sábado, 26 de diciembre de 2009

NUEVA TEMPORADA: POETAS INVITADOS, FRANKLIN MIESES BURGOS Y CHARLES BAUDELAIRE

A LOS LECTORES DE RESIDENCIA

DESDE HOY HAREMOS PUBLICACIONES DE ALGUNOS POETAS Y POETIZAS DE REPUBLICA DOMINICANA Y DE OTROS PAISES HERMANOS. ESAS Y ESOS ARTISTAS CONFORMAN, A NUESTRO PARECER, LA LLAVE, LA GUIA DEL ARTE DE LA PALABRA. ELLOS Y ELLAS REVOLUCIONARON EL ARTE EN DISTINTAS EPOCAS. DESDE MEDIADOS Y FINALES DEL SIGLO XIX HASTA NUESTROS DIAS.


Franklin Mieses Burgos


Poemas




EVA RECIÉN HALLADA


Tú que habitas ahora despierta sobre el agua
rota de los diamantes.

Tú que habitas ahora, como una llama vida,
lo mismo que lámpara desvelada en su propio
mundo de claridades.

No eres la terrible, la fulgurante luz
que llega de los cielos.

Eres la espada fina, la silenciosa espada
que siega las tinieblas,
el más agudo grito salido de las mismas
entrañas de las sombras.

Entre el río de siempre cubierto de ceniza.
El río inevitable
donde mi amor aguarda la primitiva lumbre
que quiebra sus metales,
sus desoladas selvas, sus ópalos del aire.

Eres la iluminada,
la solitaria esquiva que defiende los bronces
de la noche y del alba.

¡Radiante forma anclada de los vivientes orbes,
traspasado por ti derrumbo mis orillas,
hago rosas de hielo de mis propias palabras!

—¿En cuál lecho de otras arenas diferentes
creció de soledades
la noche que en tus pulsos moja en agua celeste
su roja llamarada?

En la ola de vidrio furiosa que te envuelve
lo mismo que una torre,
como una firme hiedra de sed devoradora,
construida de ciegos arcángeles te elevas
más allá de las nieblas,
hacia los nuevos soles que laten en tu sangre
llovida de amapolas.

—¿Es el amor que esperas erguida en el umbral
de la rosa más alta?

¿De la encendida rosa que el verano calcina
con sus labios de fuego?

Debajo de la muerte total otras campanas
desesperadas claman,
claman otras campanas
debajo del silencio donde crece el vacío
como una flor helada.



DESVELADO CAÍN


A la orilla del aire yo destruyo la sombra
delgada de los pájaros
solitarios que habitan caídos en el cielo
pequeño del rocío,
de ese húmedo espejo donde todas las cosas
del alba se derrumban,
se hunden en el frío metal en donde el trino
sonámbulo se hermana con la niñez del agua.

A la orilla del aire yo destruyo la rosa
del rosal, la azucena,
la nube y la guitarra que también es alondra
nacida en una nueva
presencia quejumbrosa de metales heridos.

A la orilla del aire yo destruyo el aliento
del ángel, la paloma.

Nada queda en mis manos que no rompa
en procura de mí mismo en el fondo,
en la íntima entraña sepulta de las cosas
donde lo eterno esculpe su máscara de siempre,
su soledad más honda.

¡Oh Padre imaginado
tras el terrible cielo por donde pasa el viento
del misterio soplando la voz de sus campanas!

—¿Qué cosa es que supongo hallar
tras de tu niebla?
¿Cuál enigma vislumbro oculto tras la negra
semilla de tu árbol?

La noche milenaria
que enroscada descansa sin rostro entre mis huesos,
la noche que me oprime por dentro y me devora,
¿no es la misma que cava con sus dedos de sombra
su abismo en los objetos?

Por aquí desemboco rodando hasta la gota
donde la más antigua de mis voces descansa.

Si tú el cálido aliento de tu pulmón soplaste,
para forjar del barro miserable la estatua
preciosa de la vida.

Yo levanté mi mano valiente hasta tu rostro,
para inventar la humana presencia de la Muerte.

Desde entonces yo he sido también un dios creador,
arquitecto único de ese orbe distingo
donde el fecundo cielo no hizo del verbo luz,
sorda parte de un mundo donde la intacta sombra
es virgen todavía.

No es Abel el que muere herido por el golpe
salido de mi mano, no es Abel el que muere.

Con él sólo destruyo las formas permanentes
del símbolo primero:
igual me hubiera sido la presencia de alba,
lo inmutable del cielo.




CANCIÓN DE LA VOZ FLORECIDA


Yo sembraré mi voz en la carne del viento
para que nazca un árbol de canciones;
después me iré soñando músicas inaudibles
por los ojos sin párpados del llanto.

Colgada sobre el cielo dolido de la tarde
habrá una pena blanca, que no será la luna.

Será una fruta alta, recién amanecida,
una fruta redonda de palabras
sonoras, como un canto:

maravilla sonámbula de un árbol
crecido de canciones, semilla estremecida
en la carne florecida del viento:
-mi voz.




ESTA CANCIÓN ESTABA TIRADA POR EL SUELO


Esta canción estaba tirada por el suelo,
como una hoja muerta, sin palabras;
la hallaron unos hombres que luego me la dieron
porque tuvieron miedo de aprender a cantarla.

Yo entonces ignoraba que también las canciones,
como las hojas muertas caían de los árboles;
no sabia que la luna se enredaba en las ramas
náufragas que sueñan bajo el cristal del agua,
ni que comían los peces pedacitos de estrellas
en el silencio de las noches claras.

Yo entonces ignoraba muchas cosas iguales
que eran todas posibles en la tierra del viento,
en donde la leyenda no es una hierba mala
crecida en sus riberas, sino un árbol de voces
con las cuales dialogan las sombras y las piedras.

Yo entonces ignoraba muchas cosas iguales
cuando aún no era mía
esta canción que estaba tirada por el suelo,
como una hoja muerta, sin palabras;
pero ahora ya sé de las formas distintas
que preceden al ojo de la carne que mira,
y hasta puedo decir por qué caen de rodillas,
en las ojeras largas que circundan la noche,
las diluidas sombras de los pájaros.




CANCIÓN DE LOS OJOS QUE SE FUERON


Se me fueron los ojos por mirar la presencia
posible de las cosas que pasan como el río,
como el pájaro blanco de una luna sin alas,
como el cristal en donde se desnuda el silencio.

Desde niño se fueron...
y ahora tengo en la sangre
otros ojos que miran por encima del aire,
por encima de toda transparencia distante,
y esta es mi pena ahora: el término y distancia;
el que yo muera siempre, mientras los otros cantan
cuando yo me deshago de llanto entre las yerbas
buscando la sonrisa que olvidan las estrellas
al huir presurosas ante la luz del día.

Yo me iría tirando también como los otros
en un cauce perfecto mis redondas palabras;
pero no puedo, no; hay otras formas mudas
que me llaman más hondo que la voz de las aguas.

Yo sé que nadie ignora la vida de mis ojos
allí donde la niebla tiene rosas moradas,
y el silencio devora la imagen de otra luna
hecha de anochecidas canciones apagadas;
allí donde los nardos son palomas crecidas
con las alas quebradas,
y el jilguero no es sólo la dulzura de un canto,
sino una ruta ancha por donde de puntillas
llega de noche el alba;
quiero decir: allí donde todas las hojas
elaboran por dentro de la savia fecunda
de sus verdes entrañas,
la presencia de una primavera enterrada,
en donde están gritando de angustia por su vida
las rosas que no nacen;
allí están mis ojos: los ojos de mi sangre,
los que miran tan sólo por encima del aire,
por encima de toda transparencia distante;
los ojos que me dieron, que no fueron de carne;
allí están en la sangre
mirando el lado opuesto, la forma diferente,
el oculto sentido de la carne y la esencia;
porque todas las cosas tienen su doble sombra,
hasta la voz y el viento.




Charles Baudelaire


Poemas escogidos

El albatros


Por distraerse, a veces, suelen los marineros
dar caza a los albatros, grandes aves del mar,
que siguen, indolentes compañeros de viaje,
al navío surcando los amargos abismos.

Apenas los arrojan sobre las tablas húmedas,
estos reyes celestes, torpes y avergonzados,
dejan penosamente arrastrando las alas,
sus grandes alas blancas semejantes a remos.

Este alado viajero, ¡qué inútil y qué débil!
Él, otrora tan bello, ¡qué feo y qué grotesco!
¡Éste quema su pico, sádico, con la pipa,
aquél, mima cojeando al planeador inválido!

El Poeta es igual a este señor del nublo,
que habita la tormenta y ríe del ballestero.
Exiliado en la tierra, sufriendo el griterío,
sus alas de gigante le impiden caminar.




El gato

Ven, bello gato, a mi amoroso pecho;
retén las uñas de tu pata,
y deja que me hunda en tus ojos hermosos
mezcla de ágata y metal.

Mientras mis dedos peinan suavemente
tu cabeza y tu lomo elástico,
mientras mi mano de placer se embriaga
al palpar tu cuerpo eléctrico,

a mi señora creo ver. Su mirada
como la tuya, amable bestia,
profunda y fría, hiere cual dardo,

y, de los pies a la cabeza,
un sutil aire, un peligroso aroma,
bogan en torno a su tostado cuerpo.




El crepúsculo matutino

La diana resonaba en todos los cuarteles
y apagaba las lámparas el viento matutino.

Era la hora en que enjambres de maléficos sueños
ahogan en sus almohadas a los adolescentes;
cuando tal palpitante y sangrienta pupila,
la lámpara en el día traza una mancha roja
y el alma, bajo el peso del cuerpo adormilado,
imita los combates del día y de la lámpara.

Como lloroso rostro que enjugase la brisa,
llena el aire un temblor de cosas fugacísimas
y se cansan los hombres de escribir y de amar.

Empiezan a humear acá y allá las casas,
las hembras del placer, con el párpado lívido,
reposan boquiabiertas con derrengado sueño;
las pobres, arrastrando sus fríos y flacos senos,
soplan en los tizones y soplan en sus dedos.

Es la hora en que, envueltas en la mugre y el frío,
las parturientas sienten aumentar sus dolores;
como un roto sollozo por la sangre que brota
el canto de los gallos desgarra el aire oscuro;
baña los edificios un océano de niebla,
y los agonizantes, dentro, en los hospitales,
lanzan su último aliento entre hipos desiguales.
Los libertinos vuelven, rotos por su labor.

La friolenta aurora en traje verde y rosa
avanzaba despacio sobre el Sena desierto
y el sombrío Paris, frotándose los ojos,
empuñaba sus útiles, viejo trabajador.




La destrucción

A mi lado sin tregua el Demonio se agita;
en torno de mi flota como un aire impalpable;
lo trago y noto cómo abrasa mis pulmones
de un deseo llenándolos culpable e infinito.

Toma, a veces, pues sabe de mi amor por el Arte,
de la más seductora mujer las apariencias,
y acudiendo a especiosos pretextos de adulón
mis labios acostumbra a filtros depravados.

Lejos de la mirada de Dios así me lleva,
jadeante y deshecho por la fatiga, al centro
de las hondas y solas planicies del Hastío,

y arroja ante mis ojos, de confusión repletos,
vestiduras manchadas y entreabiertas heridas,
¡y el sangriento aparato que en la Destrucción vive!




