miércoles, 23 de septiembre de 2009

De otros y otras al borde de la lengua

Para los amantes de la poesía.
Primera parte


El Anticristo puede nacer de la misma piedad,
del excesivo amor por Dios o por la verdad,
así como el hereje nace del santo
y el endemoniado del vidente.

Umberto Eco




Rostro entre la gente


Entonces descubrí las estrellas enredadas a mi piel,
desfallecidas y quebrantadas por el amarillo en patas de bufones riendo.
No alados astros precipitados a sus cuerpos oscuros
mi carne mordían y las rastreras palabras afiladas.



Rutinarias


Cada cierto azar el sosiego reaparece en los vehículos y los rostros de los infantes.
Esas voces chamuscadas en delirios nombraban los espejos y el asfalto;
por cada caída levanté la fruta desperdiciada en el gusano —sus larvas furibundas.
No tiento mi corazón en la risa de los transeúntes,
no digo o no permito los deseos abstraerse de sí mismos en el ala del insecto inmundo de los posesos.
Un día los carteles y las llantas pronunciarán el nombre oculto.



La multitud en la plaza


Quizás allí estén el sino y el frecuente mito en un trozo de metal
preso para erguir la sinergia.




A tiempo


Ellos dejaron de existir en las cuadrículas,
pasmaron los colores de las formas y el peso del concreto y los terrenos mitificaron los rieles y el tranvía.
Me permito repetirme en asociaciones integrales —en incógnitas rudas bajo el influjo claro de la noche:
esos acertijos innúmeros azotan mi cara,
la afean en hendiduras sofisticadas, en réplicas
(no son múltiplos ni representaciones).




Academismo


Encima de ese animal cosmos el mito fundación de espejos y quiebres en las latitudes encuentro; sí, encuentro los ojos que miran al intersticio de la atemporalidad despeñándose en huesos.
Animal de siempre preestablecido en los pliegues,
y las ramas me barren la lengua tanto tiempo y no acaba.



Santería de los acuarios


Cada partícula encierra el átomo de los peces y las cucarachas adheridas a las paredes del agua.
Cada sol enlutece retinas y sangre desnudándose en los vitrales cóncavos de una andada tenebrosidad.
Uno no tiene solución,
dejo el aire si pregunto a dónde van las rémoras de espumas.
Miro mi risible pecho anudarse en el me veo ahí sin reparos y sin la debida razón de justificar el trance.



Amplificadores


Y todo llega en confusión,
astros desgarrándose en caballitos del diablo,
en langostas devorando a su paso por las calles de la ciudad infernal los sueños naciendo despiertos o durmiéndose despabilados en el laberinto.
¡Quién vive por la mansa geometría de los ruidos!,
¡por mordeduras de negras lluvias!
Debo partir por renuncia a la indigestión del caos.




Asma tendida al asecho


He partido a ver a las enfermas en un hospital adornado a rayas,
penitenciario de dioses opulentos excrementando las sabanas muertas.
Paso la vista por el abismo de las garras que inyectan los antropoides cuerpos de las larvas detenidas y ciegas en la luz y la farsa sombra.
El humo se extiende convexo en el alfabeto cilíndrico de las luciérnagas dotando el viento de putrefactas alas.
Niego esta luz oscura en las flores y los huesos postrados en estrellas,
niego la tímida sonrisa —burla eficaz de las enfermeras y las mendigas.




La turista de Praga


Tanta rabia alimenta mis extremidades de lagarto,
esta vista de cuervo azul me miente en la simbología de los ejes tiritando en los faroles y en la pantalla de la te ve prefigurándose paterna y fiera.
Va por el barrio en simulación de perros,
en cada esquina para a beber sombras de puertas y ventanas en sueños no rotos de alquimia.
Un velo atraviesa su bajo vientre en períodos nulos y excéntricos de palabras insuficientes —el Dodge avanza de su paz animalismo—
Por qué el dolor (este blasfemar de rabia),
de verla metida en esa caja gris me sostiene un pez en su pecera de bombos uniformes.



