aún caliente el hígado dulce de las lilas. Todo es tan breve. Corto mi cabeza de buena res doméstica. ¡Ah!, secos los intestinos, lívida lengua perpetua, levanto en vilo mi propia quijada goteante en rojas sombras como triunfo y de golpe me desmiembro los cuernos que empiezan a amanecer en las blancas risas de los negros.

Pero mamá cuando era chica entregó lirios y lotos a su estampa de voz, formando rostros perdidos. No importó que ella castrara al chivo de mi hermana. Poco a poco a mamá le exprimieron el cerebro tan púrpura. La lluvia borró sus pasos en la blanca soledad de juguetes y aire. Henchida su mirada negó deseos aniquilados y dudosos. Papá cuando era un chico el sol le arrebató de su torso la verdad de verse increíble en las aguas. ¿Qué pensó al oír los peces desovando en los guijarros? No supo contestarme cuando la sombra derramó en el rostro de mi hermano la sangre de una mujer sin nombre. Entonces mamá con los testículos del macho cabrío lavó las puertas y ventanas de la casa para espantar a los muertos. Yo y mis hermanos nos alimentamos de los sueños, de mariposas y pastos. Vivimos en un mundo de brujería y de vacas. A mí, por cierto, me da por coleccionar gusanos en el cementerio de las garzas. A mis hermanos les dan por coger en silencio lagartos, culebras y escarabajos. Y por antipatía nos tragamos los miembros descuartizados de nuestro vecino de juegos. Pobre, pobre Caribe de rata enloquecida, nos dijo que sólo era un juego de caníbales. Mamá y papá no les importó criar lombrices en las sábanas. Fue la tos que les mató la sangre de personas come manos. Al verlos metidos en un girasol, mis hermanos y yo, pegamos los ojos en el techo resignados en secretos de alas. Reímos como larvas en sus podridos cuerpos y siendo infantes huimos a la ciudad para olvidarnos de todo y vivir.

Han robado algo de mi carne. No hay lugar a esta hora del día que soporte mi cuerpo. Hay cosas vivientes en la penumbra de mi voz, horror, demencia. El sopor melancólico de la vastedad me traga. Indolente saquea mi habitación de mujer. En la mañana habrá plenitud en las imágenes de piel y a veces las hierbas en conciertos nombran el ahorcamiento de las palabras que andan y se entregan. Soy la raza perdida, desierta y carnívora en el olor del fruto. Aquella lengua ahogada está floreciendo en la frialdad de mi pestilencia. En este cuarto de mujer el agua en luto recorre los retratos de las sombrías paredes, ranura a ranura, simulando este pedazo de tierra en duendes impúdicos e hipócritas. Quizá hoy me desmiembre en luz, en esa agonía retrasada que sostiene al fin la herencia de mis antepasados.


