jueves, 4 de junio de 2009

El duende





Se movía constantemente en las sombras queriéndose ir por el viento. Aquel ser que siempre creen más místico que la palabra “duende”. El duende de silencio mortal llevaba en su cuerpo tatuado el signo del asombro. Y era así cuando lo veía caminar, desde que caía el sol, en los burdeles.
Real como todo hombre de carne y hueso, y nadie me dijo lo que sabía. Pero cada vez hay siluetas en las botellas rotas en la acera de algún burdel que visitaba; en los puñales desenvainados de los chulos, en las heridas a campo traviesa en el corazón, en la muerte por accidente de un héroe de las paces.

Cómplice absoluto del misterio de sus disertaciones no dichas, buscaba aferrarse en el alcohol para mirar la existencia de su sangre en las venas vacías. Distraído me llevaba a ver las putas que bailaban desnudas en los prostíbulos de las afueras de la ciudad. En ocasiones decía: Atento pa´ que aprenda. Y quedaba inyectado de sopor, que a fin de cuentas ya estábamos rondando los patios ajenos.

Lo malo que tenía era la fugacidad de beberse el ron de un sólo trago, y cuando no poseía ni un peso en los bolsillos se persignaba en su cara afilada. Entonces empezaba a absorber los alientos de todos en el bar, las palabras y toda clase de vitalidad que a él le pareciera preciso para embriagarse hasta sentir que reventaba. Nunca he podido hacer cosa igual, mis instintos siempre han fallado, aunque se dice que por naturaleza soy idéntico. Un aprendiz de un duende que jamás llegará a acercársele ni a tan sólo unos cuantos metros.

En este momento no hay nada, sólo la necesidad de coser huesos en el cementerio de la 30 de marzo. De un pronto a otro, el duende, como le conocieron en todo el pueblo no quiso mi compañía. Ofendía a mil carajos de mierda mi sensibilidad, lanzándome lo que cargara encima, como ahuyentándome de algún peligro cercano o quizá de un designio.

No hubo solución y dejé de ser su discípulo. Comencé a observarlo a escondidas. Lo seguí hasta los mundos más bajos que ningún espíritu ha visitado. Aquella mudez temeraria me desconcertaba y realicé cientos de amaracos a ver si se percataba de mi presencia. No sucedía nada. Siempre inmutable, inerte y perpetuo, sin asustarse. Lancé latas, hojas, piedras, cajas de cartón y otros antojos para asustarlo y él inmóvil, indiferente y flemático sin importarle un cojón mis esfuerzos.

En sus caminatas ajenas a mí, se quedaba absorto viendo el firmamento. Una noche me harté y salí a su encuentro. El susto no se lo llevó él sino yo. Todo lo que hice fue inútil. No me reconoció. Vociferé su nombre, palpé sus hombros, su espalda, el rostro de atrevido y nada. Le salté delante, volvió su cara finísima buscando sus huellas en medio de la noche o como si algún viento frío le erizara la piel. Se estrujó el cuerpo y realizó las mismas señales que una noche hizo en el bar. Sólo así fue que pude darme cuenta de lo que todo el mundo sabía.

La etapa de las narraciones

Desde ahora trataré de publicar un cuento dos por semana o cuando pueda, ya ven, tardo un tiempo en publicar.
También aparecerá un capítulo de una novela inédita cada vez que pueda acceder a la tecnomolondronimanía. La historia se llama Malasangre.
Los compromisos



