sábado, 26 de diciembre de 2009

NUEVA TEMPORADA: POETAS INVITADOS, FRANKLIN MIESES BURGOS Y CHARLES BAUDELAIRE

A LOS LECTORES DE RESIDENCIA

DESDE HOY HAREMOS PUBLICACIONES DE ALGUNOS POETAS Y POETIZAS DE REPUBLICA DOMINICANA Y DE OTROS PAISES HERMANOS. ESAS Y ESOS ARTISTAS CONFORMAN, A NUESTRO PARECER, LA LLAVE, LA GUIA DEL ARTE DE LA PALABRA. ELLOS Y ELLAS REVOLUCIONARON EL ARTE EN DISTINTAS EPOCAS. DESDE MEDIADOS Y FINALES DEL SIGLO XIX HASTA NUESTROS DIAS.


Franklin Mieses Burgos


Poemas




EVA RECIÉN HALLADA


Tú que habitas ahora despierta sobre el agua
rota de los diamantes.

Tú que habitas ahora, como una llama vida,
lo mismo que lámpara desvelada en su propio
mundo de claridades.

No eres la terrible, la fulgurante luz
que llega de los cielos.

Eres la espada fina, la silenciosa espada
que siega las tinieblas,
el más agudo grito salido de las mismas
entrañas de las sombras.

Entre el río de siempre cubierto de ceniza.
El río inevitable
donde mi amor aguarda la primitiva lumbre
que quiebra sus metales,
sus desoladas selvas, sus ópalos del aire.

Eres la iluminada,
la solitaria esquiva que defiende los bronces
de la noche y del alba.

¡Radiante forma anclada de los vivientes orbes,
traspasado por ti derrumbo mis orillas,
hago rosas de hielo de mis propias palabras!

—¿En cuál lecho de otras arenas diferentes
creció de soledades
la noche que en tus pulsos moja en agua celeste
su roja llamarada?

En la ola de vidrio furiosa que te envuelve
lo mismo que una torre,
como una firme hiedra de sed devoradora,
construida de ciegos arcángeles te elevas
más allá de las nieblas,
hacia los nuevos soles que laten en tu sangre
llovida de amapolas.

—¿Es el amor que esperas erguida en el umbral
de la rosa más alta?

¿De la encendida rosa que el verano calcina
con sus labios de fuego?

Debajo de la muerte total otras campanas
desesperadas claman,
claman otras campanas
debajo del silencio donde crece el vacío
como una flor helada.



DESVELADO CAÍN


A la orilla del aire yo destruyo la sombra
delgada de los pájaros
solitarios que habitan caídos en el cielo
pequeño del rocío,
de ese húmedo espejo donde todas las cosas
del alba se derrumban,
se hunden en el frío metal en donde el trino
sonámbulo se hermana con la niñez del agua.

A la orilla del aire yo destruyo la rosa
del rosal, la azucena,
la nube y la guitarra que también es alondra
nacida en una nueva
presencia quejumbrosa de metales heridos.

A la orilla del aire yo destruyo el aliento
del ángel, la paloma.

Nada queda en mis manos que no rompa
en procura de mí mismo en el fondo,
en la íntima entraña sepulta de las cosas
donde lo eterno esculpe su máscara de siempre,
su soledad más honda.

¡Oh Padre imaginado
tras el terrible cielo por donde pasa el viento
del misterio soplando la voz de sus campanas!

—¿Qué cosa es que supongo hallar
tras de tu niebla?
¿Cuál enigma vislumbro oculto tras la negra
semilla de tu árbol?

La noche milenaria
que enroscada descansa sin rostro entre mis huesos,
la noche que me oprime por dentro y me devora,
¿no es la misma que cava con sus dedos de sombra
su abismo en los objetos?

Por aquí desemboco rodando hasta la gota
donde la más antigua de mis voces descansa.

Si tú el cálido aliento de tu pulmón soplaste,
para forjar del barro miserable la estatua
preciosa de la vida.

Yo levanté mi mano valiente hasta tu rostro,
para inventar la humana presencia de la Muerte.

Desde entonces yo he sido también un dios creador,
arquitecto único de ese orbe distingo
donde el fecundo cielo no hizo del verbo luz,
sorda parte de un mundo donde la intacta sombra
es virgen todavía.

No es Abel el que muere herido por el golpe
salido de mi mano, no es Abel el que muere.

Con él sólo destruyo las formas permanentes
del símbolo primero:
igual me hubiera sido la presencia de alba,
lo inmutable del cielo.




CANCIÓN DE LA VOZ FLORECIDA


Yo sembraré mi voz en la carne del viento
para que nazca un árbol de canciones;
después me iré soñando músicas inaudibles
por los ojos sin párpados del llanto.

Colgada sobre el cielo dolido de la tarde
habrá una pena blanca, que no será la luna.

Será una fruta alta, recién amanecida,
una fruta redonda de palabras
sonoras, como un canto:

maravilla sonámbula de un árbol
crecido de canciones, semilla estremecida
en la carne florecida del viento:
-mi voz.




ESTA CANCIÓN ESTABA TIRADA POR EL SUELO


Esta canción estaba tirada por el suelo,
como una hoja muerta, sin palabras;
la hallaron unos hombres que luego me la dieron
porque tuvieron miedo de aprender a cantarla.

Yo entonces ignoraba que también las canciones,
como las hojas muertas caían de los árboles;
no sabia que la luna se enredaba en las ramas
náufragas que sueñan bajo el cristal del agua,
ni que comían los peces pedacitos de estrellas
en el silencio de las noches claras.