Mujeres condenadas

Como bestias inmóviles tumbadas en la arena,
vuelven sus ojos hacia el marino horizonte,
y sus pies que se buscan y sus manos unidas,
tienen desmayos dulces y temblores amargos.

Las unas, corazones que aman las confidencias
en el fondo del bosque donde el arroyo canta,
deletrean el amor de su pubertad tímida
y marcan en el tronco a los árboles tiernos;

las otras, como hermanas, andan graves y lentas,
a través de las peñas llenas de apariciones,
donde vio san Antonio surgir como la lava
aquellas tentaciones con los senos desnudos;

y las hay, que a la luz de goteantes resinas,
en el hueco ya mudo de los antros paganos,
te llaman en auxilio de su aulladora fiebre.
¡Oh Baco, que adormeces todas las inquietudes!

Y otras, cuyas gargantas lucen escapularios,
que, un látigo ocultando bajo sus largas ropas,
mezclan en las umbrías y solitarias noches,
la espuma del placer al llanto del suplicio.

Oh vírgenes, oh monstruos, oh demonios, oh mártires,
de toda realidad desdeñosos espíritus,
ansiosas de infinito, devotas, satiresas,
ya crispadas de gritos, ya deshechas en llanto.

Vosotras, a quien mi alma persiguió en tal infierno,
¡hermanas mías!, os amo y os tengo compasión,
por vuestras penas sordas, vuestra insaciable sed
y las urnas de amor que vuestro pecho encierra.




La muerte de los artistas

¿Cuánto mis cascabeles tendré que sacudir
y besarte la frente, triste caricatura?
Para dar en el blanco, de mística virtud,
mi carcaj, ¿cuántas flechas habrán de malgastar?

En fintas sutilísimas nuestra alma gastaremos,
y más de un bastidor hemos de destruir,
antes de contemplar la acabada Criatura
cuyo infernal deseo nos colma de sollozos.

Hay algunos que nunca conocieron a su ídolo,
escultores malditos que el oprobio marcó,
que se golpean con saña en el pecho y la frente,
sin más que una esperanza, !Capitolio sombrío!
que la Muerte, cerniéndose como sol renovado,
logrará, al fin, que estallen las flores de su mente




El reloj

Los chinos ven la hora en los ojos de los gatos. Cierto día, un misionero que se paseaba por un arrabal de Nankin advirtió que se le había olvidado el reloj, y le preguntó a un chiquillo qué hora era.

El chicuelo del Celeste Imperio vaciló al pronto; luego, volviendo sobre sí, contestó: «Voy a decírselo.» Pocos instantes después presentose de nuevo, trayendo un gatazo, y mirándole, como suele decirse, a lo blanco de los ojos, afirmó, sin titubear: «Todavía no son las doce en punto.» Y así era en verdad.

Yo, si me inclino hacia la hermosa felina, la bien nombrada, que es a un tiempo mismo honor de su sexo, orgullo de mi corazón y perfume de mi espíritu, ya sea de noche, ya de día, en luz o en sombra opaca, en el fondo de sus ojos adorables veo siempre con claridad la hora, siempre la misma, una hora vasta, solemne, grande como el espacio, sin división de minutos ni segundos, una hora inmóvil que no está marcada en los relojes, y es, sin embargo, leve como un suspiro, rápida como una ojeada.

Si algún importuno viniera a molestarme mientras la mirada mía reposa en tan deliciosa esfera; si algún genio malo e intolerante, si algún Demonio del contratiempo viniese a decirme: «¿Qué miras con tal cuidado? ¿Qué buscas en los ojos de esa criatura? ¿Ves en ellos la hora, mortal pródigo y holgazán?» Yo, sin vacilar, contestaría: «Sí; veo en ellos la hora. ¡Es la Eternidad!»

¿Verdad, señora, que éste es un madrigal ciertamente meritorio y tan enfático como vos misma? Por de contado, tanto placer tuve en bordar esta galantería presuntuosa, que nada, en cambio, he de pediros.



La desesperación de la anciana

La viejecilla arrugada sentíase llena de regocijo al ver a la linda criatura festejada por todos, a quien todos querían agradar; aquel lindo ser tan frágil como ella, viejecita, y como ella también sin dientes ni cabellos.

Y se le acercó para hacerle fiestas y gestos agradables.

Pero el niño, espantado, forcejeaba al acariciarlo la pobre mujer decrépita, llenando la casa con sus aullidos.

Entonces la viejecilla se retiró a su soledad eterna, y lloraba en un rincón, diciendo: «¡Ay! Ya pasó para nosotras, hembras viejas, desventuradas, el tiempo de agradar aun a los inocentes; ¡y hasta causamos horror a los niños pequeños cuando vamos a darles cariño!»



El «Yo pecador» del artista

¡Cuán penetrante es el final del día en otoño! ¡Ay! ¡Penetrante hasta el dolor! Pues hay en él ciertas sensaciones deliciosas, no por vagas menos intensas; y no hay punta más acerada que la de lo infinito.

¡Delicia grande la de ahogar la mirada en lo inmenso del cielo y del mar! ¡Soledad, silencio, castidad incomparable de lo cerúleo! Una vela chica, temblorosa en el horizonte, imitadora, en su pequeñez y aislamiento,

de mi existencia irremediable, melodía monótona de la marejada, todo eso que piensa por mí, o yo por ello -ya que en la grandeza de la divagación el yo presto se pierde-; piensa, digo, pero musical y pintorescamente, sin argucias, sin silogismos, sin deducciones.

Tales pensamientos, no obstante, ya salgan de mí, ya surjan de las cosas, presto cobran demasiada intensidad.

La energía en el placer crea malestar y sufrimiento positivo. Mis nervios, harto tirantes, no dan más que vibraciones chillonas, dolorosas.

Y ahora la profundidad del cielo me consterna; me exaspera su limpidez. La insensibilidad del mar, lo inmutable del espectáculo me subleva... ¡Ay! ¿Es fuerza eternamente sufrir, o huir de lo bello eternamente? ¡Naturaleza encantadora, despiadada, rival siempre victoriosa, déjame! ¡No tientes más a mis deseos y a mi orgullo! El estudio de la belleza es un duelo en que el artista da gritos de terror antes de caer vencido.



Embriáguense

Hay que estar ebrio siempre. Todo reside en eso: ésta es la única cuestión. Para no sentir el horrible peso del Tiempo que nos rompe las espaldas y nos hace inclinar hacia la tierra, hay que embriagarse sin descanso.

Pero, ¿de qué? De vino, de poesía o de virtud, como mejor les parezca. Pero embriáguense.

Y si a veces, sobre las gradas de un palacio, sobre la verde hierba de una zanja, en la soledad huraña de su cuarto, la ebriedad ya atenuada o desaparecida ustedes se despiertan pregunten al viento, a la ola, a la estrella, al pájaro, al reloj, a todo lo que huye, a todo lo que gime, a todo lo que rueda, a todo lo que canta, a todo lo que habla, pregúntenle qué hora es; y el viento, la ola, la estrella, el pájaro, el reloj, contestarán:

“¡Es hora de embriagarse!

Para no ser los esclavos martirizados del Tiempo,
¡embriáguense, embriáguense sin cesar!
de vino, de poesía o de virtud, como mejor les parezca.

domingo, 20 de diciembre de 2009

Navidad Literaria


Feliz Navidad a mis amig@s del Blog. Les deseo grandes goces y que disfruten esta navidad y que en el 2010 sus creaciones sobrepasen los BORDES de la imagen.


Disfruten mi MATA, un regalo para ustedes.

martes, 15 de diciembre de 2009

Fiesta de literatura




Con sorpresa nos tomaron. Aun estábamos haciendo la organización estratégica del evento que daría inicio a las seis pe eme. Cuatros personas invadieron La Casa de la Cultura de Mao, entre ellas los directivos de la Fundación Aníbal Montaño de San Cristóbal: el poeta y cuentista Ramón Mesa y la cuentista y poetiza Ysabel Florentino acompañados del joven cuentista y poeta David Sena y de la poetiza de tan sólo ocho años Darihanna Mesa F.





Los invitados tomaron el espacio de la Casa y fiesteamos en la palabra con severa armonía y con la ausencia del mundo valverdense. Nada nos importó, un solo anfitrión padecía el cosmos de los despreciados, otros llegaron con sus lenguas colgándoles del pecho, fuimos y nos dijimos con la gracia de la pasión a la literatura. Los invitados conferenciaron en honor a la poesía y el cuento, se discutió sobre los elementos y las sicologías de los diversos personajes, de lo cercano que estaba la poesía a la tierra, en nuestras manos. Dos días con sus anomalías preestablecidas, gente que se niega a abrir la puerta, portero de CURNO, que hasta anda en jipeta, se las ingenió para marginar el arte, mandado por los trogloditas de un negocio nefasto, de una empresa de unos malditos mama pingas que han cogido a nuestra única institución libre de nepotismo para llenarse los buches de gallinas.



A pesar de la necesidad que hay en quitarnos los espacios para difundir el arte, nosotros estamos seguros que llegaremos… porque nos leímos en la Casa, en un recitar de cuento y poesía, con nuestros mismos espectadores de siempre, y no importa, somos y seremos los que cada día derraman un cc de sangre por la literatura, por el arte. Gracias a la Gente de San Cristóbal por darnos dos días de alegría con sus piedras de por medio. Gracias al pueblo de Mao por brindarnos ese apoyo incondicional. A Randolfo, Carlos R., A Diesth, a Rosa Elina, Vélez, Naudy, Bartolo, Augusto y los demás que por razones desmemoriadas no se mencionan, y a los que no estuvieron compartiendo la fiesta de la literatura.

De otros y otras al borde de la lengua en su final










Inauguración de la arquitectura

Hay sapos lamiendo mi lengua,
la fábula redonda aparta el estruendo
en mínima reducción del sexo.
Catan las feas bestias, máquinas bellas,
y la eléctrica sombra de un ala torva en la laguna
de las putas hace penetración a su llegada.
Avecina la cosa yerta y abrevio los nexos
para justificar a la soledad del tiro al blanco
ante mi arma propia de acabarnos nulos.
No me sorprende lamer mi nuca
ni cantar por amor el instinto de mirra
o procrear el sexo de mi sexo hembra
en la yerta cosa de los liliputienses.


Composición amoral

¿Acaso no sería la nada de ti mismo
en mí mismo inmensidad?
¿Por qué la duda cobarde del no
o el personaje desconocido de Peter Pan
en la maratónica infinidad de Nietzsche?
¿Acaso no seremos interrogantes del acaso
en un viento de profeta y colinas a un tiempo?
¿Somos tan torpes y ciegos elípticamente?
¿Pasamos desapercibidos sentados en un retrete
melancólico de tecnología invertebrada?


El circo de la imparcialidad

Desde que agarro un libro frente al jardín
explota la música de enfrente,
es como si el tipo de la radio quisiera
—sin verme— silenciarme al ver que río por otra parte.
Aborrezco constante la melodía de los amplificadores,
odio al tipo hollywoodense adaptado a una rata turista.
Desde que cierro el poema camino a la habitación
y deja de perturbar la música de enfrente,
es como si todo acabara en mi partida.