A Diana, que sonríe al mirarme


Los antiguos le llamaban diosa de caza,
llamo abundancia de bosques reciclados en parques y avenidas vacías,
clamo su venida por los edificios yertos y puntiagudos.
El vino hizo la fiesta de la conquista en las frutas del prototipo;
pequeña azul ave en veranos e inviernos fraudes, he visto la risa tan cerca de los incisivos y no tengo otra opción sino traspasarte a cuchillo —a razas y a perfumes de sangre limpia.
Y si digo en su nombre la blasfemia de amor,
de este amor minimalista e impuro, me abandonaría a la voz del cliché,
al caminar vuelo de ninfa posesa por figuras astrónomas,
al revés de las sombras femeninas en quienes confiamos.
Por eso me reconstruyo en los pulmones de los anfibios,
de ti diosa temiendo el asalto quizás del huésped.




En decadencia


Siempre nos llaman a reflexionar en las hojas del otoño,
en el santo día de la herida y el vinagre.
Si reflexionara no estaría mintiéndome en el amarillo al pastar las hojas.
Descubro cada sueño en cada diente cariado [en fisuras y quiebres]
y la psicología pertenece a los monjes o a la santa inquisición de las vírgenes rastreras.
Dudo del sustantivo —de los pro-nom-bres alargándose al comer los restos.
Esta semana nos pensaremos Uno mientras fumo el terrorismo y Palestina,
por quien dio la vida por la vida,
por un puñado de gentes como tú y yo: bárbaros Alejandro y temibles Safo quedándose en la acera a ver si pasa lo jamás perdido.




Violación del espejo


Descubro azul marino —me deslizo— en carnes molidas, un solo guiñar de río estremeciéndose de ti olvido en lenguas sin salivas.
Reptar de moho repleto en las lisonjas de las invertebrales columnas.
Son moluscos hoy escribo —solo naufragar en la triste miel de la ausencia.
Ya no obtengo el perdón por verme analogía o redención en los techos ondulándose en la retrospección sin retorno.
Son astillas de calcio hoy escribiré —nada por esta triste presencia,
perdono pese al destroce y los enclaves.




Héroes derretibles


Las silvestres aristas y los vuelos son el follaje y la piel del alabastro;
se pierde en los helechos tan redimidos en la estrecha luminaria pacífica de fatales secretos de melancolías.
Un rito pasado por agua y fuego enalteciéndose desde los humillados glaciares recién momificados en rimas y fábulas de iceberg.
Un cayado ebrio,
posibilidad de nada en la voz monolítica al volver el viento y la niebla,
asma del vicio,
color hueso de los fonemas.



Arte ego gótico


Me deshago de los agujeros rellenos de ranas,
horrible desgarro de piel y manos contraproducentes trazadas en chirridos quemables,
chisporreteo o mugido de ratas cubriendo la pálida fisonomía muerta de los campanarios.
Son cadáveres amontonados —desconcierto del postre rancio de la morgue y los manicomios.



Nigromancia de los deudores


Roto el despojo, por la abertura se asoma en anarquía la fotografía roída.
Penetro por la cubierta en lluvia (zumbar de aves mamíferas) para derretir los muebles y las calvas cabezas de cuerpos sin cabezas:
extraña manifestación de sedimentos y confluencias de sangrados a ritmo de panteísmo y locomoción.
Las serpientes aúllan y los gatos croan al oscurecerse el mediodía.
Entonces el conjuro existe entre los cuadrúpedos y las mariposas,
así me desprendo a filo contra los nubarrones.




Muerte en San Luis


A medida que la noche se traga el ojo las alas paralizan el asco.
El vómito estéril de la monótona simetría adapta el temple de los filmes y los periódicos;
sólo una vez computo el pavor del escombro en mi torso ya metáfora del delirio,
ignorancia del plato y la servidumbre del hilo en el esoterismo macabro del despreciable por no tomar la luz del histrión ni a Edipo.
Quien toma hacha y lutos de vino muestra —y a media la noche parte el residuo de los soberbios que salen a pescar el polvo cortante de los ciegos y el exterminio.