Yo entonces ignoraba muchas cosas iguales
que eran todas posibles en la tierra del viento,
en donde la leyenda no es una hierba mala
crecida en sus riberas, sino un árbol de voces
con las cuales dialogan las sombras y las piedras.

Yo entonces ignoraba muchas cosas iguales
cuando aún no era mía
esta canción que estaba tirada por el suelo,
como una hoja muerta, sin palabras;
pero ahora ya sé de las formas distintas
que preceden al ojo de la carne que mira,
y hasta puedo decir por qué caen de rodillas,
en las ojeras largas que circundan la noche,
las diluidas sombras de los pájaros.




CANCIÓN DE LOS OJOS QUE SE FUERON


Se me fueron los ojos por mirar la presencia
posible de las cosas que pasan como el río,
como el pájaro blanco de una luna sin alas,
como el cristal en donde se desnuda el silencio.

Desde niño se fueron...
y ahora tengo en la sangre
otros ojos que miran por encima del aire,
por encima de toda transparencia distante,
y esta es mi pena ahora: el término y distancia;
el que yo muera siempre, mientras los otros cantan
cuando yo me deshago de llanto entre las yerbas
buscando la sonrisa que olvidan las estrellas
al huir presurosas ante la luz del día.

Yo me iría tirando también como los otros
en un cauce perfecto mis redondas palabras;
pero no puedo, no; hay otras formas mudas
que me llaman más hondo que la voz de las aguas.

Yo sé que nadie ignora la vida de mis ojos
allí donde la niebla tiene rosas moradas,
y el silencio devora la imagen de otra luna
hecha de anochecidas canciones apagadas;
allí donde los nardos son palomas crecidas
con las alas quebradas,
y el jilguero no es sólo la dulzura de un canto,
sino una ruta ancha por donde de puntillas
llega de noche el alba;
quiero decir: allí donde todas las hojas
elaboran por dentro de la savia fecunda
de sus verdes entrañas,
la presencia de una primavera enterrada,
en donde están gritando de angustia por su vida
las rosas que no nacen;
allí están mis ojos: los ojos de mi sangre,
los que miran tan sólo por encima del aire,
por encima de toda transparencia distante;
los ojos que me dieron, que no fueron de carne;
allí están en la sangre
mirando el lado opuesto, la forma diferente,
el oculto sentido de la carne y la esencia;
porque todas las cosas tienen su doble sombra,
hasta la voz y el viento.




Charles Baudelaire


Poemas escogidos

El albatros


Por distraerse, a veces, suelen los marineros
dar caza a los albatros, grandes aves del mar,
que siguen, indolentes compañeros de viaje,
al navío surcando los amargos abismos.

Apenas los arrojan sobre las tablas húmedas,
estos reyes celestes, torpes y avergonzados,
dejan penosamente arrastrando las alas,
sus grandes alas blancas semejantes a remos.

Este alado viajero, ¡qué inútil y qué débil!
Él, otrora tan bello, ¡qué feo y qué grotesco!
¡Éste quema su pico, sádico, con la pipa,
aquél, mima cojeando al planeador inválido!

El Poeta es igual a este señor del nublo,
que habita la tormenta y ríe del ballestero.
Exiliado en la tierra, sufriendo el griterío,
sus alas de gigante le impiden caminar.




El gato

Ven, bello gato, a mi amoroso pecho;
retén las uñas de tu pata,
y deja que me hunda en tus ojos hermosos
mezcla de ágata y metal.

Mientras mis dedos peinan suavemente
tu cabeza y tu lomo elástico,
mientras mi mano de placer se embriaga
al palpar tu cuerpo eléctrico,

a mi señora creo ver. Su mirada
como la tuya, amable bestia,
profunda y fría, hiere cual dardo,

y, de los pies a la cabeza,
un sutil aire, un peligroso aroma,
bogan en torno a su tostado cuerpo.




El crepúsculo matutino

La diana resonaba en todos los cuarteles
y apagaba las lámparas el viento matutino.

Era la hora en que enjambres de maléficos sueños
ahogan en sus almohadas a los adolescentes;
cuando tal palpitante y sangrienta pupila,
la lámpara en el día traza una mancha roja
y el alma, bajo el peso del cuerpo adormilado,
imita los combates del día y de la lámpara.

Como lloroso rostro que enjugase la brisa,
llena el aire un temblor de cosas fugacísimas
y se cansan los hombres de escribir y de amar.

Empiezan a humear acá y allá las casas,
las hembras del placer, con el párpado lívido,
reposan boquiabiertas con derrengado sueño;
las pobres, arrastrando sus fríos y flacos senos,
soplan en los tizones y soplan en sus dedos.

Es la hora en que, envueltas en la mugre y el frío,
las parturientas sienten aumentar sus dolores;
como un roto sollozo por la sangre que brota
el canto de los gallos desgarra el aire oscuro;
baña los edificios un océano de niebla,
y los agonizantes, dentro, en los hospitales,
lanzan su último aliento entre hipos desiguales.
Los libertinos vuelven, rotos por su labor.

La friolenta aurora en traje verde y rosa
avanzaba despacio sobre el Sena desierto
y el sombrío Paris, frotándose los ojos,
empuñaba sus útiles, viejo trabajador.




La destrucción

A mi lado sin tregua el Demonio se agita;
en torno de mi flota como un aire impalpable;
lo trago y noto cómo abrasa mis pulmones
de un deseo llenándolos culpable e infinito.