Un día de lluvia

La breve historia de los anónimos de nadie,
todos alcanzamos la verdad,
todos la decimos a través de espejos y resonancias,
en cada hueso estigma o estrategia de átomos
en la jurisprudencia del fenómeno.
A los perros y a las víboras
que se arrastran en nuestros corazones:
la ebriedad de mi dedo pertenece a los roces.


Infame herencia aeda

Lavan mis pies los dioses de arena y polvo.
Caigo en el torrente de espuma con tal ruido,
estrepitar en conjeturas rompiendo
el destroce de laicos y estamentos.
En mi descarne he visto la negra ola de los fraudulentos.
Apolo por fin vomitará el perplejo afán
del infijo de yodos y biopasajes,
aromas tiernos, lumbre necrófila
de los dioses que lavan mis pies.


Mensaje fondo de una predestinación

Instalo las rocas sobre la yaga,
en esta herida a manera de vínculo
para detener el flujo imberbe de los gnomos y las sirenas.
¡Cuánta desesperación al ver ocupar
el reptar de este reptil magma!
¡Oh mito de catacumbas!
¡Laconismo al moler la tectónica espesura!
Desde allí desciendes, quizá de mi rostro en concierto,
pero si sangro merezco por dios
o por ser oscuramente humano.
¡Qué espero, qué botín antifaz he merecido!
¡Qué nos espera a pesar de no nombrar lo indecible!


Velero en masa de agua

Trato de soñar la lluvia y el mar,
padezco ocasiones y caminos sobre gotas y faros.
Allá la fortaleza y el vino de nuestro pacto,
de este poder oculto en la transparencia.



Noche ante un quinqué en San Luis

Las simulaciones de Van Gogh
van de sombras, en trazos de círculos a rayas vivas
y el cuarto nos traga espejos
por donde aparecen los quejidos
y la trayectoria de un delfín y un dios aborigen.
De ahí emergemos olas o espumas negras
devorándonos en la orilla con los restos de París
y en los gestos de Kafka.
Un abrazo de planetas sofocándonos
en las identificaciones de las rutas
y los letreros con errores ortográficos.
Me derramo en ti de mí,
poseyéndonos en pinturas y copias exactas.


Frente a los restos de un barco encallado

Podré perder la vista en todo,
aquellas oraciones me saben a muerte,
al definitivo romper de nuestro encuentro
en esas migajas del desayuno
derritiéndose en nuestras bocas.
Así es la vida tan yo no sé qué
si nos perdemos uno o muchos en todo;
pero podré quedarme ahí sin reconocernos,
sin verte en mi afanar rupestre
cuando muera tu imagen última de la vida.


Regreso a la teología de las manos

Qué escribes sin verbos o pronombres
aliados a las hojas de la quiromancia,
en el color de tu nombre qué pintas
o en la luz del incienso sin comparecer en noches
y días intitulados por la marihuana.
Qué artículos de pasquines y franjas prefieres
si ya el temor me suena a maleficios,
a dopaje, a jóvenes mancilladas y alquimia.
Te escapaste por rumbos sin salidas
a cobijarte en cielos turbios para regresar.


Transparencia

Aliémonos en franquezas
y por eso decimos si bien parecemos infames,
si el odio nos fulmina
y duela reconocer la comparecencia
ante nuestras caídas o levantamientos,
vayamos a pactar por quienes sufren en pureza o aman.
Por quienes prefieren decirse
aunque las palabras los acaben.
Por quienes se entregan sin condiciones
o por los que gritan o lloran.
Por quienes aseguran la convicción del amor
aunque mate porque salva.
Hagamos un pacto por la humanidad
y el color de la esperanza.


Mientras mirábamos las olas en las tinieblas

Nombramos las apócopes de la caracola y la mentira,
por una vez detente fríamente
para ver el estruendo de las imágenes
blancas venidas de la oscuridad.
Sentados en la playa
nos invitaremos a llorar en arenas y música,
desnudos para compartir una vez menos
a Girondo y sus autorretratos.
Nosotros alcanzamos el rictus
de negros ángeles perpendiculares
como aquellas viejas heridas uniformes llenas de marasmos.
Denominémonos sin poder liquidar
el cuajo de las luces de los antepasados.


Espera en la habitación

No hubo salobridad por horas
y los corazones entumecidos
estaban colgados del grifo y el espejo.
Era la hora de los bordes y los filos,
así construíamos el deber morir
por los huecos y el gemir de la levedad.
Nos atamos en simulación de asombro
a lo incierto de las cosas,
no vimos ni escuchamos
la voz de los muertos en el escepticismo,
de esas hijas e hijos tuyos y míos perturbándonos
y encaminándonos en los desencuentros.


Fundición de los cuerpos o presagio

Caminas la ancha avenida sin sospecha,
viendo a los travestis esperar su momento
para rendirse ante los sueños.
Llegas y te desvistes a beber la dulce vianda,
convulsionas sudada en ritmos
de mareas y menstruación,
chorros de huesos pisoteados
o machacados por la lengua y el sexo.
Siempre nunca amante de los pronósticos,
vuelas de tus retinas a mis retinas,
de tus pasos a mis pasos
andando la misma avenida.


A Aled cerca del desierto de Atacama

Voy con la mejor oferta a rendirme,
ofrendo a tu canibalismo mi corazón pobre
—a la sutil desesperación de reptil—,
liquen azul de la tormenta,
paz moribunda de la fiesta y el luto.


A distancia casi sin ver los desencuentros

Clandestino el silencio mujer de duendes y centauros.
Presiento en cada retrato tuyo esa copia inexacta,
la verdadera forma en el proceso de la tipología:
una flor, un pájaro asechando el vuelo del vuelo,
un aire preguntar del relámpago en brotes de peces y lamentos.
Mentimos y callamos en este devorar sincero por los soplos,
en cada rincón del aposento que nos resguarda.


Sellos postales

El papel me lo ha entregado a las doce,
no importa el día o de noche o luz.
Es de novela la visa de las manos
cuando la lluvia empieza a derretir
el encabezado o la pitanza del ave
encubierta por las rendijas de las palabras.
¡Mayúsculo albedrío el no rehacerse
en los entarimados sombríos!
Maldigo el desafío de no poseer el coraje
de meter los sellos en la misma libreta
de un retrete público, a ver si así
nos encaminamos nueva vez al lugar
de origen para vernos tecnócratas,
para padecer el mal de los espejos.


Espumas en el parque

Los nubarrones empiezan a arder en mis retinas,
han dejado de no emerger de los charcos
como la deformación de un iceberg
en el desierto de Kalahari o Atacama.
Van descendiendo y elevándose los ríos,
aquellas reformas estalagmitas floreciendo en pies
y esos charcos se abren por mi rostro,
por mis costillas y mi vientre
como si Jack el Destripador me acuchillara
miles de veces para vaciarme.


De otros y otras

Este astro muta en vivo
y bajo el lagrimar de los embriones crece,
se extiende en un ahogo plata en las sales y las olas
y el terrorismo ausculto en cada pena mía,
un decurso tecnológico detrás de la pared.
Hay sicodélicos ritmos en ese cielo de simulación,
en los rostros, en nuestras miradas,
en todos lados yéndose por musgos,
líquenes y azules amarillos ya sombras de otros y otras,
en cada lluvia invento de las calles
o ese San Luis a pleno sol
desdibujando la procesión de un miércoles
escrito en el amor y la sangre.


Cielo de tierra

Todas las tardes desde hace tres días llueve,
cada tinta que cae anhela un noviembre,
dibujos amatistas en el viento
y se enrarece una silla verde apostada en la acera
esperando que la baba se acomode en un naufragio.
Toco texturas,
fondo de lengüetazos tuyos en Juno
o Montserrat desvestida en desamor,
de restos nunca aplastantes
de la loca agua precipitándose a este cielo de tierra.


Miro mi ojo

Hace tiempo voté por los vuelos al atardecer,
canté tu canción en mil voces a una
para transformar las estupideces
de los programas de siete a diez.
Reí por mí y ustedes
a cuesta de dos frases extrañas:
miro mi ojo,
sueño los postes urinarios de la infancia.
Iré a preguntar por los clientes de las tiendas,
por aquellos fantasmas comestibles adornando los tramos.
Deséenme suerte por votar ante los capiteles
que no pueden mirar un poco hacia aquí
escribiendo catarro o tuberculosis a dos centavos de dólar.
¡Ay, me come las encías antiaéreas!
Me devora el puerto y el dolor del gusano.


Ciudad sin vidas

La ciudad,
esa de años intermedios nos arrastra a no ser nuestra
en un verso a ritmo ausente de embates.
Esa urbe en cada prolongación nos sepulta en la añoranza
de perdernos en San Luis o en los vitrales de las tiendas.
¡Por fin he comprendido el destino!


Porque las calles son nuestras

Noches como esta podré creer en el sexo
sabor a tu lengua sorprendida
en las esquinas de la ciudad de siempre.
A cada oportunidad nos halamos
para entregarnos uno sin ver la blanca
oscuridad de las calles testigos.
Es tan pasmosa la ausencia de las gentes
cuando nos miramos,
pero esta complicidad nos une a todo,
a la elaboración de los nombres y la esperanza.
Noches como esta burlé los rostros en los cafés,
el discurso de los manifestantes
y te conozco en risas y lágrimas,
en los pasillos rutinarios de los miércoles.
Así nos vimos en despojo
por los tiernos acasos de azul.
Noches como esta grité el negro amor
metiéndosenos por todas partes,
en esta forma macabramente de sernos y amar.

viernes, 4 de diciembre de 2009

Un jueves cualquiera



(Presentación del libro Jueves (poesía) de Juan Gelabert)

Todo transcurre un jueves de poesía. El tiempo marca el compás melancólico en cada segmentación, un violín que parece ser el día marcado, la partitura y la tragedia que es esta especie mofada por una sociedad convencional y que no soporta la realidad del nuevo sexo.

Desde siempre estos seres súcubos, sodomitas, hermafroditas, travestis, lesbianas, homosexuales, como le quieran llamar, han existido. Nuestra sociedad alienada por una caterva de asociaciones minimalistas, bagajes donde el macho macho perpetúa el ritmo, no soporta que una persona común y corriente suceda o se acometa en su esencia. Por esto, los andróginos han gozado de la clandestinidad, reservando el empoderamiento de su maleable realidad de sueños. Algunos y algunas, que no aguantan y salen y gritan: soy y seré a pesar del rechazo, de las humillaciones y de los señalamientos ofensivos del mezquino acontecer que ni sabe dónde diablos está parado.

El nuevo sexo, que en estos tiempo ha conquistado a fuerza de siglos y de muertes, un lugar en los escenarios, rinde homenaje al arte, a la poesía, y aunque no ha sido un tema explotado con sinceridad por la tradición literaria de nuestro país (Rep. Dom.), hay artistas que se atreven a mostrar sus experiencias míticas y espirituales, transformando su realidad, su entorno, porque está contra lo mismo de siempre, en esa rutina diaria que vive la supuesta humanidad normal. Por eso el artista toma al Jueves, que es el día del travestismo y lo fabula en una historia llevada a la poesía que ocurre en ese mismo Jueves en diferentes instantes, en distintas verdades de vidas que nos trastornan y nos dicen: cuánto sufre este maravilloso y bello ser humano, y la poesía, esa que nos muestra una historia es casi inusual en la tradición poética de nuestros ancestros inmediatos, una tragedia que poco a poco va mutando casi en una epopeya citadina.