Vidas alternas

Hace rato vi a un amigo en las inmediaciones de una de las vías principales de mi ciudad amada, Santiago. Este amigo me contaría la desgracia de su vida. Lo alenté a seguir huyendo mientras uno pudiera, de todo lo ridículo que se nos avecina en estos días de nubarrones. Así llega el otoño con sus calbunclos y sus despejada armonía de sastres y remenderos.

También le dije que viera La envidia, texto que esta publicado en esta inobra de la irrealidad. Pues bien, ahora el diablo nos lleva con los casos detenidos entre nuestras cejas o las sienes. El tipo casi llora, se lamentaba por nuestra supuesta e inverosímil generación excluida de los centros comerciales, de las ediciones a lujo con los adornos deseados de los elfos en antologías, de la publicidad como nomenclatura de un espacio en el dintel o los bordes de una ventana tras la puerta convertida en la maestra de por vida de los santos paridores de supuraciones, ese mal del tiempo sin comentarios y ni siquiera punto y coma por los duelos y los asesinatos en las trincheras del honor. Amigo, dejémonos de lamentos y vamos a encontrar los desdentados, a aquellos que mueren, pues la verdadadera intención es que la marginalidad los hacen muntar en hombres libres (pese a la verdera esclavitud del sistema), en dignidad de ser quienes somos ante esta desgraciada atemporalidad de la mierdad. Sí, la mierdad y más que eso.

Vidas alternas

miércoles, 16 de septiembre de 2009

Canibalismo



Decidimos abandonar el complejo muy temprano en la mañana antes de la clausura por varias razones. Sofía había cometido el lamentable hecho de ver al hombre a los ojos mientras yo conversaba con su compañera como una especie de complicidad por debajo de las ropas. En el trayecto de regreso a la ciudad, en el auto, comentábamos de las incidencias de los escritores apostados allí: unos leyeron historias parecidas a la macabra resolución de asesinar y comerse sus víctimas; otros, poetas al fin, sin necesidad les cantaron a la niebla y a la luz. Pero en un recitar de aquellos aedas fui persuadido por un extraño presentimiento. Sofía no se quitaba al tipo de la boca, pasaron algunos meses y continuaba con la perorata de los movimientos excepcionales del tipo en su acto de performance. Cuando a una mujer le coge con algo es mejor dejarla porque si intentamos detenerla en seco nos da la espalda, se porta o se vuelve fría y calculadora —bueno, así es su naturaleza—, huraña y ni siquiera podemos notificarle sobre su dejadez con sus compromisos de mujer. Pues bien, Sofía comenzó a portarse de esa manera hasta darme cuenta de todo.

El hombre, que luego me enteré de su nombre, se hacía llamar Claudio y la tipa que le acompañaba aquella vez no era más que su dama de compañía en ese momento. Llegamos a nuestra casa sumamente cansados, por lo menos yo estaba completamente abrumado y me metí a la cama sin darme un baño renovador de ánimo. Sofía quedó en la sala, puso por pretexto que debía hacer los alimentos que llevaríamos para nuestros respectivos trabajos, ordenar algunos utensilios de cocina, sacudir el polvo de los muebles porque permanecer tres días fuera, y más en donde residíamos, la casa se llenaba de polvo. Después dijo que se plantaría bajo la ducha.

Desperté en sobresalto y Sofía no estaba junto a mí. Miré el reloj despertador y era preocupantemente raro que se hallara en los quehaceres rutinarios del hogar a esas horas. Titubeé si me levantaba o no, aún rastros de sueños preexistían anegados en mi conciencia; pero lo hice, caminé hasta la sala en movimientos felinos para no hacer ruidos y sorprenderla in fraganti en la labor que hacía. La vi pegada delante del ordenador, muy entusiasmada, entreveía su rostro risible, mordisqueándose los labios, lo deducía por los ademanes de cabeza y la forma de cómo posicionaba las manos y de cómo movía sus dedos cuando tecleaba para escribir.

Dime, qué haces a estas horas pegada de la pantalla, pregunté molesto desde cierta distancia.