Toma, a veces, pues sabe de mi amor por el Arte,
de la más seductora mujer las apariencias,
y acudiendo a especiosos pretextos de adulón
mis labios acostumbra a filtros depravados.

Lejos de la mirada de Dios así me lleva,
jadeante y deshecho por la fatiga, al centro
de las hondas y solas planicies del Hastío,

y arroja ante mis ojos, de confusión repletos,
vestiduras manchadas y entreabiertas heridas,
¡y el sangriento aparato que en la Destrucción vive!




Mujeres condenadas

Como bestias inmóviles tumbadas en la arena,
vuelven sus ojos hacia el marino horizonte,
y sus pies que se buscan y sus manos unidas,
tienen desmayos dulces y temblores amargos.

Las unas, corazones que aman las confidencias
en el fondo del bosque donde el arroyo canta,
deletrean el amor de su pubertad tímida
y marcan en el tronco a los árboles tiernos;

las otras, como hermanas, andan graves y lentas,
a través de las peñas llenas de apariciones,
donde vio san Antonio surgir como la lava
aquellas tentaciones con los senos desnudos;

y las hay, que a la luz de goteantes resinas,
en el hueco ya mudo de los antros paganos,
te llaman en auxilio de su aulladora fiebre.
¡Oh Baco, que adormeces todas las inquietudes!

Y otras, cuyas gargantas lucen escapularios,
que, un látigo ocultando bajo sus largas ropas,
mezclan en las umbrías y solitarias noches,
la espuma del placer al llanto del suplicio.

Oh vírgenes, oh monstruos, oh demonios, oh mártires,
de toda realidad desdeñosos espíritus,
ansiosas de infinito, devotas, satiresas,
ya crispadas de gritos, ya deshechas en llanto.

Vosotras, a quien mi alma persiguió en tal infierno,
¡hermanas mías!, os amo y os tengo compasión,
por vuestras penas sordas, vuestra insaciable sed
y las urnas de amor que vuestro pecho encierra.




La muerte de los artistas

¿Cuánto mis cascabeles tendré que sacudir
y besarte la frente, triste caricatura?
Para dar en el blanco, de mística virtud,
mi carcaj, ¿cuántas flechas habrán de malgastar?

En fintas sutilísimas nuestra alma gastaremos,
y más de un bastidor hemos de destruir,
antes de contemplar la acabada Criatura
cuyo infernal deseo nos colma de sollozos.

Hay algunos que nunca conocieron a su ídolo,
escultores malditos que el oprobio marcó,
que se golpean con saña en el pecho y la frente,
sin más que una esperanza, !Capitolio sombrío!
que la Muerte, cerniéndose como sol renovado,
logrará, al fin, que estallen las flores de su mente




El reloj

Los chinos ven la hora en los ojos de los gatos. Cierto día, un misionero que se paseaba por un arrabal de Nankin advirtió que se le había olvidado el reloj, y le preguntó a un chiquillo qué hora era.

El chicuelo del Celeste Imperio vaciló al pronto; luego, volviendo sobre sí, contestó: «Voy a decírselo.» Pocos instantes después presentose de nuevo, trayendo un gatazo, y mirándole, como suele decirse, a lo blanco de los ojos, afirmó, sin titubear: «Todavía no son las doce en punto.» Y así era en verdad.

Yo, si me inclino hacia la hermosa felina, la bien nombrada, que es a un tiempo mismo honor de su sexo, orgullo de mi corazón y perfume de mi espíritu, ya sea de noche, ya de día, en luz o en sombra opaca, en el fondo de sus ojos adorables veo siempre con claridad la hora, siempre la misma, una hora vasta, solemne, grande como el espacio, sin división de minutos ni segundos, una hora inmóvil que no está marcada en los relojes, y es, sin embargo, leve como un suspiro, rápida como una ojeada.

Si algún importuno viniera a molestarme mientras la mirada mía reposa en tan deliciosa esfera; si algún genio malo e intolerante, si algún Demonio del contratiempo viniese a decirme: «¿Qué miras con tal cuidado? ¿Qué buscas en los ojos de esa criatura? ¿Ves en ellos la hora, mortal pródigo y holgazán?» Yo, sin vacilar, contestaría: «Sí; veo en ellos la hora. ¡Es la Eternidad!»

¿Verdad, señora, que éste es un madrigal ciertamente meritorio y tan enfático como vos misma? Por de contado, tanto placer tuve en bordar esta galantería presuntuosa, que nada, en cambio, he de pediros.



La desesperación de la anciana

La viejecilla arrugada sentíase llena de regocijo al ver a la linda criatura festejada por todos, a quien todos querían agradar; aquel lindo ser tan frágil como ella, viejecita, y como ella también sin dientes ni cabellos.

Y se le acercó para hacerle fiestas y gestos agradables.

Pero el niño, espantado, forcejeaba al acariciarlo la pobre mujer decrépita, llenando la casa con sus aullidos.

Entonces la viejecilla se retiró a su soledad eterna, y lloraba en un rincón, diciendo: «¡Ay! Ya pasó para nosotras, hembras viejas, desventuradas, el tiempo de agradar aun a los inocentes; ¡y hasta causamos horror a los niños pequeños cuando vamos a darles cariño!»



El «Yo pecador» del artista

¡Cuán penetrante es el final del día en otoño! ¡Ay! ¡Penetrante hasta el dolor! Pues hay en él ciertas sensaciones deliciosas, no por vagas menos intensas; y no hay punta más acerada que la de lo infinito.