6

A la exposición individual de Mar fue mucha gente. Hasta de la capital vinieron. Hice fotos de los cuadros más espectaculares. A Aparicio le gustan las abstracciones. Aquellas pinturas que no dicen nada y sin embargo, lo dicen todo. Después que nos tomamos el brindis del evento, Mar con sus amigos y yo, nos dirigimos a un restaurante para festejar el éxito obtenido. Llegué a la casa dando tumbos, media borracha. Y aunque a Mar le entró con que debíamos ir a un motel, me negué. No deseaba joder. No entiendo por qué me agarra pensar en cosas raras cuando tengo un trago en la cabeza, a veces es cuando mejor pienso. Ya entre sábanas y corchas, en forma fetal, degustaba pensar en Aparicio y su poética. Porque sé que el talento no es algo que se decide ni nada parecido, eso está dentro de cada ser humano, para lo que sea o para lo que sirva, no importa. Es el caso de Aparicio, el artista, sea que esté contento con serlo o no, no hay manera de evitar esa sensación, lo es y se encuentra aunque no se lo proponga, lo da a saber con su mirada, con sus manos, con su manera de vivir y de ver el mundo; y vamos al caso de que escriba o pinte. Comoquiera, ahí hay un potencial en él y no lo digo porque sea un ser humano de los ex espacios encontrados, no, hay tanta gente que puede equivocarse y estoy segura que no soy la excepción. Siempre habrá intensidad, sinceridad, fuerza, lo cotidiano y siempre esa complejidad de imágenes, en el artista, malo o bueno, pero artista a fin de cuenta, y no es que valoro eso de mal artista, sino el esfuerzo, al ser humano como tal. Después de leer, ver o escuchar algo una se conecta, reflexiona, atando cosas y no es confusión o desconcierto, son otras imágenes que se van ensamblando en la memoria. Creo que eso no lo provoca un artista cualquiera o de los afamados, o esos que le llaman de tercera y cuarta categoría, los de la seudoliteratura, literatura light o paraliteratura, como sea que la cataloguen. Siempre le dije a Aparicio que sea, y que guardara fidelidad a sus instintos, y sí, a la razón, que en todo caso nos hará creer en la medida que se logre poner pasión y equilibrio a la creación. Pero, ¿no puede una persona tener su buena razón y no creer?, ¿un ser humano aferrado a los instintos es más creíble que el de la razón pura o viceversa? El artista (Aparicio) tiene que ser mejor cada día, porque ya ha comenzado a luchar desde el vientre de su madre por todo lo que hoy queremos y hemos aprendido a conservar. Sólo conservemos eso que nos hace ser quienes somos, en este pedazo de universo que amamos, que más que tierra y sistema solar, es un trozo de corazón y estamos aquí en medio de la nada, del cosmos, así corramos para llegar a los astros lejanos, nosotros esparcidos como horizontes. Porque es difícil imitar las descripciones, y por eso los símbolos inexplicables que explican o lo que no se puede decir con las palabras en un papel, es más fácil hacerlo en una conversación, quizá hasta discutirlo, por qué no. Voy a ser bien sincera, creo que nunca antes había hablado del artista, me parece que una vez dije algo, pero muy por encima, muy apasionada, sin distancia, sin imparcialidad, quizá muy subjetiva, no por el artista sino por la persona, la pareja, que no es necesariamente el artista y que no es el artista en todas sus facetas en todo caso. Aparicio, o lo que se asimila a lo artístico, es muy oscuro y trata de romper demasiado con la sintaxis, tanto que a veces duele, duele en el sentido que es incómodo por las imágenes, su modo de ser artista, no hay forma de ver de una sola vez esas imágenes, hay que digerirlas despacio. No sé que estaré diciendo con oscuro, puede que barroco o bizarro y por el uso excesivo de adjetivos y de manera reiterativa del sustantivo, el verbo, sino que a veces se siente como que ahoga y sé que el artista podría ser más limpio, menos oscuro, pero el artista se ha propuesto ser oscuro y le ha dado la gana de ser oscuro. El artista puede ser claro, sin complicaciones, eso dependerá de él, del giro o el rumbo que desee tomar. Puede volver al principio y comenzar desde cero, quitarse eso, qué sé yo, tal vez era más limpio antes de que se fuera del país, aunque usaba más adjetivos, pienso que si quitara la adjetivación de antes y retomara un poco la sintaxis podría ser menos oscuro. Al principio cuando me juntaba con Aparicio notaba sus escritos limpios, (pero hoy son diferentes) como luminosos, y no por el contenido semántico, sino por la estructura, se sentían claros, luminosos y cuando digo claro-luminoso, que son palabras cliché de la gente que hace crítica de arte —me estoy viciando—, es como que eran simples, digeribles y esto no quiere decir que no tenían profundidad, que no sean serios, que no sean diferentes, pero se sentían más cercanos a lo que el artista quería decir, por lo que concibo y no me mortifico mucho, pero hay muchas personas que se apesadumbran por lo que el artista quiso decir en tal o equis obra porque el artista es una madeja de hilos en las garras de un gato. No es un maíz —como se dice— entender lo que desea decir el artista, esa intención del artista, que a fin de cuenta tiene que ver aunque la gente lo entienda a su gusto. Un artista famosísimo ha dicho que el arte difícil o de complicación es el verdadero arte como el Ulises de Joyce, Kafka, las pinturas de Picasso, Dalí, el arte abstracto, entre otras tendencias, y aunque se supone que el gran arte es el complicado, ese artista no posee la verdad absoluta; y quién dijo que las cosas tienen que ser difíciles, es mentira, es falso eso de que tiene que ser difícil el verdadero arte, el verdadero arte tiene que causar emociones, aunque sea de asco o repugnancia, si no te deja igual y ha cambiado algo en ti, ya algo tiene, eso lo importante; y los artistas no deberían preocuparse si todo el mundo se emociona o no, por ejemplo, si es de muerte, todos nos entristecemos, o si es de amor nos sentimos enamorados. No, no, que le cause a los demás los que les vengan en ganas. El arte en sentido general no es ¿malo?, ahora, cuando no causa ninguna emoción o placer no es igual. Cuando no te provoca nada, ahí si es malo el arte; pero si alguien algún día dice que un verso, una línea de narración, un simple trazo en una pintura, un gesto de una escena de dramatización o el concepto de un filme, le brindó algo de placer estético, le produjo algo, algún sentimiento, ya de por sí ese arte está pago. Creo que Aparicio tiene una lucha consigo mismo, por ser difícil y a veces trae esas dificultades a su vida, debe dejar de hacer eso, es decir, para que tenga que crear difícil no tiene que trasladar las dificultades a su vida a su obra, no tiene caso que se lo haga difícil. Entonces, ¿pasará su vida entera siendo o tratando de ser difícil?, ¿se le va a ir la vida viviendo así? Y aunque es bello para muchos vivir así, pero también cuesta muchas lágrimas y se llevará mucha gente por delante y luego, tal vez, le dolerá llevarse toda esa gente; entonces no tiene sentido que el artista viva llevándose gente que quiere y no quiere por delante y viviendo difícil. ¿Qué le quedará en el camino?, ¿mucha creación para que la posteridad disfrute?, y él qué, ¿difícil toda la vida? Diré algo que he aprendido, y creo que con firmeza, en estos años que he vivido junto al arte: el ser humano no debe dejar que el artista le robe la vida a ese ser humano, los sueños, y no debe poner nunca su vida ni sus sueños por debajo de nada. Sí, el arte es vida del artista, pero eso no quiere decir que tenga que morir por el arte (dejar de vivir por el arte), porque entonces dejaría de ser la persona, y una persona no puede dejar de ser una persona. Tiene que dejar que el arte fluya de sus vivencias pero sin que el arte le imponga vivencias. A veces creo que Aparicio se impone vivencia en pos del arte, de manera inconsciente quizás, como un juego que no le importa mucho, planificando lo espontáneo en su vida, y bien, y eso para la creación es grandioso, pero para la vida como ser humano de carne y hueso no debería ser así, porque si no, si fuera grandiosa le diera un comino que termináramos con nuestras vidas, con la relación de todo lo que nos rodea, si lo importante fuera el arte en sí; pero hay algo que le importa de las personas de hoy, de mañana, el artista no debe dejar que eso esté por debajo de nada; siento que el artista se dejará guiar por esa forma artísticamente macabra de vivir, y eso está bien si desea vivir su vida, no soy quien para exigirle cómo tiene que vivirla allá con la tipa esa. Pero le podría dar un consejo como vidente que soy, o esas propiedades que dicen que tengo: el artista no debe dejar que el arte controle su vida, no debe dejar que las cosas que él tenga que crear haga que viva cosas que quizás ni siquiera pretenda vivirlas. El arte como tal es libre en toda su plenitud. Porque creo que el artista ha vivido bastante, y cuando digo vivirla no deseo decir que no haya vivido, sino que él ha pasado bastante, ha sufrido bastante y ha acumulado experiencias inverosímiles, muchas cosas, y hay personas que son octogenarias por ejemplo, que nunca las han vivido ni la experimentarán, cosas que asombrarían a muchos. Pero si Aparicio ya no quisiera eso, sino otra cosa, si todavía posee sus sueños, que esos sueños estén por encima del arte, porque el arte es un resultado de lo que uno quisiera vivir, no lo que se desee vivir sea el resultado del arte y que la creación artística no le dicte lo que tiene o tenga que hacer en la vida.


7

Criatura del bosque acunada en mis rodillas, estás como un centauro o como una perra parturienta. Aún no despiertes de la iluminación. Sin temor alguno dejas mis labios sangrantes y el viento alimenta las plantas. Florece esta leyenda al borde de los matorrales. Abre tu espíritu y nacerás inalterable. En tu corazón hay perfumes derramados. Euforia de cimientos y raíces. Los pájaros hermosean espléndidos tu bello rostro de cabra edénica, y son caricias cayendo a mi oído como un bullente espejo aferrándose a la carne. Me desvelo infortunada y deshojo tu torso, la maternidad no es otra cosa que dar sin restarle nada a la vida, creyéndote infiel a mis bajos y altos instintos; quizás cobremos sentido en la intriga de toda la humanidad. Decir la verdad resulta a veces el peor de los castigos: la luz puede cegarnos tibios, mojándonos de verde los corazones y el retorno a la inocencia sucumbe impreciso por amor a esta dicha que nos eleva tiernos y convencidos.