Sofía ni volteó el rostro sino que trató de incorporarse del susto que se había llevado. Trataba con diligencia salir de la página wed que navegaba. Detrás de todo eso pude notar un nerviosismo casi imperceptible para que no me diera cuenta en dónde estaba metida y cuando contestó lo que dijo podía leerse entre líneas lo tan nerviosa que se encontraba.

Ah, eres tú. Sólo revisaba mi email.

Pero no le puse mucha atención al asunto. Pensé que aquel asombro le resultó tan desprevenido por llegar así tan sigilosamente y tal vez era por los tres días fuera de casa.

Vamos, ven, métete a la cama para que descanses. Faltan unas horas para el amanecer y tenemos que ir a trabajar. Es que tú no te fastidia en hacer críticas y artículos. Deberías tomar el trabajo tuyo con más tranquilidad, acabé opinando con el tono de voz más condescendiente.

Tienes razón. Total, mañana continuaré, dijo apagando el aparato, pero con una distinción de tiempo.

En las siguientes semanas no noté nada particular en Sofía. Pero luego que nos separamos ella misma me lo confesó porque necesitaba estar en paz consigo misma y sentir su alma en transparencia. Las mujeres poseen la fascinación de mantener a cualquier precio la estabilidad en todo. En el evento de los artistas, en un momento dado, ella esperó que yo me entretuviera con algunos de los escritores para entablar conversación con Claudio, e intercambiaron impresiones de lugar, de que si éste o aquel artista eran mejores que un Juan de los palotes o un fulano de tal, hasta se dieron sus números telefónicos y sus correos electrónicos.

Comencé a sospechar que algo andaba mal en nuestra relación. No le puse mucho caso, sino que frecuentaba su oficina con sorpresas y regalos miserables en cada una de las fechas conmemorativas, es decir, había días específicos que eran motivos de celebración, y en esos días nos pasó algo increíble para querernos como lo hacíamos. Según los comentarios éramos una pareja ideal. En las visitas ella daba a entender indiferencia y apatía como que no le importaba lo nuestro con sus actos crueles, porque de buenas a primeras se ausentaba los fines de semanas fuera de la ciudad por cuestiones de labor, y yo, tan ingenuo, siempre le creí —y esa ingenuidad persiste, aún le creo a fe ciega, eso sólo lo hace el amor— como un buen payaso de circo que hace reír a los espectadores hasta por aventarse un pedo.

A veces cuando me telefoneaba a la casa que me había mudado en las afueras de la ciudad —seguimos siendo amigos por pertenecer a la misma generación de escritores— escuchaba su pastosa voz con oído clínico queriendo encontrar evidencias al referirse a su nuevo amigo Claudio, de las veces que lo visitó y de lo fantástico que se portaba con ella. Llegaron a salir en varias ocasiones, tanto que se influenció en eso del performance, porque cuando nos encontrábamos en la puesta en circulación de algún libro, en conferencias, en recitales y conciertos de jazz y blues en el teatro no dejaba de actuar como si estuviera frente a un público que sólo la observaba a ella, dueña del escenario con los grotescos movimientos que hay que hacer para ser mimo sin pintarse la cara de blanco hueso. Pero como el diablo está siempre atento a cualquier acontecimiento, Sofía y yo volvimos con algunas diferencias: me había jurado que nada que ver con Claudio, le creí, y que estaríamos cada uno en sus casas sin compromiso alguno, como dicen por ahí, amigos con derechos, de modo que sólo era acostarnos cuando se nos antojara hacer aquello por horas y satisfechos nos podíamos marchar sin remordimientos.

Sofía continuó con la amistad de Claudio, se telefoneaban dos o tres veces a la semana hasta que un día le saqué el sí para juntarnos un fin de mes en la casa de su amigo. Llegamos como a las nueve a eme y Claudio nos salió al encuentro con su amplia sonrisa de teatrero maldito, oscuro, digo, vestía ropas como poeta de la acción con algo experimental: traía pantalones cortos con sandalias y una camisa, todo de negro. No nos dio tiempo ni de desmontarnos cuando se nos echó encima señalándome en donde debía de aparcar mi ford rojo. Claudio vivía solo y nos acomodó una habitación como si fuera para príncipes de una dinastía o una lejana comedia de terror del siglo XV. Todo el cuarto se sentía húmedo, el ambiente viciado por un olor a muerte, a deseo, a locura, y pensé que quizás allí se realizaban actos impuros y descabellados como lo que somos en realidad: bestias con conciencias.