¡Delicia grande la de ahogar la mirada en lo inmenso del cielo y del mar! ¡Soledad, silencio, castidad incomparable de lo cerúleo! Una vela chica, temblorosa en el horizonte, imitadora, en su pequeñez y aislamiento,

de mi existencia irremediable, melodía monótona de la marejada, todo eso que piensa por mí, o yo por ello -ya que en la grandeza de la divagación el yo presto se pierde-; piensa, digo, pero musical y pintorescamente, sin argucias, sin silogismos, sin deducciones.

Tales pensamientos, no obstante, ya salgan de mí, ya surjan de las cosas, presto cobran demasiada intensidad.

La energía en el placer crea malestar y sufrimiento positivo. Mis nervios, harto tirantes, no dan más que vibraciones chillonas, dolorosas.

Y ahora la profundidad del cielo me consterna; me exaspera su limpidez. La insensibilidad del mar, lo inmutable del espectáculo me subleva... ¡Ay! ¿Es fuerza eternamente sufrir, o huir de lo bello eternamente? ¡Naturaleza encantadora, despiadada, rival siempre victoriosa, déjame! ¡No tientes más a mis deseos y a mi orgullo! El estudio de la belleza es un duelo en que el artista da gritos de terror antes de caer vencido.



Embriáguense

Hay que estar ebrio siempre. Todo reside en eso: ésta es la única cuestión. Para no sentir el horrible peso del Tiempo que nos rompe las espaldas y nos hace inclinar hacia la tierra, hay que embriagarse sin descanso.

Pero, ¿de qué? De vino, de poesía o de virtud, como mejor les parezca. Pero embriáguense.

Y si a veces, sobre las gradas de un palacio, sobre la verde hierba de una zanja, en la soledad huraña de su cuarto, la ebriedad ya atenuada o desaparecida ustedes se despiertan pregunten al viento, a la ola, a la estrella, al pájaro, al reloj, a todo lo que huye, a todo lo que gime, a todo lo que rueda, a todo lo que canta, a todo lo que habla, pregúntenle qué hora es; y el viento, la ola, la estrella, el pájaro, el reloj, contestarán:

“¡Es hora de embriagarse!

Para no ser los esclavos martirizados del Tiempo,
¡embriáguense, embriáguense sin cesar!
de vino, de poesía o de virtud, como mejor les parezca.

domingo, 20 de diciembre de 2009

Navidad Literaria


Feliz Navidad a mis amig@s del Blog. Les deseo grandes goces y que disfruten esta navidad y que en el 2010 sus creaciones sobrepasen los BORDES de la imagen.


Disfruten mi MATA, un regalo para ustedes.

martes, 15 de diciembre de 2009

Fiesta de literatura




Con sorpresa nos tomaron. Aun estábamos haciendo la organización estratégica del evento que daría inicio a las seis pe eme. Cuatros personas invadieron La Casa de la Cultura de Mao, entre ellas los directivos de la Fundación Aníbal Montaño de San Cristóbal: el poeta y cuentista Ramón Mesa y la cuentista y poetiza Ysabel Florentino acompañados del joven cuentista y poeta David Sena y de la poetiza de tan sólo ocho años Darihanna Mesa F.





Los invitados tomaron el espacio de la Casa y fiesteamos en la palabra con severa armonía y con la ausencia del mundo valverdense. Nada nos importó, un solo anfitrión padecía el cosmos de los despreciados, otros llegaron con sus lenguas colgándoles del pecho, fuimos y nos dijimos con la gracia de la pasión a la literatura. Los invitados conferenciaron en honor a la poesía y el cuento, se discutió sobre los elementos y las sicologías de los diversos personajes, de lo cercano que estaba la poesía a la tierra, en nuestras manos. Dos días con sus anomalías preestablecidas, gente que se niega a abrir la puerta, portero de CURNO, que hasta anda en jipeta, se las ingenió para marginar el arte, mandado por los trogloditas de un negocio nefasto, de una empresa de unos malditos mama pingas que han cogido a nuestra única institución libre de nepotismo para llenarse los buches de gallinas.



A pesar de la necesidad que hay en quitarnos los espacios para difundir el arte, nosotros estamos seguros que llegaremos… porque nos leímos en la Casa, en un recitar de cuento y poesía, con nuestros mismos espectadores de siempre, y no importa, somos y seremos los que cada día derraman un cc de sangre por la literatura, por el arte. Gracias a la Gente de San Cristóbal por darnos dos días de alegría con sus piedras de por medio. Gracias al pueblo de Mao por brindarnos ese apoyo incondicional. A Randolfo, Carlos R., A Diesth, a Rosa Elina, Vélez, Naudy, Bartolo, Augusto y los demás que por razones desmemoriadas no se mencionan, y a los que no estuvieron compartiendo la fiesta de la literatura.

De otros y otras al borde de la lengua en su final










Inauguración de la arquitectura

Hay sapos lamiendo mi lengua,
la fábula redonda aparta el estruendo
en mínima reducción del sexo.
Catan las feas bestias, máquinas bellas,
y la eléctrica sombra de un ala torva en la laguna
de las putas hace penetración a su llegada.
Avecina la cosa yerta y abrevio los nexos
para justificar a la soledad del tiro al blanco
ante mi arma propia de acabarnos nulos.
No me sorprende lamer mi nuca
ni cantar por amor el instinto de mirra
o procrear el sexo de mi sexo hembra
en la yerta cosa de los liliputienses.