Por ahora no comentaré de la musicalidad del poemario, quizá deba enfocarme más en el ritmo interno de los versos, ya sea en versolibrismo o prosa poética, pero no, aunque importe la musicalidad, el tratamiento de esta presentación es dirigida al tema que trata el autor, del dolor, el sufrimiento de este personaje símbolo de una sociedad marginada, vilipendiada y torturada a base de siquismo hasta llegar al homicidio, al suicidio, a la estructura en sí de Jueves, no en los seis fragmentos, sino en la estructura poética-escritural que se ha apoyado el escritor. Como algo fuera de contexto, hay insertados poemas en prosa, partituras de música, tal vez proponiendo al lector de que hay una ruptura, una anomalía, un juego que nos sumerge y nos emerge en otro acontecer diario y vemos que el poemario inicia con una advertencia, abriendo un telón de teatro para mostrar, con el árbol edénico, de donde hipotéticamente toda la maldad se origina y ese origen es un final también antes de concluir el texto, porque a través de la muerte, quizá el personaje se ha liberado de su condición humana y no de su condición invertida por convicción de fe. Hay lamentos nostálgicos, susurros que enloquecen al personaje por ser —como ya se dijo— una especie oprimida, el otro sexo que no cuenta, y la añoranza por ser libre, ese sueño que se tropieza con la amarga y púdica realidad que vemos en revistas y periódicos de todos los días. Como tragedia al fin, la tiranía social cobra una víctima y todo es opacidad, casi una oscuridad en la trastienda de los centros comerciales, en las imágenes de un joven ahuecado por las explosiones, en los bares, en cada baile rito de los barrios enfermos que nos iluminan; en esa verdad que nos alimenta y nos dice que la alienación ha jugado un papel importante para que unos patricios sometan a torturas, desde cierta distancia, al personaje. Y él tirado en la acera, ve moverse por espacios encontrados en cada pestañeo, y reflexiona, piensa en su vida, en su familia, que no lo saben pero que tal vez se sospechan de su identidad de polvo y venida, en recuerdos que no serán ya más recuerdos, sino un jueves de cualquier semana. Observa los patricios reírse de su desgracia, que se vanaglorian porque uno del otro sexo ha muerto y es un poema, un acto, porque la poesía es eso, un acto que se acomete, y en cada muerte del íncubo, representa su vida, sus trastornos, temores que lo hastían y lo maltratan sin piedad porque ya no hay justicia que atestigüe. Sin embargo, en un suspiro de muerte, en un boquear de hipos, sintiendo que la grandeza se avecina, una belleza fugaz que lo muerde, va siendo perseguido por ángeles sin sexos en laberintos indefinidos; y entonces hay una luz, una mísera luz de misericordia que lo introduce en el diario vivir del barrio, una espera que se prolonga en el abandono herido por la música, por fantasmas que asedian y roban del closet la peluca, la cajita de maquillaje, las uñas postizas, las zapatillas de tacones, los atuendos de mujer.

El vacío que ahora persiste lo encontramos en la permeabilidad de lo moderno, en esa ansia de mutar en otra cosa que no se sabe en qué demonios mutaremos, pero que el personaje sabe que ese vacío del ambiente se lo debemos a la postmodernidad, al tecnicismo, a la tecnócrata resolución del ciberespacio manipulado sin consciencia. Y como todo cobra vida en este mundo de resurrecciones inverosímiles, las palabras son entes y estos entes se mueven y se creen objetos animados, imágenes con poderes mitológicos, el personaje de esta leyenda huye porque todo hogar tiene una historia. ¿Pero huye a encontrar qué? El semen derramado en las toallas o las sábanas a media noche, en las cloacas o en la boca, a encontrar a su amado imaginario que lo espera al otro lado del sueño. Lo onírico viaja junto a sus pestañeos, junto a las imágenes mentales al ver la muerte tan cerca de sus retinas, porque en el surrealismo y en el hipertexto o lo contextual el autor nos arrastra a aguas turbias, nos refiere a lo que será después de, como en un filme o una escena de teatro. En cada emanación de sangre de sus huecos, el personaje la vislumbra como si todas las aguas de infinitos colores lo inundan, lo asfixian y no hay rapidez, sino lentitud que se revuelve en un lagarteo de llantos, en un carnaval sin sus mimos y sus tonalidades de siempre. Toda premuerte es por necesidad un insomnio. Toda vida es por acopio cotinidianidad. Y a pesar del pesimismo de este personaje, existe tras esta circunstancia la elevación del personaje, eso que los monigotes de la criticidad llaman trascendentalismo. Como la naturaleza se lo ha negado todo al travestido y a las lesbianas: por ejemplo, la vagina a una y al otro su falo, la condición de retener a un embrión en su vientre a uno, al otro su incapacidad de eyacular semen, la menstruación, el no lunar cada ciclo, a una las tetas, caderas anchas, glúteos pomposos y al otro ese cuerpo musculoso que representa la masculinidad, no se abstienen y buscan y encuentran soluciones plásticas, recomendaciones de órganos y padecen ser las fotografías de la nueva existencia. Porque ahí detrás de la ventana dialogamos con nuestras pocas verdades, con nuestro lado femenino o masculino, que nos convencen y nos hacen dudar desde la triste prehistoria hasta esta ciudad de norte que el travestis contempla desde arriba, desde que su espíritu comenzó a desprenderse de su carne ultrajada, una larga peregrinación de la historia, de la inocencia que trasporta al personaje a nuestros primeros padres edénicos y de tanto en tanto la memoria se le va desprendiendo, y siente tanto miedo que en silencio, sin boquear la muerte, aprieta el polvo que no es polvo, crucifixión del jueves, patricios que condenan y demandan el sexo porque ellos en el fondo son maricas tapados. No obstante, el yo poético condena a los poetas que cuchichean dopándose de travestidos, alguno estallan en carcajadas, otros sin razón, gritan en cueros las palabras, porque no aguantan el sabor púrpura en sus bocas, un golpe bajo de amaneramientos inacabados como si se percibiera un asecho presuntuoso, un malabarismo de péndulos y oscilaciones que alcanzan ver un acoso siniestro, un rapto aristócrata y de bufones que ríen sin saber reír, porque como afirma el poeta: nadie va a la muerte sin que se sueñe muerto. Y como un aluvión inhóspito todo se descubre, se pone a la vista de los transeúntes del barrio, de la ciudad, ya no le importa al personaje que lo marginen, que lo señalen como un fenómeno, el del otro sexo, sin temor. Como por gravedad, con esa intensidad que caracteriza todo el Jueves, y pese al agonizar del personaje, en su casi conclusivo desenlace, aunque el temor del travestis se perciba ante su declinación, la poesía que aquí pervive lo encumbra hasta hacerse símbolo de su mundo inconvencional, volviendo una y otra vez a su historicidad poética para darle, como ya predije, un sentido de epopeya trágica, porque el que muere por una convicción de fe es una hazaña poco identificada en la poética de hoy. El yo poético una veces expectante y otra ya individualizada como el personaje del Jueves cohabitan con armonía casi irreconocible, sino fuera por el desdoblamiento de primera en tercera persona del singular y el plural, a veces extraños giros en los versos y en la prosa poética que nos remiten a una segunda persona que omite y calla la simbología del travestis, en el universo que se mueve, en ese cabaret de figuras desdibujadas, templo o altar de los sacrificios, pero el sacrificio verdadero de nuestro anfibio subyace en la urbe que se despierta y como el travestido es un poeta del acto acometido en su trasportación espiritual porque ya no le teme a la multitud, a ese hijo del patricio bufón, que viola sin piedad lo más preciado que le han obsequiado, la vida; y se va convertido en una mujer en su vuelo, por las calles del barrio sin remordimientos, con ese olor a luz en su sexo retorcido, reptar por placeres indecibles o indecentes, esa aberración que recuerda al padre, a la madre, a sus hermanos, su habitación, el incesto, al cuarto de hotel que todos los días se va a encontrar con su amante, y se engalana mofándose de todos, como si en verdad presintiera que el poeta la abrazase en el banco de un parque para consolarla y le dice que desea emigrar, irse, huir a un mundo donde su procedencia no sea humillada, donde pueda sonreír a sus anchas, sin el marcado y perverso nombramiento del otro sexo con sus tetas de trapos. El poeta afirma que la forma camaleónica del anfibio es todo hombre y es toda mujer amamantando. Y retumba una voz, un llamado a la liberación, a un dejarse ir por un vagabundeo de mariposas y flores. Pobre, pobre resonancia de campanas que daba lengüetazos y lamía las entrepiernas de los muchachos apostados en las esquinas, y no se sabe si por odio o por celos alguien le salió al encuentro para cercenarle la cara con astros y esa sensación de morir no se entiende ni se comprende, sólo ella sabe que él es ella y que en sus pestañeos moribundos, en ese lapso de tiempo microscópico, ha dejado su vida, ha donado su miserable vida en interrupciones de luces clandestinas, y mientras la multitud comulgaba alrededor del cuerpo del travestis, yo continué el camino para verme en el espejo.

miércoles, 25 de noviembre de 2009

Con adelanto de tiempo

Por razones menos ciertas, con dolor en la cabeza, un poco de fiebre en las retinas, me tiemblan las manos y las coloco en postura de piedad, para despedir y darle la bienvenida a los cambios, a las injustas razones, por lo que todos, inclusos los malditos, nos afanamos en adornar y concluir por licencias.
"!No te justifiques más! No le eches la culpa a México (a este país) o al tiempo! Ves? Ya sé cómo son todos, todos estos artistas de la clase media latinoamericana (dominicana), que usan el arte para poder sentirse aristócratas, para transferirse a la oligarquía contra la cual dicen luchar; el arte es la manera de escapar al horrible mundo de una clase media cruda, plana, tartamuda, nada más; lo llaman forma y buen gusto y es sólo impotencia y miedo y nostalgia y vulgar social climbing...", dijo un escritor en los sesenta.
Lo mismo que me comentaba Pastor en citas de té de jagua para curar la envidia. Negaba aceptarlo, pero hoy lo reconozco. Nunca es tarde para comprender la verdad aunque duela.

lunes, 16 de noviembre de 2009

Parte tercera

Mitología de las apariencias

No necesito esta verdad de nunca: por las frondosidades y el génesis se inventa el astro,
se detiene a mitad de esta verdad de siempre.
Dios estará conmigo palabra a sílabas y contigo estoy debajo de la madera (de las rocas) y la electricidad.
Necesito esta verdad de siempre pasando en evocaciones por los puentes colgantes y unidos a la tierra por el acero y los tornillos de Frankenstein.
Por esta verdad de nunca Dios merece mi piedad vocal a vocal en este contorno por encima de los edificios (los hospitales) y el viento
Ahora extenderé las córneas sin canibalismo: un tarot de sombra galvanizada en la compasión de los judíos —en esta imagen tuerta de sonidos.
Dios está conmigo a pesar de los lirios reunidos en sombríos huecos cientificistas y esta verdad de siempre y de nunca me encuentra en ti-en mí y la encontramos en los tritones y los faunos.