Nos sirvió el desayuno con sumo cuidado. Claudio hacía irritables modales presuntuosos dedicados al placer y a la adoración. A Sofía tales cosas le hacían reír sin parar. Perduramos largas horas sentados como imbéciles mirando el rostro regordete de nuestro anfitrión, oyendo sus historias de mal gusto, de la planificación que poseía con un viaje al extranjero, creo que a París y de los proyectos artísticos que elaboraría cuando regresara de sus vacaciones de trabajo. Lo cierto es que lamentaba estar junto a ellos, no me hallaba nada a gusto y maldije en mis adentros el por qué le insistí a Sofía que visitáramos a su amigo. Pero era muy tarde para retractarme, no volvía atrás cuando planeaba algo serio y más como aquello. A las dos nos cansamos de oírnos y decidimos ducharnos. Habíamos dicho salir un rato a algún bar de la zona antigua de la ciudad, pero al estar solo con Sofía le dije algo que cambiaría el destino o el rumbo de nuestras vidas.

Estás loco o qué, dijo ella desde la ducha.

Al menos seremos éso, no, sacar el poquito de sangre caribe que nos queda a flote, opiné detrás de la cortina de vidrio oscuro.

No te entiendo. Me estás asustando, dijo con algún fastidio.

No deberías, Sofía. Tú mejor que nadie sabes que pretendo encontrar lo sublime a costa de lo que sea, repliqué.

Diablos… crees que con eso serás un Rimbaud o un dios. No, no y no. No seré cómplice de algo tan nefasto, contestó abriendo la cortina de vidrio rodante del baño.

Ya veo que tú me crees cualquier burrada. Solo lo he referido a modo de juego cariño, dije echándome a reír.

Guardé silencio, era lo mejor que podía hacer para no armar una pelea con Sofía, veía que se estaba incomodando. Después que ella salió me introduje a la ducha, así tal vez se aclararían mis pensamientos, dejar de lado lo que presumía ejecutar y disfrutar esos días como un artista serio y circunspecto. Sofía me observaba de un modo extraño al mudarnos de ropas porque lo silente nos agarró la lengua a ambos, sólo nos dábamos miraditas con cierto temor, ella sabía que yo era capaz de consumar cualquier desgracia. Casi al salir del cuarto le comuniqué que no iría a ninguna parte, que —le di un beso— le dijera al gordo de Claudio, si quería, que nos plantáramos en la casa a tomar vino, puse de subterfugio que mi espalda procuraba reventar del dolor. Noté dudas en el bello rostro de Sofía pero accedió.