Composición amoral

¿Acaso no sería la nada de ti mismo
en mí mismo inmensidad?
¿Por qué la duda cobarde del no
o el personaje desconocido de Peter Pan
en la maratónica infinidad de Nietzsche?
¿Acaso no seremos interrogantes del acaso
en un viento de profeta y colinas a un tiempo?
¿Somos tan torpes y ciegos elípticamente?
¿Pasamos desapercibidos sentados en un retrete
melancólico de tecnología invertebrada?


El circo de la imparcialidad

Desde que agarro un libro frente al jardín
explota la música de enfrente,
es como si el tipo de la radio quisiera
—sin verme— silenciarme al ver que río por otra parte.
Aborrezco constante la melodía de los amplificadores,
odio al tipo hollywoodense adaptado a una rata turista.
Desde que cierro el poema camino a la habitación
y deja de perturbar la música de enfrente,
es como si todo acabara en mi partida.


Un día de lluvia

La breve historia de los anónimos de nadie,
todos alcanzamos la verdad,
todos la decimos a través de espejos y resonancias,
en cada hueso estigma o estrategia de átomos
en la jurisprudencia del fenómeno.
A los perros y a las víboras
que se arrastran en nuestros corazones:
la ebriedad de mi dedo pertenece a los roces.


Infame herencia aeda

Lavan mis pies los dioses de arena y polvo.
Caigo en el torrente de espuma con tal ruido,
estrepitar en conjeturas rompiendo
el destroce de laicos y estamentos.
En mi descarne he visto la negra ola de los fraudulentos.
Apolo por fin vomitará el perplejo afán
del infijo de yodos y biopasajes,
aromas tiernos, lumbre necrófila
de los dioses que lavan mis pies.


Mensaje fondo de una predestinación

Instalo las rocas sobre la yaga,
en esta herida a manera de vínculo
para detener el flujo imberbe de los gnomos y las sirenas.
¡Cuánta desesperación al ver ocupar
el reptar de este reptil magma!
¡Oh mito de catacumbas!
¡Laconismo al moler la tectónica espesura!
Desde allí desciendes, quizá de mi rostro en concierto,
pero si sangro merezco por dios
o por ser oscuramente humano.
¡Qué espero, qué botín antifaz he merecido!
¡Qué nos espera a pesar de no nombrar lo indecible!


Velero en masa de agua

Trato de soñar la lluvia y el mar,
padezco ocasiones y caminos sobre gotas y faros.
Allá la fortaleza y el vino de nuestro pacto,
de este poder oculto en la transparencia.



Noche ante un quinqué en San Luis

Las simulaciones de Van Gogh
van de sombras, en trazos de círculos a rayas vivas
y el cuarto nos traga espejos
por donde aparecen los quejidos
y la trayectoria de un delfín y un dios aborigen.
De ahí emergemos olas o espumas negras
devorándonos en la orilla con los restos de París
y en los gestos de Kafka.
Un abrazo de planetas sofocándonos
en las identificaciones de las rutas
y los letreros con errores ortográficos.
Me derramo en ti de mí,
poseyéndonos en pinturas y copias exactas.


Frente a los restos de un barco encallado

Podré perder la vista en todo,
aquellas oraciones me saben a muerte,
al definitivo romper de nuestro encuentro
en esas migajas del desayuno
derritiéndose en nuestras bocas.
Así es la vida tan yo no sé qué
si nos perdemos uno o muchos en todo;
pero podré quedarme ahí sin reconocernos,
sin verte en mi afanar rupestre
cuando muera tu imagen última de la vida.


Regreso a la teología de las manos

Qué escribes sin verbos o pronombres
aliados a las hojas de la quiromancia,
en el color de tu nombre qué pintas
o en la luz del incienso sin comparecer en noches
y días intitulados por la marihuana.
Qué artículos de pasquines y franjas prefieres
si ya el temor me suena a maleficios,
a dopaje, a jóvenes mancilladas y alquimia.
Te escapaste por rumbos sin salidas
a cobijarte en cielos turbios para regresar.


Transparencia

Aliémonos en franquezas
y por eso decimos si bien parecemos infames,
si el odio nos fulmina
y duela reconocer la comparecencia
ante nuestras caídas o levantamientos,
vayamos a pactar por quienes sufren en pureza o aman.
Por quienes prefieren decirse
aunque las palabras los acaben.
Por quienes se entregan sin condiciones
o por los que gritan o lloran.
Por quienes aseguran la convicción del amor
aunque mate porque salva.
Hagamos un pacto por la humanidad
y el color de la esperanza.


Mientras mirábamos las olas en las tinieblas

Nombramos las apócopes de la caracola y la mentira,
por una vez detente fríamente
para ver el estruendo de las imágenes
blancas venidas de la oscuridad.
Sentados en la playa
nos invitaremos a llorar en arenas y música,
desnudos para compartir una vez menos
a Girondo y sus autorretratos.
Nosotros alcanzamos el rictus
de negros ángeles perpendiculares
como aquellas viejas heridas uniformes llenas de marasmos.
Denominémonos sin poder liquidar
el cuajo de las luces de los antepasados.