Culpables o no, merecemos el paraíso de los dioses que alguna vez entraron en la hinchada casa de retratos roídos y malogrados. Amantes o no, conquistamos el silencio de la palabra para reventarla y retorcerla con toda su miseria, vacío y grandiosidad. Hoy debería creer en las manos acariciando un gato sin pelos para tatuarle la etérea sombra de los vicios de la humanidad. ¿Para qué soñar en esta irremediable mitad de huesos de tierra? Dormiré a la hora exacta de la apatía y la discordia. Miraré por una vez en cientos y miles de lunas y soles oscurecidos resplandecer la dicha de aquellos y aquellas que humildes levantan pétalo a migaja los restos de la vida. Crean o no, la mezquindad de ángeles blancos cubre cada imagen caricaturesca de los flameantes contrariados y turbios. Las alimañas rojas, blancuzcas y púrpuras han corroído el lastre de ellos por magmas pasajeros. Pero aún algo nos queda por vivir y cantar. La vieja y decrépita esperanza nos roe el pan de cada humano. Sí, algo nos queda por lo que creemos y por lo que vivimos en esta triste historia de monos y polillas. ¿Qué buscamos en negarnos, en mentir ocultándonos en el Edén de los perros? Ellos son la excreción dilatada de un cosmos sidoso y florecido en larvas purulentas. Ellos son los dueños de circos y risas de closet. Ellos los comprometidos en las bocas de las hienas desde sus tumbas morirán otra vez. Culpables o no, merecemos un infierno digno de cielos podridos y de una cobarde mirada de odio, de arrepentimiento, de una mirada mendigante que nos haga sinceros humanos en un abismo a flote y de palabrerías hundidas en lo sombrío. ¿Por qué confundirnos en este océano miserable y pernicioso? ¡Oh!, nuestros nombres de vivos muertos en el espejo de la luz de un jueves castrarán las voces de los injuriosos y los incorregibles duendes de la casa inflada de retratos carcomidos. Al fin seremos dignos de ver la poesía con sus miserias y sus grandezas levitar por encima de nuestras comprensiones como un relámpago verde atravesando nuestros rostros. Debería creer en las manos tanteando un gato sin pelos. Dormiremos a la hora exacta de la apatía y la discordia, así, tiernos infantes sin distinguir un aliento. Pero aún algo nos queda por vivir y amar: la esperanza de que cualquier día todo acabe de golpe sin vernos. Aún algo nos queda por vivir en esta mitad de isla sonámbula, nuestros bríos de sierpes y de sapos rabiosos, de aves y de fantasmas en locura, de asesinos y de papisas patiabiertas.

Es viernes o era martes. ¿Qué se yo si los días poseen la simetría feroz de las retinas abismales? Tu voz. Esa voz sale de todas partes. Una voz de quijote que enluta el día fatal, cruel, macilento, prematuro traspasando la noche con la luz de los labios, abriendo de par a par el pecado de Cristo. Supe del silencio hablador mientras el otro silencio acuchillaba. No vienes a construir los ídolos de sal, vas por el mundo recogiendo las visiones parturientas de los poetas hermafroditas. Te lanzas a cazar los faunos y los arquetipos de cigüeñas. ¡Oh remendada puerta! ¡Oh impulso estrepitoso!, cuando descansas así, así al borde de las escaleras, te dejas rodar y de tanto balancearte que no te desplomas. Esto falta tanto en las proscribes noches al verme el Suicidio que casi no veo mi rostro. Mataste cada fonema, cada forma y hoy vengo a ofrecerte a Morfeo, a Casandra, a Diana en la misma ensoñación posible de las flores que retozan en la azabache menudencia de lo infinito. Debiste contarme la historia, pero no han transcurrido las notas etéreas de la música infernal en la escapada lengua de la humanidad. ¡Oh electrizante lagarto!, el crepúsculo dejó los despojos de tu reptar en el subterráneo de mis huesos. Ya no posees nombre, todos te pertenecen, tan pésimos que la risa en germinación pervive en cada victoria, en cada sombra… qué te vas acordar, Aparicio. Es viernes o era martes. ¿Qué se yo de días si la macabra desolación penetra en todos los objetos? ¿Qué sé de números treces si partimos para no regresar? Tu voz, Aparicio. Tu voz confluye en todos los nacimientos de las amistades desgraciadas, de aquellas que se encuentran en otros mundos para respirar temblores y melancolías. Era nuestra juventud tres veces por encima de las nebulosas, de esa leche nodriza que se descuaja al ser tirada por las calles vacías de las ciudades y los campos. Voraces no tuvimos compasión y asesinamos la fruición de ver las aves levantarse.