Claudio encendió su laptop para poner música alternativa y mientras degustábamos del vino y del placer de los blues y el jazz a él le sobrevino la magnífica idea de fumar unos cigarrillos de marihuana, nos invitó y tomamos la resolución de acompañarlo. Él los guardaba como medicina. Por varias ocasiones Sofía dijo que Claudio frecuentaba a un psicoanalista y este le había recomendado la droga para controlar los nervios y la sensación de desesperación que lo asediaban por las noches mientras dormía. Lo de las perturbaciones dije en esas charlas con ella que quizás le llegaban a través de un hecho muy arraigado en su subconsciente, no podía recordarlo y por eso recurría a la marihuana para aliviar su pena de niño. Y ahora que lo pienso con detenimiento reflexivo el amigo de Sofía acumulaba en sus modales, en su vocecita de ave serpiente (esto era por el énfasis que ponía en la pluralidad de las palabras y aún con reiteración en la ese) el signo de la homosexualidad y eso me daba cierta calma. Los tres fumamos lo suficiente como para perder la noción del tiempo y abandonarnos a los más bajos instintos. Claudio se lanzó al piso. Sofía tarareaba una de las canciones en inglés, si la memoria no me falla era un viejo video clip de Nina Simone con su gran trasero grasoso andando acompasadamente de un lado para otro del escenario. Yo me incorporé del asiento, recuerdo que dije ir a la cocina a tomar agua, Claudio quiso ofrecerse, pero como sabía llegar me las arreglé para que se quedara tirado donde estaba rascándose la barba que le cubría el rostro de cerdo. Cuando bebía miré un esplendido juego de cuchillos ordenados de menor a mayor en la meseta, tomé uno de gran tamaño. Al aproximarme a ellos lo ejercía con precaución, un animal al asecho de su presa y dentro de mí fluía la maliciosidad, lo diabólico, el retorcimiento de un ser lleno de sadismo, sed de sangre y loco por comerse lo que sea, porque es algo habitual después que una persona se droga con marihuana que le entre un hambre atroz. Sofía daba señales de estar como media dormida por la droga y el vino. Claudio cabeceaba con síntomas de igual procedencia; pero yo permanecía agudamente despierto como si el diablo guiara mi alma. Entonces levanté el cuchillo con mis dos manos y lo dejé caer con todas mis fuerzas en el cuello de Claudio, cosa que no sintió porque ni se movió, sólo alcancé oír un leve gemido como un ahogo o el chillido de una rata comunicándole a las otras su viaje al exterior. Se iba a desplomar, lo detuve antes de que su cuerpo llegara por completo al piso. Sofía seguía completamente dormida. Agarré su pelo enmarañado de escritor de cuarta categoría y lo acomodé de espaldas contra una mesita que se hallaba en el centro de la sala, aún no le brotaba sangre por la herida, sino que le chorreaba un hilillo rojo por una de las comisuras de la boca. Cogí la empuñadura del arma y cuando pensé extraerla, me pasó por la mente cercenarle la cabeza. Mientras cortaba sosteniéndole el cabello había apoyado su cuerpo en el piso para mejor facilidad. La sangre era el Mar rojo rodando por todas partes. Sofía continuaba dormida, profundamente dormida, lo sabía por los ronquidos. Al acabar de escindirle la cabeza a Claudio la llevé a la cocina y la coloqué en el fregadero. Lavé mis manos. Volví donde Sofía y me dispuse a tomarla en mis brazos para llevarla a la habitación, quiso como despertar pero le susurré que sería preferible y favorable que durmiera cómodamente en el lecho y no en un sillón porque podía pescar tortícolis de cuello. Preguntó por su amigo y le dije que había salido a comprar más vino, la despertaría cuando él regresara. La dejé allí, y supe que seguiría durmiendo hasta el amanecer. No sentía el menor desasosiego por el hecho, era como si yo estaba habituado regularmente hacer aquello. En la sala la atmósfera se volvía pesada con ese olor particular de la sangre humana que iniciaba a coagularse. El líquido encarnado facilitó que arrastrara el cuerpo regordete de Claudio hasta la cocina. Pasé parte de la noche limpiando aquel desastre y en el desmembramiento del cuerpo, cortando y fileteando las carnes y de cuando en vez le tiraba un ojo a Sofía por temor a que se despertara. Así partes de un muslo y los freí al vapor. El corazón lo ingerí semicrudo. Satisfecho mi apetito me dediqué como todo un chef a prepararle a Sofía un bistec encebollado con algunas de las viandas del muslo que no pude comer. Ella tenía la costumbre de levantarse alrededor de las siete. Tomé una bandeja, adorné el manjar con café, un vaso de agua y lonjas de pan integral que había visto en la despensa al momento de buscar las cebollas y los condimentos. Aún se encontraba dormida, coloqué a un lado de la cama el desayuno, quería alardear. La desperté a besos y dándole caricias en sus grandes senos almendrados.

Hey, despierta Sofi, te traje el desayuno a la cama pá que no te quejes de mí, le susurré abrazándola.

Por qué tienen que despertar a una. Déjame dormir otro rato, quieres, después haremos cositas como a las que a ti te gustan, dijo desperezándose.

No cariño, mira lo que es.