Espera en la habitación

No hubo salobridad por horas
y los corazones entumecidos
estaban colgados del grifo y el espejo.
Era la hora de los bordes y los filos,
así construíamos el deber morir
por los huecos y el gemir de la levedad.
Nos atamos en simulación de asombro
a lo incierto de las cosas,
no vimos ni escuchamos
la voz de los muertos en el escepticismo,
de esas hijas e hijos tuyos y míos perturbándonos
y encaminándonos en los desencuentros.


Fundición de los cuerpos o presagio

Caminas la ancha avenida sin sospecha,
viendo a los travestis esperar su momento
para rendirse ante los sueños.
Llegas y te desvistes a beber la dulce vianda,
convulsionas sudada en ritmos
de mareas y menstruación,
chorros de huesos pisoteados
o machacados por la lengua y el sexo.
Siempre nunca amante de los pronósticos,
vuelas de tus retinas a mis retinas,
de tus pasos a mis pasos
andando la misma avenida.


A Aled cerca del desierto de Atacama

Voy con la mejor oferta a rendirme,
ofrendo a tu canibalismo mi corazón pobre
—a la sutil desesperación de reptil—,
liquen azul de la tormenta,
paz moribunda de la fiesta y el luto.


A distancia casi sin ver los desencuentros

Clandestino el silencio mujer de duendes y centauros.
Presiento en cada retrato tuyo esa copia inexacta,
la verdadera forma en el proceso de la tipología:
una flor, un pájaro asechando el vuelo del vuelo,
un aire preguntar del relámpago en brotes de peces y lamentos.
Mentimos y callamos en este devorar sincero por los soplos,
en cada rincón del aposento que nos resguarda.


Sellos postales

El papel me lo ha entregado a las doce,
no importa el día o de noche o luz.
Es de novela la visa de las manos
cuando la lluvia empieza a derretir
el encabezado o la pitanza del ave
encubierta por las rendijas de las palabras.
¡Mayúsculo albedrío el no rehacerse
en los entarimados sombríos!
Maldigo el desafío de no poseer el coraje
de meter los sellos en la misma libreta
de un retrete público, a ver si así
nos encaminamos nueva vez al lugar
de origen para vernos tecnócratas,
para padecer el mal de los espejos.


Espumas en el parque

Los nubarrones empiezan a arder en mis retinas,
han dejado de no emerger de los charcos
como la deformación de un iceberg
en el desierto de Kalahari o Atacama.
Van descendiendo y elevándose los ríos,
aquellas reformas estalagmitas floreciendo en pies
y esos charcos se abren por mi rostro,
por mis costillas y mi vientre
como si Jack el Destripador me acuchillara
miles de veces para vaciarme.


De otros y otras

Este astro muta en vivo
y bajo el lagrimar de los embriones crece,
se extiende en un ahogo plata en las sales y las olas
y el terrorismo ausculto en cada pena mía,
un decurso tecnológico detrás de la pared.
Hay sicodélicos ritmos en ese cielo de simulación,
en los rostros, en nuestras miradas,
en todos lados yéndose por musgos,
líquenes y azules amarillos ya sombras de otros y otras,
en cada lluvia invento de las calles
o ese San Luis a pleno sol
desdibujando la procesión de un miércoles
escrito en el amor y la sangre.


Cielo de tierra

Todas las tardes desde hace tres días llueve,
cada tinta que cae anhela un noviembre,
dibujos amatistas en el viento
y se enrarece una silla verde apostada en la acera
esperando que la baba se acomode en un naufragio.
Toco texturas,
fondo de lengüetazos tuyos en Juno
o Montserrat desvestida en desamor,
de restos nunca aplastantes
de la loca agua precipitándose a este cielo de tierra.


Miro mi ojo

Hace tiempo voté por los vuelos al atardecer,
canté tu canción en mil voces a una
para transformar las estupideces
de los programas de siete a diez.
Reí por mí y ustedes
a cuesta de dos frases extrañas:
miro mi ojo,
sueño los postes urinarios de la infancia.
Iré a preguntar por los clientes de las tiendas,
por aquellos fantasmas comestibles adornando los tramos.
Deséenme suerte por votar ante los capiteles
que no pueden mirar un poco hacia aquí
escribiendo catarro o tuberculosis a dos centavos de dólar.
¡Ay, me come las encías antiaéreas!
Me devora el puerto y el dolor del gusano.


Ciudad sin vidas

La ciudad,
esa de años intermedios nos arrastra a no ser nuestra
en un verso a ritmo ausente de embates.
Esa urbe en cada prolongación nos sepulta en la añoranza
de perdernos en San Luis o en los vitrales de las tiendas.
¡Por fin he comprendido el destino!


Porque las calles son nuestras

Noches como esta podré creer en el sexo
sabor a tu lengua sorprendida
en las esquinas de la ciudad de siempre.
A cada oportunidad nos halamos
para entregarnos uno sin ver la blanca
oscuridad de las calles testigos.
Es tan pasmosa la ausencia de las gentes
cuando nos miramos,
pero esta complicidad nos une a todo,
a la elaboración de los nombres y la esperanza.
Noches como esta burlé los rostros en los cafés,
el discurso de los manifestantes
y te conozco en risas y lágrimas,
en los pasillos rutinarios de los miércoles.
Así nos vimos en despojo
por los tiernos acasos de azul.
Noches como esta grité el negro amor
metiéndosenos por todas partes,
en esta forma macabramente de sernos y amar.

viernes, 4 de diciembre de 2009

Un jueves cualquiera



(Presentación del libro Jueves (poesía) de Juan Gelabert)

Todo transcurre un jueves de poesía. El tiempo marca el compás melancólico en cada segmentación, un violín que parece ser el día marcado, la partitura y la tragedia que es esta especie mofada por una sociedad convencional y que no soporta la realidad del nuevo sexo.