Arte ego barroco

Escucho y no escucho oídos de vacas voladoras,
a esos grillos del alma envolviendo la dulce máscara del silencio,
Silicona de la historia: multiplicación dividida en números.
¡Cuánta acumulación efímera del eco que te hará más hombre!
Entonces el deber llama a reír por las llantas y el fenómeno de las asociaciones.


A lo lejos un nubarrón

Callémonos por temor al precipicio;
pasamos a cuesta por las capuchas del folklore
nada menos si tartamudos nombran veneno
por encargo y sin embargo de dos o tres flores perras
quietas en el borde aparente de las destrucciones.
Poseo mi ser en la barbarie tendida en llamas.
Tanta postergación en un feto de alambre
minando la blancura siniestra de los transeúntes.


Aparente desengaño

Hablar de ellos no es imaginar las torpezas pero mis sobrinos atacan los sueños,
los devoran a patadas y a regañadientes,
otredad de convocar a Salomé tanteando a labios la cabeza cortada del bautismo.
¡Qué puedo saber de los gatos y Herodes!
¡Qué puedo preguntar si tiro desde dentro hacia dentro el fuera acaso!
Así son ellos con pelotas de hule y hojas podridas en sonambulismo.
No digo en sueños pero debería contarme en ellos mismos
quizás mis únicas verdades las tocaría en la atrocidad de la noche.


Vuelo parcial de las palabras

Nombremos la calandria y el sol de los pardos tristes de mi sed,
disfraz de unicornio y Andrómeda goteando tuyas mis retinas de batracio.
¡Oh sangre de besos y lágrimas!, en mis arquetipos de lugar
perforo las cicatrices de los libros cotejados parcialmente,
abordo la timidez puesta en la sombra luz perforándome.
Viviré por los nombres tras los retumbos y la oquedad dejada como despojos
en la masturbación posesa del nicho columna de colores
imitando la lengua hecha por la inmanencia, yo diré.


Vestigio casi personaje mirando el descender

Lo monótono del viento anida en los ojos hielo casi de un personaje,
permite el vocablo de la muerte (símbolo de rutina)
bostezar el aire en festín de dioses bajo la casucha en acuarela.
El visitante reirá tragándose el por qué esto vibra desde el tierno encendido azul
en las nociones de cuadrados o parábolas echadas en postergación.
Nos servimos el manjar,
un vuelo a través del salto de las nomenclaturas del apóstrofe y el sustituto de los apartados malvas que se alzan en despedida.


Volveré a leerme en angustia

De revés me releo en música,
en palabras accidentes.
Profeso las membranas de negros pájaros picoteando el sabor de aquella fruta análoga a la psiquiatría.
Propongo el Rolod y la savia,
el desplazamiento de Agar e Ismael por el desierto de agua.
No importa si sacrifico la manifestación,
hoy me permito descansar bajo el almendro de raíz al cielo.


Alimento del espíritu

En dotación de púas mis carnes que son vías astutas del oxido crecen a propósito de piquetes reunidos en una caja desproporcionada.
Extraerán parte de mí,
de mí extraen el soplo del algebra y las flores.
Hace polvo el sangrante polen.
El odio permanece mudo e inerte en la acera y me ve pasar la introducción del fino objeto tan bella forma imperfecta de aplacar a las madres de los vuelos.


Me quedé dormido ante un satélite

Ya qué quedan de las sonoridades y la extrañeza en sueños tuyos tal vez de mí,
esa misma lluvia duele en penumbras,
en membranas vacías y trogloditas.
El gato y la dualidad de las cosas tu infidelidad:
desconocer de ti en el agotamiento.


Después de embriagar la soledad

Lloramos así por cada herida y nos permitimos llorar renales,
cuesta arriba o abajo como momias livianamente bajo el influjo de la sordera y el peso.
Nos estrujamos en el narcotizar de árboles y piedra,
en el fuerte olor a tierra recién llovida de ojos y sábanas pasando o deteniéndose a vomitar la articulación del sol y el conjunto de estrellas.


Ahora tengo la sensación de morir

A ritmo de cercos y agotamiento cilíndrame,
en puntos metafísicos nebuliza la fotosíntesis.
Las reproducciones vuelan o andan a ras de ventanales,
anacronía del desquicio y la tala de mi carne,
dramatización o sistema de símbolos hipocondríacos en la quema del relámpago.

miércoles, 21 de octubre de 2009

Segunda Parte de De otros y otras al borde de la lengua

A Mate Badillo en escena

Todo aquello todo lo rodeo,
me rodea todo a través del me pierdo en mi vista.
Absolutamente todo comienza al final de todo,
insomne posible de los mimos [el teatro y el telón],
de las risas de los espectadores.
Definitivamente todo aquello acaba en todo.



Notificación

En sombras y sonidos me traduzco:
el reloj rojo del nombre suena a sábado y a fin de cuenta el autobús marchará al precipicio en ondas y marismas lácteas.



Ni siquiera

¡Qué día más santo que este!
Entre vino y golosina —entre música y el esperar del astro para leerme en poesía,
en plenitud de lo sagrado: una mujer
¡Qué día más santo que éste!



¿Magnicidios o fratricidios?

He traicionado el poder de la libertad y salgo a las calles en palabras:
desgarración de iris y nacimiento —de plutonio y uranio.
Me traiciono en escudos y estar en detención ausente desmenuza mi canto,
lo desmiembra en esta mentira vasta.
El dos de junio no cuenta,
octubre enfermo hace hueco,
en América o África directamente,
ni el abril de siempre.
¡Hasta cuándo esta brutalidad de las márgenes!
Ya para dónde nos sacrificaremos en conjunciones y verbos impropios en la santa redención de nuestras abuelas y abuelos.
El dos de junio no cuenta,
octubre enfermo hace hueco,
en Europa o Asia fotografiado mismamente,
ni el abril de siempre.



Estreno de una comedia

Quedo allí varado observando la masacre: el hollín de los anónimos,
esos nombres sin nombres adornos de aceras y segregaciones,
de estatuas sin rostros.
Quedo ahí sin manos y cubro mis ojos de Magdalena,
cubro mi lengua de forúnculos —de reptiles y presencias.
Nadie hace por los sueños uno igual a todos y por todo.
Sólo esperar y dejar pasar la marea de las interjecciones de los nombres sin nombres oprimidos en el obelisco y la protesta de los muertos.



Ruptura del antiséptico por Mefisto

Creceré boca abajo en las hierbas y las turbias aguas de la discordia;
armo el alfabeto de estalactitas,
de anomalías y esqueletos-sobras en las alcantarillas y el retrete.
Tiento el sabor del musgo y el lodo —pero quién detiene la ola de los remedios— quién se atreve a colapsar en las maquinarias pretéritas de los accidentes y en el tumulto del valido de un infante en sacrificio.
Pertenezco a las normas del lenguaje extrapolar,
apetezco las rudimentarias nomenclaturas no fijas de Cervantes,
a esa rastrera opresión reunida en la grama desierta de lo arenario
—en el inquebrantamiento inmanente del beso de Judas.



Un poema para no lagrimar

Levanto las sin extremidades sosteniendo el dorso a las poses.
Deudo en sienes los epítetos del canto o el silbido promolusco y Somalia;
pirata de insulina y capitán desvestido de rojo quien anuncia el anclaje.
Hace años lo de las piernas de mi abuela,
hueso irrisorio y carnes-tendones cortados por dígitos y láser.
Quizás así el mar deje de batir barcos y los piratas naufraguen en el hambre de sus propias sales mutiladas en sus vistas.

miércoles, 23 de septiembre de 2009

De otros y otras al borde de la lengua

Para los amantes de la poesía.
Primera parte


El Anticristo puede nacer de la misma piedad,
del excesivo amor por Dios o por la verdad,
así como el hereje nace del santo
y el endemoniado del vidente.

Umberto Eco




Rostro entre la gente


Entonces descubrí las estrellas enredadas a mi piel,
desfallecidas y quebrantadas por el amarillo en patas de bufones riendo.
No alados astros precipitados a sus cuerpos oscuros
mi carne mordían y las rastreras palabras afiladas.



Rutinarias


Cada cierto azar el sosiego reaparece en los vehículos y los rostros de los infantes.
Esas voces chamuscadas en delirios nombraban los espejos y el asfalto;
por cada caída levanté la fruta desperdiciada en el gusano —sus larvas furibundas.
No tiento mi corazón en la risa de los transeúntes,
no digo o no permito los deseos abstraerse de sí mismos en el ala del insecto inmundo de los posesos.
Un día los carteles y las llantas pronunciarán el nombre oculto.



La multitud en la plaza


Quizás allí estén el sino y el frecuente mito en un trozo de metal
preso para erguir la sinergia.




A tiempo


Ellos dejaron de existir en las cuadrículas,
pasmaron los colores de las formas y el peso del concreto y los terrenos mitificaron los rieles y el tranvía.
Me permito repetirme en asociaciones integrales —en incógnitas rudas bajo el influjo claro de la noche:
esos acertijos innúmeros azotan mi cara,
la afean en hendiduras sofisticadas, en réplicas
(no son múltiplos ni representaciones).




Academismo


Encima de ese animal cosmos el mito fundación de espejos y quiebres en las latitudes encuentro; sí, encuentro los ojos que miran al intersticio de la atemporalidad despeñándose en huesos.
Animal de siempre preestablecido en los pliegues,
y las ramas me barren la lengua tanto tiempo y no acaba.



Santería de los acuarios


Cada partícula encierra el átomo de los peces y las cucarachas adheridas a las paredes del agua.
Cada sol enlutece retinas y sangre desnudándose en los vitrales cóncavos de una andada tenebrosidad.
Uno no tiene solución,
dejo el aire si pregunto a dónde van las rémoras de espumas.
Miro mi risible pecho anudarse en el me veo ahí sin reparos y sin la debida razón de justificar el trance.



Amplificadores


Y todo llega en confusión,
astros desgarrándose en caballitos del diablo,
en langostas devorando a su paso por las calles de la ciudad infernal los sueños naciendo despiertos o durmiéndose despabilados en el laberinto.
¡Quién vive por la mansa geometría de los ruidos!,
¡por mordeduras de negras lluvias!
Debo partir por renuncia a la indigestión del caos.




Asma tendida al asecho


He partido a ver a las enfermas en un hospital adornado a rayas,
penitenciario de dioses opulentos excrementando las sabanas muertas.
Paso la vista por el abismo de las garras que inyectan los antropoides cuerpos de las larvas detenidas y ciegas en la luz y la farsa sombra.
El humo se extiende convexo en el alfabeto cilíndrico de las luciérnagas dotando el viento de putrefactas alas.
Niego esta luz oscura en las flores y los huesos postrados en estrellas,
niego la tímida sonrisa —burla eficaz de las enfermeras y las mendigas.