Levantó la cabeza con su pelo hecho un lío y se acomodó para que le instalara el manjar en las piernas.

Todos los días uno no se halla con cosas como estas y hay que aprovecharlas, le dije.

Tomó un sorbo de agua, luego el café y después el cubierto y el cuchillo para cortar parte del bistec y preguntó:

Y Claudio, aún no se ha levantado.

Sí, hace rato y salió como un rayo. Dijo que no tardaría y que estábamos como en nuestra casa, respondí.

Echó un trozo en su boca, lo masticaba muy lentamente agarrándole el sabor al filete. Por dentro me moría de la risa y con mi mirada la incitaba a que siguiera comiendo.

Esta carne sabe raro, pero está rica, expresó entre risas y mirándome con lascivia. Yo la miraba excitado; sí, me excitaba enormemente verla comer como toda una damisela, de cómo sostenía con sus delgadas manos doradas los utensilios de comensales, de cómo movía su quijada, de cómo se lamía sus carnosos labios untados de grasa. Tanto era mi excitación que pensé por un instante que llegaría al orgasmo.

Y qué pasó anoche, no me acuerdo de nada, tú sabes que borro cuando me emborracho y con la hierba que fumamos… Sabes, somos unos locos, no debimos fumar eso, me dijo un poco decepcionada.

Ya qué importa, lo hecho, hecho está, contesté.

Y mientras tanto Sofía continuaba llenándose el estómago no pude aguantar la risa, ni la excitación que nublaba mis sentidos. Una mixtura de placeres invadió mi alma y reía sin parar y esa risa se transformaba en carcajadas sinistras, y eyaculé a chorros como si le orinara el rostro a Sofía, al plato de la carne que comía con ganas. Riendo frenéticamente y manteniendo agarrado mi pene con unas de mis manos así me desperté de aquella terrible pesadilla.

Más cuentos hasta la irritabilidad

Collage para museo
(Instalación)


De repente aquella espera infinita
me resultó tan dolorosa que quise
abandonar el presente.