Desde siempre estos seres súcubos, sodomitas, hermafroditas, travestis, lesbianas, homosexuales, como le quieran llamar, han existido. Nuestra sociedad alienada por una caterva de asociaciones minimalistas, bagajes donde el macho macho perpetúa el ritmo, no soporta que una persona común y corriente suceda o se acometa en su esencia. Por esto, los andróginos han gozado de la clandestinidad, reservando el empoderamiento de su maleable realidad de sueños. Algunos y algunas, que no aguantan y salen y gritan: soy y seré a pesar del rechazo, de las humillaciones y de los señalamientos ofensivos del mezquino acontecer que ni sabe dónde diablos está parado.

El nuevo sexo, que en estos tiempo ha conquistado a fuerza de siglos y de muertes, un lugar en los escenarios, rinde homenaje al arte, a la poesía, y aunque no ha sido un tema explotado con sinceridad por la tradición literaria de nuestro país (Rep. Dom.), hay artistas que se atreven a mostrar sus experiencias míticas y espirituales, transformando su realidad, su entorno, porque está contra lo mismo de siempre, en esa rutina diaria que vive la supuesta humanidad normal. Por eso el artista toma al Jueves, que es el día del travestismo y lo fabula en una historia llevada a la poesía que ocurre en ese mismo Jueves en diferentes instantes, en distintas verdades de vidas que nos trastornan y nos dicen: cuánto sufre este maravilloso y bello ser humano, y la poesía, esa que nos muestra una historia es casi inusual en la tradición poética de nuestros ancestros inmediatos, una tragedia que poco a poco va mutando casi en una epopeya citadina.

Por ahora no comentaré de la musicalidad del poemario, quizá deba enfocarme más en el ritmo interno de los versos, ya sea en versolibrismo o prosa poética, pero no, aunque importe la musicalidad, el tratamiento de esta presentación es dirigida al tema que trata el autor, del dolor, el sufrimiento de este personaje símbolo de una sociedad marginada, vilipendiada y torturada a base de siquismo hasta llegar al homicidio, al suicidio, a la estructura en sí de Jueves, no en los seis fragmentos, sino en la estructura poética-escritural que se ha apoyado el escritor. Como algo fuera de contexto, hay insertados poemas en prosa, partituras de música, tal vez proponiendo al lector de que hay una ruptura, una anomalía, un juego que nos sumerge y nos emerge en otro acontecer diario y vemos que el poemario inicia con una advertencia, abriendo un telón de teatro para mostrar, con el árbol edénico, de donde hipotéticamente toda la maldad se origina y ese origen es un final también antes de concluir el texto, porque a través de la muerte, quizá el personaje se ha liberado de su condición humana y no de su condición invertida por convicción de fe. Hay lamentos nostálgicos, susurros que enloquecen al personaje por ser —como ya se dijo— una especie oprimida, el otro sexo que no cuenta, y la añoranza por ser libre, ese sueño que se tropieza con la amarga y púdica realidad que vemos en revistas y periódicos de todos los días. Como tragedia al fin, la tiranía social cobra una víctima y todo es opacidad, casi una oscuridad en la trastienda de los centros comerciales, en las imágenes de un joven ahuecado por las explosiones, en los bares, en cada baile rito de los barrios enfermos que nos iluminan; en esa verdad que nos alimenta y nos dice que la alienación ha jugado un papel importante para que unos patricios sometan a torturas, desde cierta distancia, al personaje. Y él tirado en la acera, ve moverse por espacios encontrados en cada pestañeo, y reflexiona, piensa en su vida, en su familia, que no lo saben pero que tal vez se sospechan de su identidad de polvo y venida, en recuerdos que no serán ya más recuerdos, sino un jueves de cualquier semana. Observa los patricios reírse de su desgracia, que se vanaglorian porque uno del otro sexo ha muerto y es un poema, un acto, porque la poesía es eso, un acto que se acomete, y en cada muerte del íncubo, representa su vida, sus trastornos, temores que lo hastían y lo maltratan sin piedad porque ya no hay justicia que atestigüe. Sin embargo, en un suspiro de muerte, en un boquear de hipos, sintiendo que la grandeza se avecina, una belleza fugaz que lo muerde, va siendo perseguido por ángeles sin sexos en laberintos indefinidos; y entonces hay una luz, una mísera luz de misericordia que lo introduce en el diario vivir del barrio, una espera que se prolonga en el abandono herido por la música, por fantasmas que asedian y roban del closet la peluca, la cajita de maquillaje, las uñas postizas, las zapatillas de tacones, los atuendos de mujer.