La turista de Praga


Tanta rabia alimenta mis extremidades de lagarto,
esta vista de cuervo azul me miente en la simbología de los ejes tiritando en los faroles y en la pantalla de la te ve prefigurándose paterna y fiera.
Va por el barrio en simulación de perros,
en cada esquina para a beber sombras de puertas y ventanas en sueños no rotos de alquimia.
Un velo atraviesa su bajo vientre en períodos nulos y excéntricos de palabras insuficientes —el Dodge avanza de su paz animalismo—
Por qué el dolor (este blasfemar de rabia),
de verla metida en esa caja gris me sostiene un pez en su pecera de bombos uniformes.



A Diana, que sonríe al mirarme


Los antiguos le llamaban diosa de caza,
llamo abundancia de bosques reciclados en parques y avenidas vacías,
clamo su venida por los edificios yertos y puntiagudos.
El vino hizo la fiesta de la conquista en las frutas del prototipo;
pequeña azul ave en veranos e inviernos fraudes, he visto la risa tan cerca de los incisivos y no tengo otra opción sino traspasarte a cuchillo —a razas y a perfumes de sangre limpia.
Y si digo en su nombre la blasfemia de amor,
de este amor minimalista e impuro, me abandonaría a la voz del cliché,
al caminar vuelo de ninfa posesa por figuras astrónomas,
al revés de las sombras femeninas en quienes confiamos.
Por eso me reconstruyo en los pulmones de los anfibios,
de ti diosa temiendo el asalto quizás del huésped.




En decadencia


Siempre nos llaman a reflexionar en las hojas del otoño,
en el santo día de la herida y el vinagre.
Si reflexionara no estaría mintiéndome en el amarillo al pastar las hojas.
Descubro cada sueño en cada diente cariado [en fisuras y quiebres]
y la psicología pertenece a los monjes o a la santa inquisición de las vírgenes rastreras.
Dudo del sustantivo —de los pro-nom-bres alargándose al comer los restos.
Esta semana nos pensaremos Uno mientras fumo el terrorismo y Palestina,
por quien dio la vida por la vida,
por un puñado de gentes como tú y yo: bárbaros Alejandro y temibles Safo quedándose en la acera a ver si pasa lo jamás perdido.




Violación del espejo


Descubro azul marino —me deslizo— en carnes molidas, un solo guiñar de río estremeciéndose de ti olvido en lenguas sin salivas.
Reptar de moho repleto en las lisonjas de las invertebrales columnas.
Son moluscos hoy escribo —solo naufragar en la triste miel de la ausencia.
Ya no obtengo el perdón por verme analogía o redención en los techos ondulándose en la retrospección sin retorno.
Son astillas de calcio hoy escribiré —nada por esta triste presencia,
perdono pese al destroce y los enclaves.




Héroes derretibles


Las silvestres aristas y los vuelos son el follaje y la piel del alabastro;
se pierde en los helechos tan redimidos en la estrecha luminaria pacífica de fatales secretos de melancolías.
Un rito pasado por agua y fuego enalteciéndose desde los humillados glaciares recién momificados en rimas y fábulas de iceberg.
Un cayado ebrio,
posibilidad de nada en la voz monolítica al volver el viento y la niebla,
asma del vicio,
color hueso de los fonemas.



Arte ego gótico


Me deshago de los agujeros rellenos de ranas,
horrible desgarro de piel y manos contraproducentes trazadas en chirridos quemables,
chisporreteo o mugido de ratas cubriendo la pálida fisonomía muerta de los campanarios.
Son cadáveres amontonados —desconcierto del postre rancio de la morgue y los manicomios.



Nigromancia de los deudores


Roto el despojo, por la abertura se asoma en anarquía la fotografía roída.
Penetro por la cubierta en lluvia (zumbar de aves mamíferas) para derretir los muebles y las calvas cabezas de cuerpos sin cabezas:
extraña manifestación de sedimentos y confluencias de sangrados a ritmo de panteísmo y locomoción.
Las serpientes aúllan y los gatos croan al oscurecerse el mediodía.
Entonces el conjuro existe entre los cuadrúpedos y las mariposas,
así me desprendo a filo contra los nubarrones.




Muerte en San Luis


A medida que la noche se traga el ojo las alas paralizan el asco.
El vómito estéril de la monótona simetría adapta el temple de los filmes y los periódicos;
sólo una vez computo el pavor del escombro en mi torso ya metáfora del delirio,
ignorancia del plato y la servidumbre del hilo en el esoterismo macabro del despreciable por no tomar la luz del histrión ni a Edipo.
Quien toma hacha y lutos de vino muestra —y a media la noche parte el residuo de los soberbios que salen a pescar el polvo cortante de los ciegos y el exterminio.

Vidas alternas

Hace rato vi a un amigo en las inmediaciones de una de las vías principales de mi ciudad amada, Santiago. Este amigo me contaría la desgracia de su vida. Lo alenté a seguir huyendo mientras uno pudiera, de todo lo ridículo que se nos avecina en estos días de nubarrones. Así llega el otoño con sus calbunclos y sus despejada armonía de sastres y remenderos.

También le dije que viera La envidia, texto que esta publicado en esta inobra de la irrealidad. Pues bien, ahora el diablo nos lleva con los casos detenidos entre nuestras cejas o las sienes. El tipo casi llora, se lamentaba por nuestra supuesta e inverosímil generación excluida de los centros comerciales, de las ediciones a lujo con los adornos deseados de los elfos en antologías, de la publicidad como nomenclatura de un espacio en el dintel o los bordes de una ventana tras la puerta convertida en la maestra de por vida de los santos paridores de supuraciones, ese mal del tiempo sin comentarios y ni siquiera punto y coma por los duelos y los asesinatos en las trincheras del honor. Amigo, dejémonos de lamentos y vamos a encontrar los desdentados, a aquellos que mueren, pues la verdadadera intención es que la marginalidad los hacen muntar en hombres libres (pese a la verdera esclavitud del sistema), en dignidad de ser quienes somos ante esta desgraciada atemporalidad de la mierdad. Sí, la mierdad y más que eso.

Vidas alternas

miércoles, 16 de septiembre de 2009

Canibalismo



Decidimos abandonar el complejo muy temprano en la mañana antes de la clausura por varias razones. Sofía había cometido el lamentable hecho de ver al hombre a los ojos mientras yo conversaba con su compañera como una especie de complicidad por debajo de las ropas. En el trayecto de regreso a la ciudad, en el auto, comentábamos de las incidencias de los escritores apostados allí: unos leyeron historias parecidas a la macabra resolución de asesinar y comerse sus víctimas; otros, poetas al fin, sin necesidad les cantaron a la niebla y a la luz. Pero en un recitar de aquellos aedas fui persuadido por un extraño presentimiento. Sofía no se quitaba al tipo de la boca, pasaron algunos meses y continuaba con la perorata de los movimientos excepcionales del tipo en su acto de performance. Cuando a una mujer le coge con algo es mejor dejarla porque si intentamos detenerla en seco nos da la espalda, se porta o se vuelve fría y calculadora —bueno, así es su naturaleza—, huraña y ni siquiera podemos notificarle sobre su dejadez con sus compromisos de mujer. Pues bien, Sofía comenzó a portarse de esa manera hasta darme cuenta de todo.

El hombre, que luego me enteré de su nombre, se hacía llamar Claudio y la tipa que le acompañaba aquella vez no era más que su dama de compañía en ese momento. Llegamos a nuestra casa sumamente cansados, por lo menos yo estaba completamente abrumado y me metí a la cama sin darme un baño renovador de ánimo. Sofía quedó en la sala, puso por pretexto que debía hacer los alimentos que llevaríamos para nuestros respectivos trabajos, ordenar algunos utensilios de cocina, sacudir el polvo de los muebles porque permanecer tres días fuera, y más en donde residíamos, la casa se llenaba de polvo. Después dijo que se plantaría bajo la ducha.

Desperté en sobresalto y Sofía no estaba junto a mí. Miré el reloj despertador y era preocupantemente raro que se hallara en los quehaceres rutinarios del hogar a esas horas. Titubeé si me levantaba o no, aún rastros de sueños preexistían anegados en mi conciencia; pero lo hice, caminé hasta la sala en movimientos felinos para no hacer ruidos y sorprenderla in fraganti en la labor que hacía. La vi pegada delante del ordenador, muy entusiasmada, entreveía su rostro risible, mordisqueándose los labios, lo deducía por los ademanes de cabeza y la forma de cómo posicionaba las manos y de cómo movía sus dedos cuando tecleaba para escribir.

Dime, qué haces a estas horas pegada de la pantalla, pregunté molesto desde cierta distancia.

Sofía ni volteó el rostro sino que trató de incorporarse del susto que se había llevado. Trataba con diligencia salir de la página wed que navegaba. Detrás de todo eso pude notar un nerviosismo casi imperceptible para que no me diera cuenta en dónde estaba metida y cuando contestó lo que dijo podía leerse entre líneas lo tan nerviosa que se encontraba.

Ah, eres tú. Sólo revisaba mi email.

Pero no le puse mucha atención al asunto. Pensé que aquel asombro le resultó tan desprevenido por llegar así tan sigilosamente y tal vez era por los tres días fuera de casa.

Vamos, ven, métete a la cama para que descanses. Faltan unas horas para el amanecer y tenemos que ir a trabajar. Es que tú no te fastidia en hacer críticas y artículos. Deberías tomar el trabajo tuyo con más tranquilidad, acabé opinando con el tono de voz más condescendiente.

Tienes razón. Total, mañana continuaré, dijo apagando el aparato, pero con una distinción de tiempo.

En las siguientes semanas no noté nada particular en Sofía. Pero luego que nos separamos ella misma me lo confesó porque necesitaba estar en paz consigo misma y sentir su alma en transparencia. Las mujeres poseen la fascinación de mantener a cualquier precio la estabilidad en todo. En el evento de los artistas, en un momento dado, ella esperó que yo me entretuviera con algunos de los escritores para entablar conversación con Claudio, e intercambiaron impresiones de lugar, de que si éste o aquel artista eran mejores que un Juan de los palotes o un fulano de tal, hasta se dieron sus números telefónicos y sus correos electrónicos.

Comencé a sospechar que algo andaba mal en nuestra relación. No le puse mucho caso, sino que frecuentaba su oficina con sorpresas y regalos miserables en cada una de las fechas conmemorativas, es decir, había días específicos que eran motivos de celebración, y en esos días nos pasó algo increíble para querernos como lo hacíamos. Según los comentarios éramos una pareja ideal. En las visitas ella daba a entender indiferencia y apatía como que no le importaba lo nuestro con sus actos crueles, porque de buenas a primeras se ausentaba los fines de semanas fuera de la ciudad por cuestiones de labor, y yo, tan ingenuo, siempre le creí —y esa ingenuidad persiste, aún le creo a fe ciega, eso sólo lo hace el amor— como un buen payaso de circo que hace reír a los espectadores hasta por aventarse un pedo.

A veces cuando me telefoneaba a la casa que me había mudado en las afueras de la ciudad —seguimos siendo amigos por pertenecer a la misma generación de escritores— escuchaba su pastosa voz con oído clínico queriendo encontrar evidencias al referirse a su nuevo amigo Claudio, de las veces que lo visitó y de lo fantástico que se portaba con ella. Llegaron a salir en varias ocasiones, tanto que se influenció en eso del performance, porque cuando nos encontrábamos en la puesta en circulación de algún libro, en conferencias, en recitales y conciertos de jazz y blues en el teatro no dejaba de actuar como si estuviera frente a un público que sólo la observaba a ella, dueña del escenario con los grotescos movimientos que hay que hacer para ser mimo sin pintarse la cara de blanco hueso. Pero como el diablo está siempre atento a cualquier acontecimiento, Sofía y yo volvimos con algunas diferencias: me había jurado que nada que ver con Claudio, le creí, y que estaríamos cada uno en sus casas sin compromiso alguno, como dicen por ahí, amigos con derechos, de modo que sólo era acostarnos cuando se nos antojara hacer aquello por horas y satisfechos nos podíamos marchar sin remordimientos.