lunes, 12 de abril de 2010

Poetas de las miserias II


3

En el trayecto pude reflexionar lo de Ulises. En serio, pensé, sería el último plante. Nunca lo citaría a conversar de arte ni de sus comitivas de faldas. Dejaré a la suerte a ver si me llama cuando éramos unos muchachos llenos de misterios por la poesía. Marcos no ha dicho ni una palabra. Incito a que diga algo. Aunque ponga una de mis manos en su muslo ni mira. Continúa manejando con frialdad. Ahora rozo su hombro, voltea y me sonríe tierno, sus hermosos ojos brillan, movió insignificante los labios, quiso decirme o preguntar, eso lo intuyo, alguna cosa, tal vez espera la respuesta que le debo desde hace meses; pero aun no es tiempo. Se lo puse muy claro aquel día, yo había pasado por una relación caótica, que destrozó en pedazos cada materia atómica de mi cuerpo, tardaría lo suficiente en pensar sobre un compromiso serio, y dijo que estaba dispuesto a soportarme hasta una decisión justa, para venir ahora a actuar con desesperación y que tengo que darle una respuesta lo más pronto posible. Pero aun no es el tiempo, eso está claro entre nosotros. Vamos saliendo de la ciudad. Otra vez me mira con brillantes ojos de inocencia, ríe con serenidad y dice detenerse en un motel para estar a solas y hacerlo un par de veces seguidas. Me siento cansada, estresada. El trabajo en la oficina estuvo pésimo y más con el plante de Ulises, le digo. Justifica en meternos al motel, expresa que ya ha transcurrido una semana desde la última vez, que si no tengo ganas de, o será que sigo charlando con ese poeta maldito. No, nada que ver, manifiesto con voz casi apagada. Las ganas me sobran, pero no entiendes, estoy harta de cansancio. Mejor llévame a mi casa, concluyo. Marcos acelera el automóvil. Toma una de mis manos y la aprieta, desea metérmelo sin más que, porque eso es lo que malditamente prefiere, metérmelo, llevarme a casa y se acabó. Pero así no funciono. Diablos, cuantas veces se lo he repetido. Preferiría quedarme jamona a continuar una vida así con un pendejo de mierda. Si tengo una relación seria con alguien es para plantar raíces y no andar de aquí para allá huyendo, escondiéndome de nadie, y la verdad es que no deseo repetir lo mismo que me pasó con Aparicio. Al otro lado de la reja está ese vacío necio asesinándome. Marcos se marchó sin ni siquiera decirme hasta pronto. Tan fuera de humor estoy que me acuesto sin darme un baño. A media noche me despierto con un sabor lechoso y agrio en la boca, con mi pastosa lengua manchosa, con náuseas horribles de embarazada, ¡pero si uso preservativos cada vez que, y las veces que no, llevo en mi bolso Evital! Es extraño sentirse embarazada, con otra vida dentro de una, latiendo, dando pataditas, hinchándosele los senos, abultamiento de vulva, de piernas, de pansa, engordar un poco y los dolores de parto, ¡ay!, y corro hacia el baño y con singularidad está impregnado de un fuerte hedor a vómitos, como si alguien hubiera ido varias veces a vaciarse el estómago. Si acaso lo hice, no lo recuerdo. Estoy tan desinflada, tan derrotada que si estuve desandando los pasos, o me sumergí en un trance de sonambulismo, conociéndome como me conozco, fue lo menos peor que pudo suceder. Expulso litros de cerveza, gramos de papitas fritas, onzas de ensalada verde, libras de carne de soya, kilogramos de jugo gástrico en el lavabo [Es increíble y dudoso ver a una poetisa comer papitas fritas de Burgers King y vomitar. Aparicio siempre lo decía: el vómito es un estado de iluminación y ahora lo entiendo], no me dio tiempo de agacharme en el retrete y estoy vacía por dentro, tan liviana que puedo elevarme, tocar el techo, volar por cada compartimiento de la casa y desde arriba es tan distinto. Mareada, no sé si mi cabeza da vueltas y vueltas o es en realidad que todo en el exterior se confabula en movimientos para confundirme, porque toda la casa se compenetra en bruscas agitaciones, un hundirse sin llegar a hundirse. Casi en los límites de un desmayo, tropezando una que otra vez, entro a la habitación y avisto un bulto en el lecho. Cuando enciendo la luz pongo rostro de petrificación, boquiabierta, y como si fuese algo natural, sin oponerme, me echo a su lado, porque también considero ser posesión de ese cuerpo enclenque, que poco a poco lo voy destapando. Con sus ojazos de perro pastor, con esa respiración entrecortada y a la vez intensificándose, me doy cuenta que Aparicio es mi hombre, que está tan cerca de mí que puedo acariciarlo. Ya no poseo las náuseas. Los síntomas de los mareos han desaparecido por la emoción. Nausear cuesta dolor, dolores que menstrúan espejos e inquisiciones.

—A ahora qué te sucede —dijo con voz espesa de locutor radial de cinco a doce—. No creerás que sea un fantasma o una revelación de siglos que ha venido a cantarte una poesía pasada de moda. Sabes, aquellas personas no merecen que estemos aquí. Gina, por si las moscas, también hay que sacar el acta para dormir tranquilos…

—No sigas, por favor. Es mejor que vaya yo en persona —le dije, abrazándolo a mi pecho—. Además uno de tus hermanos labora allí.

—Pero es que no lo ves ahí, Gina. A pesar de eso no entremos en detalles de que si trabaja o no ahí. Lo importante es el acta y por eso no pretenderíamos agarrarnos en favoritismos de cuarta. Mejor hacer los tramites por el libro, no crees.

—Eso creo, Aparicio. Mejor que nadie sabes cómo son las cosas. Pasar por debajo o por arriba, comoquiera, da igual que sea uno de tus hermanos o no. Entremos a la fila, no perdamos tiempo. La fotocopia verdad que la trajiste.

—No. Pensé que la había echado en tu cartera. Qué tontos somos. Ahora tendremos que regresar y perderemos el turno.

Aparicio, poseído por el Diablo, me observa cabizbajo, reprochándome, encoge los labios, frunce el ceño con dureza; pero cuando paso mi mano por su pelo, todo lo contrario, afloja su rostro de pastor alemán, ríe con malicia, lascivo, con ganas de, y como si nos trasladáramos a épocas glaciares, a remotos incidentes del neolítico, como a la Edad de Piedra, donde no había pudor, donde la inocencia reinaba, nos tendemos en el piso al lado de la fila de la oficialía, sin preocuparnos de nada, a acariciarnos, a darlo todo en cada conjugación de besos, de lenguas enredándose, construyendo sílabas de salivas. Las personas que van a ordenar sus actas y otros documentos pasan sin vernos ahí, revolcándonos, cubiertos de polvo, semidesnudos, él metiéndome mano por la entrepiernas para hacerme gozar orgasmos, sentir mis babas que se escurren zigzagueantes y de pronto ya no quise gozar desde mi clítoris. Retiro su mano de mí, estoy incomoda, avergonzada, por la presencia de uno de sus hermanos que está también echado junto a nosotros haciéndose el dormido. Le doy la espalda, pero el muy terco continua incitándome, manosea pezones, aprieta tetas, mordisquea nuca, omóplatos, hombros, sopla orejas, susurra malapalabras, cosas indebidas, incesto, sodomía, posiciones Kama-Sutra. Los pies de las gentes que llegan y salen con sus actas casi rozan mi rostro. Murmuran que los de allí tardan mucho, otro día no regresarían a recuperar extractos de actas de nacimientos, se irían a la capital, porque allá, aunque había que sobornar por arriba y por abajo las cosas se daban con mayor naturalidad. Aparicio sigue instintos —por lo menos yo he recuperado un poco el pudor aunque continuo en cueros, de espaldas a él y dispuesta a—, y de forma fetal, con ganas de hacer y venirme, sigo inclinaciones de nalgas, abrir un poco, porque siento su dureza caliente hospedada desde hace rato entre mis posaderas. A ritmo de poseía, con esa musicalidad interna en las palabras, con acciones de oficinas y tecleados, con murmullos de personas que si el de la ventanilla no se da prisa demandarán al Estado por emplear a unos maricones que tardan en atender a los clientes y a ciudadanos responsables que pagan sus impuestos como Dios manda, por la raya. Entonces, sin perder oportunidad, me la mete por detrás, con lujos y detalles. Sólo al inicio de los contoneos y fricciones padezco dolor, pero cuando la cosa toma rumbo recto y arremolinado, intensidad de proporciones en ángulos obtusos, la incomodidad desaparece y me viene placer de culo hacia dentro con gemidos de poesía, porque eso es eyacular poesía de óvulos y deyecciones. Aparicio al parecer no ha llegado a, y presumo armar lío de masturba y masturba a tu hombre para que venga; pero mi hombre no se deja, se resiste y concluye diciéndome que es mejor ir a buscar las fotocopias, porque éramos tan tontos que vivíamos para hacerlo donde se nos antojara. Con sus ojazos de perro pastor, con su delgadez de esparrago sufre sudores de fiebre en silencio. Su cuerpo es una sola gota de fiebre en cuarenta o ciento cuatro en escala de Fahrenheit. Cuando acabo de quitarle la colcha y la sábana, están empapadas, no sólo de sudoraciones sino con ese apestoso olor a cigarrillo que tanto me conmueve. El pobre tiembla. Dice sentir contracciones en el pecho, que le traiga agua y el frasco de las pastillas de los nervios, los analgésicos antigripales y… Lo interrumpo porque duele verlo así y le digo haré té de hierbas y limones, la doctora lo ha indicado y mañana te levantarás como nuevo, como si no hubiese pasado una mala noche de calenturas por un simple virus pescado en la oficialía.