Orhan Pamuk


La imagen está ahí. Tan ridícula y sin sentido. Un monosílabo alternándose en la fresca posición del ojo, de tú ojo que mirará los tiestos y los clavos adheridos a la pared del fondo y será de un color verdinegro jactándose de los miembros esparcidos a pedazos, tan triste de retinas ausentes empequeñeciéndose al tacto, al sabor de la pose y el estandarte. Las manos, tus manos aparecerán por el extremo inferior derecho, un bostezo afilado agrandándose en la oscura sensación del aire en los excusados y las tiernas entrepiernas de vírgenes melancólicas de amor, garabatos de tigres y leones mudos como gatos maullando la feliz suspensión de las ratas y los corderos de migas de pan rancio y gusaneados, esas manos tuyas al límite de los huesos llameados triturarán el vacío, pronto, pronto los dedos son esos infinitos presentes destilándose en el nombre del aguardiente en el estómago drogado de conciencia y pestilencia. Ya a tus brazos le faltarán el esfuerzo de hacer o harán por quienes tienen que hacer las construcciones, las autopistas, los puentes, entre otras similitudes de antropología con hombros de gladiadores desgarrados por lanzas y espadas en la era de las inquisiciones. Vuelvo a tus brazos esperando la expectación de algo valioso para colgar desde el quicio de una ventana la caricatura de un demonio ángel hermafrodita dudando en cada gesto el don especial de la risa y el pestañeo —hermoso boquear— de la luz apagándose lentamente en tus pies descalzos o cubiertos que andarán cada forma y fondo detenido en el pozo del deseo que todos anhelamos a pesar de nuestras condición de enfermos. Aquellas piernas magulladas te surgirán por el lado superior izquierdo, más arriba del viento, resultado de números triturados con un mortero y un aeroplano en una explosión de polvo mirando aceras y fachadas de edificios que te poseerán como si tú fueras un objeto sin valor, pero que en realidad tú los verás a ellos en la teología de una canción taumaturga por los que lloran un día de lluvia derramada de las ingles tal cual un hueso prehistórico danzando una y otra vez en los escaparates de las tiendas y la fenomenología del contraste y la dilatación ajena a esta distancia hueca metiéndoseles por las venas a quienes olvidan el grito del no o el sí durante el proceso de los tanques y los clavos en la pared para instalar tus genitales a campo traviesa o a fuego cruzado en las trincheras y las ruedas que frenarán después del golpe húmedo o el lazo en tensión apretándote el dorso, desintegrándose tú torso al abandonar por esta vez el quejido de un seno que te retumbará en los oídos para que nosotros encontremos la manera adecuada o la perspectiva para verte mejor de este lado desde arriba. No tienes escapatoria para lo que fuiste creado. Sí, se te va a salir el corazón por detrás, por la nariz, por los poros, por donde mejor te apetezca pero que a mí se me antoja que tu bello corazón tan idéntico al universo será la dolorosa procedencia de pulsaciones bélicas o psicodélicas saliéndosete por las uñas amoratadas como una sola voz de alquitrán aplastada en la pared de fondo verdinegro que te irá comiendo poco a poco la cabeza separada por tus manos que te agarrarán por el pelo, te lo halarás tan fuerte que el cuero cabelludo podrá ser arrancado de cuajo como si un aborigen norteamericano después de matarte te cortara la melena con todo y cuero, y lo alzará en grito de victoria como trofeo de guerra surgido de tus mismos sesos regados por todo el lugar, por todo este ambiente enrareciéndose en tú ojo único siendo un ave tuya volando por los aires a emigrar a otro cielo pero bajo el peso del rugido de una puerta corrediza o la levedad de las gentes que te llevarán a tu propia fuga de títere y que no es más que el temor a este pedazo de sombra colgada en tu alma aguantando el aroma áspero de un cuerpo destrozado. La imagen está ahí, un monosílabo grotesco tendido como los restos de un muerto presumiendo el dolor de los boxeadores al ser derribados a puñetazos en sus narices chatas porque la sangre emanará de la fuente de Narciso, mito fundado en la réplica de un monstruo halando una piedra infinitamente sin descanso, el mismo hecho pero con mimos diferentes al margen de esta historia manoseada y desmantelada por los cuatro puntos de Occidente a Oriente sin el sentido correcto de los perros y los místicos. Entonces tu cuerpo, ese cuerpo tuyo no reaparecerá entre las flores y las hierbas, sino por las plantas de los pies porque de ahí aunque no se quiera reconocer sacamos la última voluntad, el novísimo esfuerzo para ser ante la maniobra de salvar nuestras vidas por instinto. Por eso ni siquiera duraríamos la mitad de lo que nos toca vivir en este vasto presente de tiempo mejorado por los altoparlantes de los directores de cine o las guaguas anunciadoras de vegetales, un conocimiento hecho por encimas y bacterias, por virus e infecciones de luz rayada al final de una página ensangrentada, en cada colofón o partitura, al lado de cada biografía o epígrafe de una teoría en el abrazo tierno de dos amantes. Mírate u obsérvate, comoquiera, tumbado o tirada largo a largo durmiendo soñando con nada tuyo, sin tus miembros como si de veras fueras un soplo, un simple suspiro de un niño al salir del vientre de una pobre mujer. Allí tú nada eres, algo ciego, la luz y el ruido te han cegado y ensordecido; algo no visto, invisible y esta invisibilidad produce la visión de verte esta imagen sin espacio porque lo eres todo, uno con tu creencia como una instalación de un artista sin manos, sin piernas, sin ojos. Qué crueldad tan sofisticada, tan de vanguardia impresa en un periódico de tours para fines de publicidad o en una revista cada cierta publicación para cubrir o rellenar una columna y para que esta se vea apetecible y nutritiva, así la podemos digerir por tú ojo. Ya no qué paz me da miel si los pies van al sol. No da la piel la vil voz del post o el fin ve al fin tú ojo colocándose en el centro del collage para definir cada gesticulación calculada meticulosamente. La imagen está ahí degradándose en cada objeto compuesto por los avatares de tu conciencia ajena a esta instalación para museo. Una mina te ha explotado bajo tus pies.