Cuando uno tiene realmente el valor de estar comprometido con algo que le atañe en verdad, se deja todo a un lado y se da hasta lo que no se tiene por cumplir.
Cada tiempo los compromisos reaparecen o desaparecen para entrar otros o seguir con los mismos hasta que la inevitable muerte nos sorprenda.
¿Con qué nos sentimos comprometidos?, o por lo menos ¿con qué me siento comprometido en esta vida? Diré que con lo que amo.
Por lo general cito a un escritor cuando hablo de compromiso con la literatura. Cierto día una amiga me dijo que leyó un artículo en un periódico, el cual se entrevistaba a un escritor, eso creo, si mi memoria desmemoriada no me traiciona, y decía que uno o que la literatura no está comprometida con ciertos conceptos de nuestra realidad, sino que en una historia, en poesía o en un ensayo se muestran vestigios de esos temas que comprometen, en fin, concluyó la amiga, la literatura en sí no está comprometida con nadie.
¿Si la literatura no tiene compromiso con la sociedad con quién lo tendrá entonces? Con ella misma o con los fantasmas o los personajes que aparecen en ella, porque la literatura sin lectores no es o no llega ser, ese es uno de los fines de la literatura, llegar a las manos de una persona para llegar ser y comunicar emociones, preocupaciones que le perturban al creador y a la sociedad. Por mi parte yo me siento seriamente comprometido con la literatura y la literatura que creo crear con la sociedad en donde participo.
Por último, si me contradigo es natural en mí, citaré a Milan Kundera:
Pero si el porvenir no representa un valor para mí, ¿a quién o a qué me siento ligado?: ¿a Dios? ¿a la patria? ¿al diablo? ¿al individuo?
Mi respuesta es tan ridícula como sincera: no me siento ligado a nada salvo a la desprestigiada herencia de Cervantes”,
yo diría que a la de los poetas…
Las imponecias


De esto no debo aclararme absolutamente nada, solo rendir cuenta y luchar con las imposturas que nos tientan a ser más rutinarios cada día.
Debo de aplaudir a aquellos que nadan o se dejan llevar corriente arriba-abajo por dictámenes comunes, caprichos que nos desnudan y nos hacen infantes con la leche en la lengua.
Qué va, esto anda por los temores y los desajustes de los contrarios o las ausencias de estos fenómenos químicos o quimeras.

veces cuando a las personas les dicen que tienen que hacer cosas para lograr un objetivo hacen pequeñeces o tonterías para alcanzar las metas propuestas.
Imponer contratiempos u obstáculos para conseguir lo deseado es digno solo de aquellos que entienden que las cosas no se pueden o no se tienen que dar de forma fácil para quedarnos con el premio.Lo fastidioso sería que uno se imponga o quiera imponerse ante otros
El té de jagua


Aprender a escribir se aprende escribiendo

Lo que escuché de los labios de mi amigo una tarde





Hace tiempo, conocí un aigo escritor, visitaba su casita en un barrio prestigioso de la ciudad para buscar, quizá, un aliemnto, algo que me sirviera a ser mejor ser humano y por ende, a aprender a escribir un poquito desarticulado. En aquellas sesiones terapéuticas me topé con varias especies de artistas, tales como pintores, talladores, actores, escultores, fotógrafos, escritores, taquígrafos, críticos de arte, ensayistas, entre otros tantos buscadores de la providencia o la iluminación de los consejos de mi amigo. Con los que llegué a más compartir fue con un grupo que se hacían llamar el de las Babas.
Y en una de esas sesiones, mi amigo me brindo té de jagua, muy medicinal por cierto, los de las Babas estaban ahí ese primer día.
Mi amigo con aire de gurú y extraterrestre nos dijo que el té de jagua curaba la envidia, que era para aquellos que sentían envidia por lo que uno tiene y el otro no. Saben, al principio no me creí el cuento, pero a medida que iba a consultarlo, le pedía el té de jagua, sentía que me curaba de ciertas envidias gusanos que anidaban en mi espíritu.
Sí, es verdad, el té de jagua cura la envidia. Porque yo me curé de esa alimaña inferna de la sociedad tecnócrata y minimalista, de esta sociedad Burger-king capitel.
Se lo recomiendo a aquellos que necesiten de urgencia curarse de ciertas envidias que nos hacen peores o más ego bestias humanas.

Aquí la receta (un poco perfeccionada por mí):

1- Adquieran una o dos jaguas maduras (depende para la cantidad de personas)
2- Lavar y cortar en seis las jaguas (como prefiera los usuarios: en rodajas o a lo largo
3- Limoncillo, canela, un limón, manzanilla (esto es al gusto)
4- Un litro de agua
5- Preparación: ponga el agua en una olla, colóquela en hornilla, anafe o en un fogón. Eche la jagua cuando esté hirviendo el agua, los condimentos al gusto y deje hervir por 30 minutos
6- Sírvase en tazas o jarros, con o sin azúcar
7- Y lo más importante, no deje de orar, de recurrir, o mencionar en silencio todas las envidias que le hace ser hipócrita y cínico