4

Por casualidad pude levantarme con esfuerzos indescriptibles. Llamé a Marcos para contarle cualquier cosa por pretexto. El muy Mar no podía recogerme. En la tarde, expresó, tal vez nos encontraríamos en la Plaza junto a la catedral y desde ahí iríamos al Gran Teatro a los Lunes de Jazz. Mar necesitaba buscar algunos materiales que faltaban a la capital para su primera exposición individual en la Galería de Arte Morel de la calle Benito con Máximo Gómez. En pelotas me introduje a la bañera. Abrí el grifo y dejé que se llenara casi por completo. Debía relajarme, tomar con calma aquel día. No pensar en nada. Llevar mi mente a la blancura, a un espacio sin nada. Pero en vano induje estar en blanco, porque vinieron a mí imágenes de las pinturas de Marcos, rememoraciones incongruentes, colores dulces y amargos, cuerpos danzando desnudos, asuntos edénicos y de golpe dije en susurro de burbujas que debía tomarles algunas fotografías y enviárselas a Aparicio por correo como cuestiones postales. Le sugeriría que tendría que comprometerse a hacerles algún comentario, a ver que dice de ellas. Como tardo mucho para higienizar cada hueco de mi mundo, siempre pongo a tono el reloj despertador al meterme al baño. Casi dormía sumergida en la bañera y el timbre me despabiló. De un salto de gata salí corriendo a vestirme. Llegaría otra vez tarde al trabajo. Año por año hago promesa de llegar a tiempo a la oficina. Día por día, cuando me despierto, me digo: Hoy llegaré temprano. Pero por más que me lo reitero nada sucede, como si viviera de los contratiempos a voluntad. A Aparicio, no sé si ahora, le molestaban mis tardanzas. Si me pasaba con algunos minutos demás, me lo reprochaba, decía que no tenía ni el más mínimo sentido de puntualidad, que era una irresponsable con las citas, que lo hacía a gusto para mofarme de su tolerancia; cabrón singamalo, que se creía, que yo no poseía mis compromisos conmigo. Las personas que laboran en la oficina me observaban extraña cada vez que llego tarde. Ni hago caso. Sólo cumplo con mi labor. La jefa del departamento nunca me ha llamado a su oficina para tal motivo. Sin embargo, cuando me manda a buscar con el mensajero y no lo hace por vía telefónica, se me aflojan las piernas. Pero sólo es capricho mío, nada que ver. Son para otras estupideces. El viernes pasado me mandó a redactar una carta invitación para la embajada de Haití. El asunto, según, era altamente confidencial, nadie en la oficina debía enterarse. La jefa dio detalles, que a mi entender parecían excesivos, hasta el presupuesto del evento tuve que cuantificarlo, hacer contabilidad de los alimentos, de mesas y manteles, de los adornos y etiquetas con los nombres de los invitados, de las sillas y de cómo había que ir vestidos. Después de los saludos cordiales, ella recomendó que la notificación debería ir en español y traducida al creole y francés; además, el en cuerpo delito —así lo califiqué— se percibían ciertas anomalías, evidencias que me llevaron a comentar el hecho con Marcos, y con Aparicio a través del chat. Según Mar, sólo eran cosas de diplomacias que no nos correspondía resolver, que si en la invitación mi jefa quiso alterar su contenido, haya ella con sus compromisos de funcionaria gubernamental y que dejara las cosas como estaban, que no me metiera en eso. Pero al contrario, Aparicio estaba con mis opiniones, comentaba desde el chateo que la encargada de asuntos exteriores para la otra mitad de la isla en sus recomendaciones al redactar el documento, le exigía al gobierno de Haití buscar conjuntos soluciones para la legalidad de los indocumentados, el tráfico de armas y personas, la influencia del narco y que cooperara con la solidaridad internacional de los países de la región, que contabilizara la milicia apostada en la frontera, conjunta con las de la ONU y que las visitas realizadas últimamente de algunas ONG sensibilizaban el estado de paz de los dominicanos. Claro, y al final, como sospechaba, Aparicio dijo algo tan macabro, tan inconcebible, tan de terrorismo que se me rayaron los ojos. Al parecer hay una fuerza diabólica que promueve la unificación de la isla, que desde hace mucho tiempo esta malignidad nos ve desde allá como si fuésemos una sola cosa indivisible y que por eso nos han tirado el problema haitiano como una vianda de carne a unos perros sin domicilios para que nos jodamos más de lo que estamos jodidos. A la hora del almuerzo, aquel viernes me fui a reflexionar, como ahora, sobre este asunto pendejo al restaurante de la Calle San Luis. Y no es que sea una xenófoba, no, sé de donde vengo, se quien diablos soy. Existen tantas diferencias que sería impertinente mencionarlas en secreteos para que nadie escuche, sólo yo decírmelas, ni pensarlas siquiera, todo el mundo sabe y más las instituciones y los gobiernos que piensan que somos una misma vaina. Se equivocan, somos dos pueblos, dos razas enteramente distintas cohabitando una misma maldita isla en el Caribe.