Sofía continuó con la amistad de Claudio, se telefoneaban dos o tres veces a la semana hasta que un día le saqué el sí para juntarnos un fin de mes en la casa de su amigo. Llegamos como a las nueve a eme y Claudio nos salió al encuentro con su amplia sonrisa de teatrero maldito, oscuro, digo, vestía ropas como poeta de la acción con algo experimental: traía pantalones cortos con sandalias y una camisa, todo de negro. No nos dio tiempo ni de desmontarnos cuando se nos echó encima señalándome en donde debía de aparcar mi ford rojo. Claudio vivía solo y nos acomodó una habitación como si fuera para príncipes de una dinastía o una lejana comedia de terror del siglo XV. Todo el cuarto se sentía húmedo, el ambiente viciado por un olor a muerte, a deseo, a locura, y pensé que quizás allí se realizaban actos impuros y descabellados como lo que somos en realidad: bestias con conciencias.

Nos sirvió el desayuno con sumo cuidado. Claudio hacía irritables modales presuntuosos dedicados al placer y a la adoración. A Sofía tales cosas le hacían reír sin parar. Perduramos largas horas sentados como imbéciles mirando el rostro regordete de nuestro anfitrión, oyendo sus historias de mal gusto, de la planificación que poseía con un viaje al extranjero, creo que a París y de los proyectos artísticos que elaboraría cuando regresara de sus vacaciones de trabajo. Lo cierto es que lamentaba estar junto a ellos, no me hallaba nada a gusto y maldije en mis adentros el por qué le insistí a Sofía que visitáramos a su amigo. Pero era muy tarde para retractarme, no volvía atrás cuando planeaba algo serio y más como aquello. A las dos nos cansamos de oírnos y decidimos ducharnos. Habíamos dicho salir un rato a algún bar de la zona antigua de la ciudad, pero al estar solo con Sofía le dije algo que cambiaría el destino o el rumbo de nuestras vidas.

Estás loco o qué, dijo ella desde la ducha.

Al menos seremos éso, no, sacar el poquito de sangre caribe que nos queda a flote, opiné detrás de la cortina de vidrio oscuro.

No te entiendo. Me estás asustando, dijo con algún fastidio.

No deberías, Sofía. Tú mejor que nadie sabes que pretendo encontrar lo sublime a costa de lo que sea, repliqué.

Diablos… crees que con eso serás un Rimbaud o un dios. No, no y no. No seré cómplice de algo tan nefasto, contestó abriendo la cortina de vidrio rodante del baño.

Ya veo que tú me crees cualquier burrada. Solo lo he referido a modo de juego cariño, dije echándome a reír.

Guardé silencio, era lo mejor que podía hacer para no armar una pelea con Sofía, veía que se estaba incomodando. Después que ella salió me introduje a la ducha, así tal vez se aclararían mis pensamientos, dejar de lado lo que presumía ejecutar y disfrutar esos días como un artista serio y circunspecto. Sofía me observaba de un modo extraño al mudarnos de ropas porque lo silente nos agarró la lengua a ambos, sólo nos dábamos miraditas con cierto temor, ella sabía que yo era capaz de consumar cualquier desgracia. Casi al salir del cuarto le comuniqué que no iría a ninguna parte, que —le di un beso— le dijera al gordo de Claudio, si quería, que nos plantáramos en la casa a tomar vino, puse de subterfugio que mi espalda procuraba reventar del dolor. Noté dudas en el bello rostro de Sofía pero accedió.

Claudio encendió su laptop para poner música alternativa y mientras degustábamos del vino y del placer de los blues y el jazz a él le sobrevino la magnífica idea de fumar unos cigarrillos de marihuana, nos invitó y tomamos la resolución de acompañarlo. Él los guardaba como medicina. Por varias ocasiones Sofía dijo que Claudio frecuentaba a un psicoanalista y este le había recomendado la droga para controlar los nervios y la sensación de desesperación que lo asediaban por las noches mientras dormía. Lo de las perturbaciones dije en esas charlas con ella que quizás le llegaban a través de un hecho muy arraigado en su subconsciente, no podía recordarlo y por eso recurría a la marihuana para aliviar su pena de niño. Y ahora que lo pienso con detenimiento reflexivo el amigo de Sofía acumulaba en sus modales, en su vocecita de ave serpiente (esto era por el énfasis que ponía en la pluralidad de las palabras y aún con reiteración en la ese) el signo de la homosexualidad y eso me daba cierta calma. Los tres fumamos lo suficiente como para perder la noción del tiempo y abandonarnos a los más bajos instintos. Claudio se lanzó al piso. Sofía tarareaba una de las canciones en inglés, si la memoria no me falla era un viejo video clip de Nina Simone con su gran trasero grasoso andando acompasadamente de un lado para otro del escenario. Yo me incorporé del asiento, recuerdo que dije ir a la cocina a tomar agua, Claudio quiso ofrecerse, pero como sabía llegar me las arreglé para que se quedara tirado donde estaba rascándose la barba que le cubría el rostro de cerdo. Cuando bebía miré un esplendido juego de cuchillos ordenados de menor a mayor en la meseta, tomé uno de gran tamaño. Al aproximarme a ellos lo ejercía con precaución, un animal al asecho de su presa y dentro de mí fluía la maliciosidad, lo diabólico, el retorcimiento de un ser lleno de sadismo, sed de sangre y loco por comerse lo que sea, porque es algo habitual después que una persona se droga con marihuana que le entre un hambre atroz. Sofía daba señales de estar como media dormida por la droga y el vino. Claudio cabeceaba con síntomas de igual procedencia; pero yo permanecía agudamente despierto como si el diablo guiara mi alma. Entonces levanté el cuchillo con mis dos manos y lo dejé caer con todas mis fuerzas en el cuello de Claudio, cosa que no sintió porque ni se movió, sólo alcancé oír un leve gemido como un ahogo o el chillido de una rata comunicándole a las otras su viaje al exterior. Se iba a desplomar, lo detuve antes de que su cuerpo llegara por completo al piso. Sofía seguía completamente dormida. Agarré su pelo enmarañado de escritor de cuarta categoría y lo acomodé de espaldas contra una mesita que se hallaba en el centro de la sala, aún no le brotaba sangre por la herida, sino que le chorreaba un hilillo rojo por una de las comisuras de la boca. Cogí la empuñadura del arma y cuando pensé extraerla, me pasó por la mente cercenarle la cabeza. Mientras cortaba sosteniéndole el cabello había apoyado su cuerpo en el piso para mejor facilidad. La sangre era el Mar rojo rodando por todas partes. Sofía continuaba dormida, profundamente dormida, lo sabía por los ronquidos. Al acabar de escindirle la cabeza a Claudio la llevé a la cocina y la coloqué en el fregadero. Lavé mis manos. Volví donde Sofía y me dispuse a tomarla en mis brazos para llevarla a la habitación, quiso como despertar pero le susurré que sería preferible y favorable que durmiera cómodamente en el lecho y no en un sillón porque podía pescar tortícolis de cuello. Preguntó por su amigo y le dije que había salido a comprar más vino, la despertaría cuando él regresara. La dejé allí, y supe que seguiría durmiendo hasta el amanecer. No sentía el menor desasosiego por el hecho, era como si yo estaba habituado regularmente hacer aquello. En la sala la atmósfera se volvía pesada con ese olor particular de la sangre humana que iniciaba a coagularse. El líquido encarnado facilitó que arrastrara el cuerpo regordete de Claudio hasta la cocina. Pasé parte de la noche limpiando aquel desastre y en el desmembramiento del cuerpo, cortando y fileteando las carnes y de cuando en vez le tiraba un ojo a Sofía por temor a que se despertara. Así partes de un muslo y los freí al vapor. El corazón lo ingerí semicrudo. Satisfecho mi apetito me dediqué como todo un chef a prepararle a Sofía un bistec encebollado con algunas de las viandas del muslo que no pude comer. Ella tenía la costumbre de levantarse alrededor de las siete. Tomé una bandeja, adorné el manjar con café, un vaso de agua y lonjas de pan integral que había visto en la despensa al momento de buscar las cebollas y los condimentos. Aún se encontraba dormida, coloqué a un lado de la cama el desayuno, quería alardear. La desperté a besos y dándole caricias en sus grandes senos almendrados.

Hey, despierta Sofi, te traje el desayuno a la cama pá que no te quejes de mí, le susurré abrazándola.

Por qué tienen que despertar a una. Déjame dormir otro rato, quieres, después haremos cositas como a las que a ti te gustan, dijo desperezándose.

No cariño, mira lo que es.

Levantó la cabeza con su pelo hecho un lío y se acomodó para que le instalara el manjar en las piernas.

Todos los días uno no se halla con cosas como estas y hay que aprovecharlas, le dije.

Tomó un sorbo de agua, luego el café y después el cubierto y el cuchillo para cortar parte del bistec y preguntó:

Y Claudio, aún no se ha levantado.

Sí, hace rato y salió como un rayo. Dijo que no tardaría y que estábamos como en nuestra casa, respondí.

Echó un trozo en su boca, lo masticaba muy lentamente agarrándole el sabor al filete. Por dentro me moría de la risa y con mi mirada la incitaba a que siguiera comiendo.

Esta carne sabe raro, pero está rica, expresó entre risas y mirándome con lascivia. Yo la miraba excitado; sí, me excitaba enormemente verla comer como toda una damisela, de cómo sostenía con sus delgadas manos doradas los utensilios de comensales, de cómo movía su quijada, de cómo se lamía sus carnosos labios untados de grasa. Tanto era mi excitación que pensé por un instante que llegaría al orgasmo.

Y qué pasó anoche, no me acuerdo de nada, tú sabes que borro cuando me emborracho y con la hierba que fumamos… Sabes, somos unos locos, no debimos fumar eso, me dijo un poco decepcionada.

Ya qué importa, lo hecho, hecho está, contesté.

Y mientras tanto Sofía continuaba llenándose el estómago no pude aguantar la risa, ni la excitación que nublaba mis sentidos. Una mixtura de placeres invadió mi alma y reía sin parar y esa risa se transformaba en carcajadas sinistras, y eyaculé a chorros como si le orinara el rostro a Sofía, al plato de la carne que comía con ganas. Riendo frenéticamente y manteniendo agarrado mi pene con unas de mis manos así me desperté de aquella terrible pesadilla.

Más cuentos hasta la irritabilidad

Collage para museo
(Instalación)


De repente aquella espera infinita
me resultó tan dolorosa que quise
abandonar el presente.