El vacío que ahora persiste lo encontramos en la permeabilidad de lo moderno, en esa ansia de mutar en otra cosa que no se sabe en qué demonios mutaremos, pero que el personaje sabe que ese vacío del ambiente se lo debemos a la postmodernidad, al tecnicismo, a la tecnócrata resolución del ciberespacio manipulado sin consciencia. Y como todo cobra vida en este mundo de resurrecciones inverosímiles, las palabras son entes y estos entes se mueven y se creen objetos animados, imágenes con poderes mitológicos, el personaje de esta leyenda huye porque todo hogar tiene una historia. ¿Pero huye a encontrar qué? El semen derramado en las toallas o las sábanas a media noche, en las cloacas o en la boca, a encontrar a su amado imaginario que lo espera al otro lado del sueño. Lo onírico viaja junto a sus pestañeos, junto a las imágenes mentales al ver la muerte tan cerca de sus retinas, porque en el surrealismo y en el hipertexto o lo contextual el autor nos arrastra a aguas turbias, nos refiere a lo que será después de, como en un filme o una escena de teatro. En cada emanación de sangre de sus huecos, el personaje la vislumbra como si todas las aguas de infinitos colores lo inundan, lo asfixian y no hay rapidez, sino lentitud que se revuelve en un lagarteo de llantos, en un carnaval sin sus mimos y sus tonalidades de siempre. Toda premuerte es por necesidad un insomnio. Toda vida es por acopio cotinidianidad. Y a pesar del pesimismo de este personaje, existe tras esta circunstancia la elevación del personaje, eso que los monigotes de la criticidad llaman trascendentalismo. Como la naturaleza se lo ha negado todo al travestido y a las lesbianas: por ejemplo, la vagina a una y al otro su falo, la condición de retener a un embrión en su vientre a uno, al otro su incapacidad de eyacular semen, la menstruación, el no lunar cada ciclo, a una las tetas, caderas anchas, glúteos pomposos y al otro ese cuerpo musculoso que representa la masculinidad, no se abstienen y buscan y encuentran soluciones plásticas, recomendaciones de órganos y padecen ser las fotografías de la nueva existencia. Porque ahí detrás de la ventana dialogamos con nuestras pocas verdades, con nuestro lado femenino o masculino, que nos convencen y nos hacen dudar desde la triste prehistoria hasta esta ciudad de norte que el travestis contempla desde arriba, desde que su espíritu comenzó a desprenderse de su carne ultrajada, una larga peregrinación de la historia, de la inocencia que trasporta al personaje a nuestros primeros padres edénicos y de tanto en tanto la memoria se le va desprendiendo, y siente tanto miedo que en silencio, sin boquear la muerte, aprieta el polvo que no es polvo, crucifixión del jueves, patricios que condenan y demandan el sexo porque ellos en el fondo son maricas tapados. No obstante, el yo poético condena a los poetas que cuchichean dopándose de travestidos, alguno estallan en carcajadas, otros sin razón, gritan en cueros las palabras, porque no aguantan el sabor púrpura en sus bocas, un golpe bajo de amaneramientos inacabados como si se percibiera un asecho presuntuoso, un malabarismo de péndulos y oscilaciones que alcanzan ver un acoso siniestro, un rapto aristócrata y de bufones que ríen sin saber reír, porque como afirma el poeta: nadie va a la muerte sin que se sueñe muerto. Y como un aluvión inhóspito todo se descubre, se pone a la vista de los transeúntes del barrio, de la ciudad, ya no le importa al personaje que lo marginen, que lo señalen como un fenómeno, el del otro sexo, sin temor. Como por gravedad, con esa intensidad que caracteriza todo el Jueves, y pese al agonizar del personaje, en su casi conclusivo desenlace, aunque el temor del travestis se perciba ante su declinación, la poesía que aquí pervive lo encumbra hasta hacerse símbolo de su mundo inconvencional, volviendo una y otra vez a su historicidad poética para darle, como ya predije, un sentido de epopeya trágica, porque el que muere por una convicción de fe es una hazaña poco identificada en la poética de hoy. El yo poético una veces expectante y otra ya individualizada como el personaje del Jueves cohabitan con armonía casi irreconocible, sino fuera por el desdoblamiento de primera en tercera persona del singular y el plural, a veces extraños giros en los versos y en la prosa poética que nos remiten a una segunda persona que omite y calla la simbología del travestis, en el universo que se mueve, en ese cabaret de figuras desdibujadas, templo o altar de los sacrificios, pero el sacrificio verdadero de nuestro anfibio subyace en la urbe que se despierta y como el travestido es un poeta del acto acometido en su trasportación espiritual porque ya no le teme a la multitud, a ese hijo del patricio bufón, que viola sin piedad lo más preciado que le han obsequiado, la vida; y se va convertido en una mujer en su vuelo, por las calles del barrio sin remordimientos, con ese olor a luz en su sexo retorcido, reptar por placeres indecibles o indecentes, esa aberración que recuerda al padre, a la madre, a sus hermanos, su habitación, el incesto, al cuarto de hotel que todos los días se va a encontrar con su amante, y se engalana mofándose de todos, como si en verdad presintiera que el poeta la abrazase en el banco de un parque para consolarla y le dice que desea emigrar, irse, huir a un mundo donde su procedencia no sea humillada, donde pueda sonreír a sus anchas, sin el marcado y perverso nombramiento del otro sexo con sus tetas de trapos. El poeta afirma que la forma camaleónica del anfibio es todo hombre y es toda mujer amamantando. Y retumba una voz, un llamado a la liberación, a un dejarse ir por un vagabundeo de mariposas y flores. Pobre, pobre resonancia de campanas que daba lengüetazos y lamía las entrepiernas de los muchachos apostados en las esquinas, y no se sabe si por odio o por celos alguien le salió al encuentro para cercenarle la cara con astros y esa sensación de morir no se entiende ni se comprende, sólo ella sabe que él es ella y que en sus pestañeos moribundos, en ese lapso de tiempo microscópico, ha dejado su vida, ha donado su miserable vida en interrupciones de luces clandestinas, y mientras la multitud comulgaba alrededor del cuerpo del travestis, yo continué el camino para verme en el espejo.