En la tarde me encontré con Marcos en la Plaza. Tomamos helados de nueces y ron pasas en Mac Donald’s. Habló de su viaje fugaz a la capital. Trámites de colores y poesías, que según él no es poesía y que para mí sí es plástica poesía. Nos dirigimos al teatro. Decidimos caminar un poco por la Del Sol. Yo se lo exigí. Deseaba acordarme de épocas de lluvias y este era el mejor día. Después iría a buscar su auto aparcado en uno de los centros comerciales de la ciudad. La orquesta de jazz había hecho su primera intervención, el ambiente estaba caldeado y también me enteré por una pareja de mujeres artistas que conocía, pero que raras veces conversaba con ellas. Cuando Mar me iba a dejar frente al bar del teatro, dijo que nunca antes hubiese sido tan feliz. No contesté. No le creí ni una sola sílaba. Sonreía dando hipótesis de que yo lo sabía. Quiso besarme y lo rechacé ofreciendo una de mis mejillas. Trataba de buscar mi boca y al ver que lo esquivaba, desistió de mi ofrenda y no llegó a besarme, me abrazó con mucha fuerza y lo necesitaba, sentía un abismo en la espalda. Mar hacía rato que se había marchado a buscar su carro, y la orquesta iba por su tercera interpretación. El solo de piano, un blues, que luego pasó al saxofón y después toda la orquesta llevaba el ritmo acompasado (ese contratiempo ineludible) y sincopado de la melodía me trajo omnipotentes instantes de Aparicio. Reflexiono muchas veces que hasta cuando viviré con la situación de recordarlo por cualquier nimiedad, y me digo, ya basta Gina de pendejadas, ponte en lo tuyo y borra a ese enclenque tísico. Pero endiabladamente es inútil, viviré con esa carga toda la vida, con ese pedazo de poeta de mierda. A principios que Aparicio se marchó fuera del país, le comenté algo sobre jazz en un correo electrónico y a la semana siguiente me mandó uno sobre la evolución histórica de esa música, dijo que era un artículo, que no sabía de dónde lo había sacado, pero que lo aprovechara porque cosas así no se daban todos los día. Dudaba de la procedencia de tal artículo y comencé a investigar su origen en la red. La duda me venía por la sintaxis tan bien elaborada, como si el escrito fuera copia de una enciclopedia o estratos de documentos relacionados con la historia del jazz. Pasé varias semanas rastreando, haciendo comparaciones de oraciones, preposiciones y conjugaciones verbales, encontrando similitudes en uno que otros compendios. Le comenté algo a Ulises, y me recomendó que no jodiera con el asunto, que lo dejara así porque no valía la pena. En una página web hallé algo. Ahí estaba la historia del Jazz. Leí con detenimiento e increíble, Aparicio o quizá otra persona había copiado casi con exactitud lo que leí con preocupación (podría estar equivocada), salvo algunas cosas que presumían ser parafraseadas y en otros muchos párrafos se notaba que eran totalmente distintos. Nunca le reclamé a Aparicio por esto. No sé si hice bien o mal. Total, si lo intentaba siquiera, Aparicio con su labia de poeta maldito y rabioso, si fue él en verdad, sacaría justificaciones incoherentes y en esa época yo no estaba para pleitos de conyugues, porque eso era lo que parecíamos cuando nos armábamos en discusiones. Mientras escuchaba la música, ah, esa música que me viene en venirme, consideraba oír a Aparicio diciéndome que a quien le iba a importar cosas como esas, que con adquirir conocimientos no se ofendía a nadie, que el articulista sólo quiso dar a conocer, y dar sin recibir es cosa impracticable hoy día, que qué coño si original o no; lo importante era apreciar el gesto, la donación, el desear brindar algo de provecho sin interés, sin la menor contingencia de restarnos, si no de sumar y multiplicarnos para crecer, para descubrir y redescubrir, para abrirnos otras posibilidades de ser otros y no unos monigotes ahí parados al borde del camino. Posteriormente me lancé a encontrar discos compactos en las tiendas de músicas, di con algunos de los nombres que hicieron historias en el jazz, por ejemplo —me gusta tanto escucharlos a solas en casa—: Charlie Parker, Mahalia Jackson, Coltrane, Armstrong y otros. De algunos de ellos no encontré, quizás dejadez mía, pero me las ingenié para bajar del internet algunas canciones. Luego me enteraría que en el bar del teatro daban conciertos de jazz todos los lunes. Desde entonces he ido—casi nunca dejo de asistir, sólo por los contratiempos de trabajo— a disfrutar de la música.



lunes, 5 de abril de 2010

Poetas de las miserias


Poetas de las Miserias

Augusto Bueno

Exordio de la miseria

A veces resulta caer en error querer explicar el origen de un texto u obra de arte y no sólo eso, su estética, la finalidad, el argumento, entre otros. Creo que la obra de arte se manifiesta ella misma por sí sola; el creador no debe dar razón (porque no la hay) del por qué ha creado tal obra, eso dejémoselos a los críticos del arte. La cuestión, el verdadero intríngulis, esa jodienda que nos hace ser quienes somos es desear descubrir y redescubrir al ser humano ya que la filosofía no ha podido esclarecer el lado oscuro del hombre. Es como dice nuestro Milan Kundera —parafraseándolo—, que la novela, en este caso, es lo que más se  acerca a la metafísica de la humanidad, porque el artista no es un economista ni historiador ni profeta, es un explorador de la existencia. Por otra parte, y me permito citar textualmente a este grandioso artista de la palabra (se me había olvidado la frase o el axioma completo: me ha llegado a la cabeza) con tenor a este enmarañamiento: “…la tarea histórica de la novela después del siglo del realismo sicológico: ya que la filosofía europea no supo pensar la vida del hombre, pensar su «metafísica concreta», la novela está predestinada a ocupar al fin ese terreno baldío en que será irreemplazable”, sino no ya lo es.

Con estas palabras, y no me traiciono, iniciales dejo por sentado la propuesta de uno de mis textos, que en un principio estaba destinado y ligado a una persona. Pero como este planeta anda con su prisa y su afán de lo vacío, esa forma light de ver las cosas, atribuciones que sucumben ante la realidad de esa persona y la mía, tuvimos que tomar rumbos diferentes para, tal vez realmente, encontrarnos con la verdadera intención de nuestros destinos y quizás, como se dice, quien sabe si al final de todo nos volveremos a ver bajo un mismo sol, bajo un mismo cielo, en un mismo puerto para zarpar una vez más con rumbos equivocados. Poetas de las miserias nunca iba ser publicado sino por esa misma persona. Ahora me río, de veras, uno nunca sabe dónde termina el final de todo.



La poesía no está en la acción sino allí donde
se detiene la acción; allí donde se rompe el puente
entre una causa y un efecto y allí donde el pensamiento
vagabundea en dulce libertad ociosa.
La poesía de la existencia, dice la novela de Sterne,
está en la digresión. Está en lo incalculable.
Está al otro lado de la casualidad. Existe sine ratione, sin razón.
Está al otro lado de la frase de Leibniz.