Orhan Pamuk


La imagen está ahí. Tan ridícula y sin sentido. Un monosílabo alternándose en la fresca posición del ojo, de tú ojo que mirará los tiestos y los clavos adheridos a la pared del fondo y será de un color verdinegro jactándose de los miembros esparcidos a pedazos, tan triste de retinas ausentes empequeñeciéndose al tacto, al sabor de la pose y el estandarte. Las manos, tus manos aparecerán por el extremo inferior derecho, un bostezo afilado agrandándose en la oscura sensación del aire en los excusados y las tiernas entrepiernas de vírgenes melancólicas de amor, garabatos de tigres y leones mudos como gatos maullando la feliz suspensión de las ratas y los corderos de migas de pan rancio y gusaneados, esas manos tuyas al límite de los huesos llameados triturarán el vacío, pronto, pronto los dedos son esos infinitos presentes destilándose en el nombre del aguardiente en el estómago drogado de conciencia y pestilencia. Ya a tus brazos le faltarán el esfuerzo de hacer o harán por quienes tienen que hacer las construcciones, las autopistas, los puentes, entre otras similitudes de antropología con hombros de gladiadores desgarrados por lanzas y espadas en la era de las inquisiciones. Vuelvo a tus brazos esperando la expectación de algo valioso para colgar desde el quicio de una ventana la caricatura de un demonio ángel hermafrodita dudando en cada gesto el don especial de la risa y el pestañeo —hermoso boquear— de la luz apagándose lentamente en tus pies descalzos o cubiertos que andarán cada forma y fondo detenido en el pozo del deseo que todos anhelamos a pesar de nuestras condición de enfermos. Aquellas piernas magulladas te surgirán por el lado superior izquierdo, más arriba del viento, resultado de números triturados con un mortero y un aeroplano en una explosión de polvo mirando aceras y fachadas de edificios que te poseerán como si tú fueras un objeto sin valor, pero que en realidad tú los verás a ellos en la teología de una canción taumaturga por los que lloran un día de lluvia derramada de las ingles tal cual un hueso prehistórico danzando una y otra vez en los escaparates de las tiendas y la fenomenología del contraste y la dilatación ajena a esta distancia hueca metiéndoseles por las venas a quienes olvidan el grito del no o el sí durante el proceso de los tanques y los clavos en la pared para instalar tus genitales a campo traviesa o a fuego cruzado en las trincheras y las ruedas que frenarán después del golpe húmedo o el lazo en tensión apretándote el dorso, desintegrándose tú torso al abandonar por esta vez el quejido de un seno que te retumbará en los oídos para que nosotros encontremos la manera adecuada o la perspectiva para verte mejor de este lado desde arriba. No tienes escapatoria para lo que fuiste creado. Sí, se te va a salir el corazón por detrás, por la nariz, por los poros, por donde mejor te apetezca pero que a mí se me antoja que tu bello corazón tan idéntico al universo será la dolorosa procedencia de pulsaciones bélicas o psicodélicas saliéndosete por las uñas amoratadas como una sola voz de alquitrán aplastada en la pared de fondo verdinegro que te irá comiendo poco a poco la cabeza separada por tus manos que te agarrarán por el pelo, te lo halarás tan fuerte que el cuero cabelludo podrá ser arrancado de cuajo como si un aborigen norteamericano después de matarte te cortara la melena con todo y cuero, y lo alzará en grito de victoria como trofeo de guerra surgido de tus mismos sesos regados por todo el lugar, por todo este ambiente enrareciéndose en tú ojo único siendo un ave tuya volando por los aires a emigrar a otro cielo pero bajo el peso del rugido de una puerta corrediza o la levedad de las gentes que te llevarán a tu propia fuga de títere y que no es más que el temor a este pedazo de sombra colgada en tu alma aguantando el aroma áspero de un cuerpo destrozado. La imagen está ahí, un monosílabo grotesco tendido como los restos de un muerto presumiendo el dolor de los boxeadores al ser derribados a puñetazos en sus narices chatas porque la sangre emanará de la fuente de Narciso, mito fundado en la réplica de un monstruo halando una piedra infinitamente sin descanso, el mismo hecho pero con mimos diferentes al margen de esta historia manoseada y desmantelada por los cuatro puntos de Occidente a Oriente sin el sentido correcto de los perros y los místicos. Entonces tu cuerpo, ese cuerpo tuyo no reaparecerá entre las flores y las hierbas, sino por las plantas de los pies porque de ahí aunque no se quiera reconocer sacamos la última voluntad, el novísimo esfuerzo para ser ante la maniobra de salvar nuestras vidas por instinto. Por eso ni siquiera duraríamos la mitad de lo que nos toca vivir en este vasto presente de tiempo mejorado por los altoparlantes de los directores de cine o las guaguas anunciadoras de vegetales, un conocimiento hecho por encimas y bacterias, por virus e infecciones de luz rayada al final de una página ensangrentada, en cada colofón o partitura, al lado de cada biografía o epígrafe de una teoría en el abrazo tierno de dos amantes. Mírate u obsérvate, comoquiera, tumbado o tirada largo a largo durmiendo soñando con nada tuyo, sin tus miembros como si de veras fueras un soplo, un simple suspiro de un niño al salir del vientre de una pobre mujer. Allí tú nada eres, algo ciego, la luz y el ruido te han cegado y ensordecido; algo no visto, invisible y esta invisibilidad produce la visión de verte esta imagen sin espacio porque lo eres todo, uno con tu creencia como una instalación de un artista sin manos, sin piernas, sin ojos. Qué crueldad tan sofisticada, tan de vanguardia impresa en un periódico de tours para fines de publicidad o en una revista cada cierta publicación para cubrir o rellenar una columna y para que esta se vea apetecible y nutritiva, así la podemos digerir por tú ojo. Ya no qué paz me da miel si los pies van al sol. No da la piel la vil voz del post o el fin ve al fin tú ojo colocándose en el centro del collage para definir cada gesticulación calculada meticulosamente. La imagen está ahí degradándose en cada objeto compuesto por los avatares de tu conciencia ajena a esta instalación para museo. Una mina te ha explotado bajo tus pies.

lunes, 31 de agosto de 2009

Pastiche para museo




Tomaría una de las mesas en mis manos que al parecer tendría el peso de una pluma o la levedad de un alma en pena vagando por entre mis ojos aguzados e inyectados de un rojo sangre, de rabia y la sed de una asesina en potencia.

Estaría en el bar tirándome unos tragos para alivianar el peso de la vida. Unas horas antes le diría a dos de mis amigos que me acompañaran tal vez así podríamos levantarnos unas putas e irnos por ahí a gozarlas. Nunca aceptaba quedarme a amanecer en los prostíbulos.

Llevaríamos algunas botellas de ron entre en el buche, medios borrachos y unos tipos que alcanzarían llegar al bar en unas motos se sentarían a poca distancia en donde yo y mis amigos nos encontraríamos. Uno de ellos me caerá pesado, no soportaré que me mire como un bicho extraño por ser mujer que se aventura a tomar junto a dos idiotas. Continuaríamos riéndonos de las incidencias de las putas que bailarían desnudas en el show de media noche y el tipo que a propósito no me quitará sus ojos de encima provocaría en mí el valor de meterme en el escenario, agarrar la mujer que me gustaba, besarla delante de todo el mundo, hacerle eso ahí mismo para que los de allí se le salieran las babas de envidia.

La escultura me llevaría a pensar en mi amante. El paseo matinal de los turistas por el museo corroboraría mi impotencia de no ser en realidad lo que era. Tomaban fotos a cada figura instalada en lugares específicos para darles una mejor proyección de sus ángulos. En una oportunidad les dije que iría al baño a hacer alguna necesidad de mujer, pero que en realidad necesitaba fumar. Cuando regresé los turistas ya estaban admirando otra de las obras. Pero había una copia de una que me sumergía en la pasión de los dioses y los artistas de los tiempos de los griegos y los romanos o quizás en los mismos años que el escultor encontraría la belleza de un Apolo para crear la perfección.

No fueron ni una ni dos veces que cuando se retiraban los visitantes me quedaba enviuda contemplado aquella figura pensativa y aparecía en un bar tras una de las putas que me prometería que esa noche se iría conmigo a revolcarnos en una sola imagen colgada de la punta de un relámpago y mis dos amigos siempre idiotas que me acompañarían al lugar dirían que yo estaba jugando con fuego porque uno de los tipos de al lado le hacía de chulo de aquella hermosa mujer. Pero eso no me importaría, sino gozar su cuerpo delicadamente y esa misma noche arrebatársela al tipo frente a sus narices me daría a mí la seguridad ser quien era, un hombre atrapado en un cuerpo de una mujer.

Conseguiría el empleo de guía gracias a las relaciones de mi padre, a mi facilidad con los idiomas y al periodo que permanecí viviendo en Alemania. Eso me daba la facilidad de ver las instalaciones, las pinturas y las esculturas con otra visión distintas a todos los que trabajábamos en el museo. En los tiempos que viví en Europa fui un par de veces a Holanda con un grupo de amigos a pasear por días. En esos paseos fumé de todo, desde el antiguo hachís hasta las píldoras de éxtasis. En un momento dado pensé que me convertiría en una opiómana y gracias a la inteligencia de mi madre pude salvarme de algo tan terrible y me envió junto a mi padre a mi país de origen.

El acto finalizaría con aplausos, silbidos y ovaciones. En eso agarraría una servilleta para limpiarme el sudor ya sentada junto a mis amigos, la que se me caerá de las manos por el placer encontrado con la tipa. Agacharé mi cuerpo para recogerla y el tipo de mirada presuntuosa se acercará a mi mesa y tal vez plantará unos de sus codos a modo de juego en mi omoplato derecho lo que me llevará a la probabilidad de caer de bruces contra el piso. Me incorporaré de un salto mirando a mis estúpidos amigos que se quedarán con las bocas abiertas sin hacer nada para defenderme y con la agilidad de un karateca le echaré mano a la mesa que permanecía desocupada muy cerca de nosotros, tan liviana como una cuchara de aluminio, y le daré al hombre con ella en la quijada destrozándosela en el acto, luego con unos de sus bordes partiría su cuello y a otro de su grupo que querrá ayudarle le proporcionaré uno o tres mesazos que esquivará con suma presteza pero que al fin pondrá su cara muy quieta para que yo le diera con la mesa para que se deslizara inconciente al suelo con su cara machacada y repleta de sangre. Los otros no se atreverán a levantarse de sus asientos, se quedarán quietos por verme tan enfurecida. Sin mostrar el menor remordimiento del hecho mis cómplices amigos y yo nos retiraríamos del bar con las sobras del ron aclamando mi valentía internándose en un hueco donde la verdad aparecerá como un gusano de quien se haya poseída por algo inexplicable.

Las personas que aun quedaban en el museo corrieron al escuchar los gritos y los ruidos. La réplica de la escultura de El Pensador de Rodin estaba destrozada por todo el lugar. Otros dos tipos, compañeros de trabajo, que al parecer se habían aventurado a ver qué sucedía, también estaban inconcientes en el piso con los rostros desfigurados en un charco de sangre, mientras tanto yo, horrorizada y presa de un sentimiento angustioso, al ver a todas esas gente que me miraban con temor, llevaba en mis manos uno de los tubos que sostenían las cintas que formaba un corredor para que los visitantes del museo al introducirse a una de las salas de exposiciones no se desviaran.