Milan Kundera


Collage

Quimeras de las sombras

1


Anoche, mientras miraba mi programa favorito de las diez, pensé en Aparicio. Creí sentirlo rondar la casa. No sé si por el patio trasero. Esta alucinación me vino por la entrevista que le hacía el presentador a un tipo de nombre… ya ni me acuerdo; pero tenía que ver con la labor de Aparicio. Asumía cara de poeta. Además, sus frases muy bien ordenadas, como preestablecidas, desdoblaban el ambiente del programa. En una de las pausas de publicidad fui a tomar un vaso de leche. No llegué. Los parpados pesaban, un dolor en mis ojos y en todo mi cuerpo me obligaron a continuar guardando cama. Quizá la ridiculez del presentador y el tipo, que ni me acuerdo, me llevaron a ensoñarme despierta. Aparicio dibujaba trazos con uno de sus dedos, con el índice, como llamando a silencio y derogué armar lío, reflexión que impuso apagar la bombilla de la habitación, sólo quedó encendida la lámpara de la mesita de noche y el cirio de mis santos. A oscuras las manos repletas de papeles escribían la posesión de un banco de parque, escribían o trataban de amainar unas llamas que copulaban con las palabras, imitando a moluscos. Hoy es por la tarde. Pude comunicarme con él y contarle el sueño. Y como siempre, no esperó conclusiones. Dijo tantas barbaridades que es injusto. Una alucinación, para mi fue eso; estuve despierta toda la noche. Comentaba que no faltaría mucho para que alguien, y un artista además, llegue y me someta a suplicas institucionales. Que, el pobre, con sus promesas de siempre, a pesar de la poesía, existía como ese fuego comiéndome las entrañas por negarme a la impúdica verdad de ambos. Que, el pobre, con sus razones marginales, dentro de lo que cabe, analizándolo bien, debería realizar aquel ofrecimiento en ir a la Basílica La Altagracia a pies descalzos porque lo había prometido hace años y no cumplía. Aparicio estaba en su verdad, pero ya no estamos para estar cumpliendo con cosas del pasado. Como dicen mis amigas, hay que estar en sus once y vivir el ahora. El pobre, con sus problemas de traducciones y la tipa esa de rizos rasta, dijo que la leche significaba, contenida presumiblemente en un vaso cromado, las guerras que han de surgir por necedades, de modo que, qué diantres excita a los hombres a matarse solidariamente. Dijo que hablaríamos después. Estaba muy ocupado para seguir chateando estupideces de sueños conmigo. Ni le escribí adiós. Sólo salí de la web y continué con mi labor de análisis diplomático. Cada palabra que escribía, a manera de poesía, eran receptivas, pero con la peculiar entonación de que Aparicio al otro lado de la pantalla se sentía incómodo. Tal vez había uno de esos franceses traductores, un supervisor, el director, quién sabe quien, metiendo los ojos en lo que hacía. A Aparicio no le agrada cuando esta en conversación conmigo que nadie lo moleste. Me lo ha dicho, se lo dijo a ella. Salí de la oficina a las cuatro. Caminé las calles de siempre. La calle San Luis con sus vitrinas. La Del Sol con sus miles de autos, las gentes andando como sin rumbo fijo y sus tiendas. La Sully con sus parquímetros de horas muertas que llaman a entrever sustituciones de lugar, cuando aun éramos unos mocosos que amábamos la poesía por encima de todo. Aun a Aparicio le viene el cinco. A mí, eso es cosa de apaga y vámonos. Ya casi no tengo tiempo de estar superponiendo espacios. Así es más fácil. No hay que complicarse la vida, sino simplificársela. No tengo que armar una frase bonita para ir a recitar al Monumento de los Héroes, sino que la digo en mi piel, en mis movimientos de caderas anchas, en mi lengua, en cada gota de saliva que derramo frente a los documentos de la oficina. Por las calles de siempre es otro asunto. Puedo vocear, gritar silente cada poema, cada verso que nos aprendimos juntos bajo la lluvia, bajo las cornisas que nos reguardaban porque yo no llevaba paraguas azul. Llegué al restaurante de la San Luis bordeando otras calles, y quise, aunque traiga malos y buenos momentos, pasear por donde antes caminábamos agarrados de mano, riéndonos de todo. La poesía ha sobrevivido, pero me sequé por dentro. Hace días, como sé que Aparicio está elaborando una especie de trabajo documental con artículos de revistas y periódicos en un álbum, que también —comenta— llevará algunas fotos de la Magui, como le llama, me sobrevino escribir algunos poemas. Son especiales, no interesan mucho, pero son especiales por la rabia. Porque la tengo. No soporto que hable de ella, ni de su arte. No le señalo nada por omisión. Sin embrago, un día de esto no me quedará más que mandarlo al diablo como lo mandé hace tiempo. Siempre será así. Aparicio con sus mujeres. Con sus cuernos de macho cabrío. Es una y será una rata de dos patas. Maldita sea. Por que demonios nos encontramos. Por qué continuamos hablándonos si ya hace de eso. No será que. Ni loca. Se lo expresé aun cuando estaba aquí. Igualdad de condiciones si quería volver a intentarlo. Ni siquiera tuvo la amable preocupación de desearlo. Sólo se marchó. Hasta ahora ha sido coherente con sus palabras. Lo decía, cito sus palabras: Cuando, si lo logro, salga de aquí, créeme Gina, es en serio; cuando salga de aquí no regreso. Estoy harto de todo. Aquí no hay futuro. Pero Aparicio estaba equivocado, está extraviado, siempre lo ha estado. Aquí si hay futuro, hay que hacérselo cueste lo que cueste, aunque hay que hacer cosas humillantes en condición de mujer y a una la cosa le sale a pedir de boca. No sé cómo se la arreglarán los hombres. A ellos, a los que conozco y los que he visto por ahí, les va muy bien. También trabajar con honradez nos salva sin tener que salir al extranjero. Creo que las cervezas están haciendo su efecto. Llamé hace un rato a Ulises, quiero enseñarle las poesías que he estado escribiendo. Quedamos de juntarnos aquí y no da la cara. Seguro se detuvo por cosas de oficina. El poeta o la poetisa (los críticos de arte nos llamen las poetas, pienso reivindicarme) nos detenemos por pura vaguedad. Por coincidencia nos aferramos a poetizar cada intervención que hipotéticamente muestre una sin razón. Esto quizás le ha acontecido a Ulises. Siempre se tarda para los encuentros. Si no viene, no es la primera que me deja en plante. Es costumbre. El mes pasado convenimos ir junto a la capital, nos invitaron a la presentación de una antología de poesía: Sombras de las quimeras —el acto estuvo muy bien presentado a cargo de uno de los incluidos poetas; pero los poemas, esos versos son una completa miseria— y el muy desgraciado de Ulises a última hora me salió con que no podía, porque tenía que cuidar a su abuela. Da tanta rabia esperar y esto de que no se puede fumar en lugares cerrados me trae de cabeza. Experimentar con un par de cigarrillos hasta casi quemarme los dedos me viene por hábito de Aparicio. Subíamos aquí a dialogar de arte y otras zanganadas de jóvenes sin tener que hacer a esa hora a esta hora y a cada cerveza consumida él sacaba un cigarrillo, lo fumaba y entonces la discusión tomaba fuerza, era como si la cerveza, el humo apestoso del tabaco, el café y otras sustancias, quizás prohibidas y que nunca dijo que usaba, le aceleraban las neuronas. Cogí el hábito poco tiempo después. Nunca lo hacía en el restaurante. Esperaba a que bajáramos y le pedía uno. Ponía rostro de apenado, decía que no deseaba que yo cargara con el vicio, su conciencia lo amargaría, no podría llevar ese peso de conciencia, de que su compañera muriera de cáncer por su culpa. Pero al final siempre me lo pasaba encendido. Recuerdo la campaña de publicidad que le monté cuando iniciamos. Pero Aparicio a su defensiva nunca hizo caso, se alzaba de hombros, lanzaba miradas duras, reprimiéndome, y yo continuaba sin retroceso. No valió para nada, hasta que le tomé gusto a la nicotina. Ulises aun no da la cara. Ni llama para cancelar la cita. Qué descuido. Le pedí al mesero la última cerveza. Si no aparece me veré obligada llamar a Marcos. Este sí que se porta de lo más bien conmigo. Sólo hago pulsar una tecla y el condenado aparece a los pocos minutos. A veces pienso que Marcos descuida sus pinturas por seguirme los pasos, que me vigila las veinticuatro horas del día. Lleva meses detrás de mí. No le he dado una respuesta contundente a nuestro caso. Qué estoy pensando, le dije hace dos semanas que lo pensaría. Aunque vaya o no a aceptar, no debí darle esperanzas. Era mejor mantener distancia a ver que acontece con Marcos. Pero, la verdad es que ni sé quien soy a estas alturas. Desde que Aparicio se largó tomo a la ligera mis decisiones. Debo ser más responsable con mis ideas. Pero fue esa amiga de resort que me lo metió por boca y nariz, sin suponer que quería algo serio. Ya no hay marcha atrás. Hay que continuar con esta farsa, porque lo reconozco, salgo con Marcos por placer y conveniencia, y lo peor es que puedo ver su desinterés cuando le doy alguna de mis poesías a leer o cuando yo se la recito, se queda mudo, sólo asiente con la cabeza o se encoje de hombros como si no le importara la poesía, cosa por la que vivo. Aunque es un artista plástico reconocido, no le gusta el arte de la poesía. Es muy extraño que un artista que hace poesía con los colores no beba de su pureza a modo de versos y prosa. Pero esto es lo de menos. Marco el número de Marcos. Al otro lado de auricular dice que enseguida estará aquí conmigo. Ulises me ha traicionado. No deseaba ver al pintor hoy, menos un jueves. Ulises sabe que este día es sagrado. Que es de nosotros desde que frecuentábamos los cines, el museo y algunos cafés para reunirnos con los otros artistas jóvenes de la ciudad, cuando podíamos decir somos personas sin definiciones concretas. Pero llegaron ellos, los viejos y nos metieron en generación llamándonos quien sabe que cosa de críticos, porque hasta hoy día —como habíamos decidido— nos autoproclamamos artistas no afiliados a ningún ismo, ni dependientes, ni independientes ni interindependientes, ni híper ni ultraindependientes de tal fecha a otra, sino seres humanos que han deseado por convicción y amor ser artistas simplemente. Cuando vea a Ulises le voy a reprochar, no debió hacerme esto. Vedar un jueves así por así no lleva sus cojones puestos. Esto me da por pensar que en verdad Ulises se cree ser el de Homero. Nada más hay que verlo cuando se le salen las babas por alguna sirena que le cruza delante. Marcos hace su entrada en el local. Los mozos lo conocen muy bien. De inmediato uno de ellos se lanza a su encuentro. Lo dirige a donde estoy. Toma asiento sin verme a la cara. Sólo echa risitas pertinentes como para desviar la atención de la concurrencia de los otros artistas que agarraron sillas a la extrema derecha; otras personalidades del mundo informativo le saludan muertos de risas. Ordena un trago de tequila. Ya frente a mí, sonriendo de nervios, inyecta su mirada en la mía. Ahora dice que sería bueno salir de allí, que no le agrada el ambiente, y que hay demasiada gente. Le digo que si se avergüenza de que ésos nos vean juntos. Guarda silencio por un instante y se decide a comentar un no es por eso, sino porque no se siente a gusto, desea estar en un lugar con privacidad exclusiva. No contesto. Y sin mi aceptación o consentimiento Marcos se levanta del asiento. Ha aprendido a olerme las orinas como se dice. También deseaba salir de allí. Busca en uno de sus bolsillos, saca un billete y lo pone debajo del servilletero. Sale sin voltear su rostro y le sigo los pasos con rumbo al estacionamiento.


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Esta quimera para defunción la atrapé en vuelo. Porque maté el amor hace tiempo. Hoy y ayer armé pesquisa de lugar. El viejo armario, con sus bellas cajas empolvadas, olía a presidio. Liberé el cosmos. Hice liberación y acabé por encontrar los palitos chinos de hace una década. Como si la extrañeza del neolítico reapareciera por cuenta propia. He hecho libertad y no me arrepiento. Maldigo cada latido, cada sensación después de leer casi cuarenta poemas de autorretratos y siento gusto, mucho gusto. Pelea de rutina. Imagen quieta cuando conversamos. No los tapes, no los ocultes, ponlos donde se puedan ver para cuando se nos antoje comer albóndigas y espaguetis bajo la influencia lunar o para cuando pensemos por intuición hacer eso encima de la mesa nos sirva de masturbación y afrodisíacos. No los pierdas. Supongo que todo es posible.


Como el presidio a veces hay que pasarle balance a cobrar. Cobro mis pezuñas de ternera, higienizo la celda hasta la brillantez. Dentro de las bellas cajas llenas de polvo, tapizadas con risas de Apolo, me topo con los casi retratos de mis antepasados. Rogué no abrirlas antes de mi nacimiento y las he de tapiar con mis óvulos para que no despierte, para que muera definitivamente con su endemoniado rostro de duende. Dos malditas tardes sumergida en el vacío, en algo tan lleno de sombras y nada. Ya para qué los tours de moléculas, ya para qué pensar en Aparicio.


La blusa negra la incorporé al museo de lo huesos. Tiemblo y Alfonsina sale del mar surfeando en espumas a mostrarme. Dice que ponga mi oído al hueco. Obedezco por poesía. No por réplica. Oigo a Aparicio sin lengua como un andrajoso mendigo lamiéndose el rostro ahuecado, chasquear de susurros, lamentos, chapuceos de lengüetazos, miseria de un hombre atravesado. Ese gusano infecto penetra y hace eso en mi oído, lo babea, recorre cada recodo, ablanda los residuos. Tengo cosquilleos, acabo de comentarlo frente a mi espejo, desnuda, y la suicida con semblante de sufrimiento me dice que deje y muera. Suicidar salivas. Bello Apocalipsis. Aun no es tiempo, grito. Aun no es tiempo de ir a la playa a recoger las migajas del sexo. No ver las locuras de mis venidas. Tiemblo así y Alfonsina remata el poema.